La noche era densa, el aire pesado con el eco de lo que acababa de suceder. Aurora aún podía sentir el ritmo frenético de su corazón en el pecho, su respiración irregular mientras se apoyaba contra Alexander. Su cuerpo temblaba, pero no porque tuviera frío. No era solo el miedo, era la certeza de que el peligro no se había ido, de que aquel hombre que la había observado con esa mirada burlona volvería. Porque Ricardo no dejaba cabos sueltos. Nunca lo hacía. Max permanecía a su lado, su cuerpo tenso, sus ojos fijos en la ventana rota. No había ladrado, no se había movido de su posición defensiva, como si entendiera que su única tarea en ese momento era asegurarse de que Aurora estuviera bien. Alexander, por su parte, estaba inmóvil por un instante, su brazo aún rodeando a Aurora con fuerza, como si necesitara asegurarse de que seguía allí, de que seguía respirando. Cuando finalmente habló, su voz fue grave, controlada pero cargada de furia.—Vamos a asegurar la casa —ordenó, sin apar
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