DAMIÁN ASHFORD Desde el pasillo podía ver hacia el interior de la habitación de Camille. Sentía que apenas había aceptado que era mi hermanita, cuando de repente ya estaba ahí, meciendo a su bebé entre sus brazos, como una madre primeriza llena de amor y esperanza. El tiempo pasaba demasiado rápido y no me daba oportunidad para pensar. Al lado de la cama, los mellizos acechaban a su tía como tiburones listos para comerse al tipo de la balsa. Daban brinquitos, asomándose por la orilla, sujetándose al colchón, ansiosos por ver a su primo. Con gentileza, Andy los tomaba por el torso y los sentaba con cuidado en el borde, uno de cada lado para que tuvieran la mejor vista. Podía ver cómo les decía algo entre murmullos, pero por la manera en la que movía su dedo índice, como director de orquesta, sabía que los estaba condicionando. Tendrían la oportunidad de estar cerca de Camille y ver a su primo, solo si se portaban bien, y así lo hacían, calladitos y con las manitas en el regazo, veía
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