CAMILLE ASHFORD
Con cuidado Andy me ayudó a sentarme en la silla de ruedas y me peinó torpemente con sus dedos, acomodando mis cabellos en un chongo.
—Bueno, dadas las circunstancias es lo mejor que puedo hacer, pero tú siempre te ves hermosa —dijo con media sonrisa antes de ponerse detrás de la silla y comenzar a empujarme—. Anda, vamos a que conozcas a tu pequeño.
Conforme avanzábamos sentía que mi corazón se me saldría del pecho. Quería levantarme de la silla y salir corriendo en su búsqueda, mis brazos se sentían vacíos. Entonces nos acercamos al pasillo del área de pediatría y me quedé sin palabras.
Lucien estaba parado en medio de todo el caos que siempre implicaba un hospital. Con esa elegancia que lo caracterizaba. Su abrigo negro descansaba sobre sus hombros, mientras en sus brazos acunaba a nuestro bebé, viéndolo con adoración y una sonrisa que quería grabarme para siempre en la memoria.
Mi estómago se hizo pequeño en cuanto escuché el llanto de mi hijo, y la paciencia y