El cielo estaba cubierto por una manta gris, como si incluso el clima supiera que nada era real esa tarde.Caminaban por una de las calles principales de la ciudad, rodeados de vitrinas con ropa de diseñador, cafeterías boutique y flores frescas colgando de los balcones. Un lugar que, en cualquier otro contexto, habría sido idílico. Romántico incluso. Pero a su lado iba él. Nikolai. Su carcelero. Su pesadilla hecha carne.Svetlana llevaba un abrigo beige ajustado a la cintura y el cabello suelto, ondulado por el viento que soplaba desde el norte. Nadie sospecharía que estaba secuestrada. Nadie imaginaría que detrás de su mirada de hielo se escondía el deseo desesperado de gritar. Todo estaba perfectamente calculado. Demasiado perfecto. Como una coreografía ensayada hasta la extenuación.Nikolai caminaba a su lado con una sonrisa plácida y las manos en los bolsillos del abrigo largo de lana, como si fuese un esposo orgulloso paseando con su amada. Su andar era relajado, seguro. Dominant
El rugido del motor del jet privado se desvaneció en la inmensidad blanca mientras descendía en la pista privada, solitaria, tallada entre las montañas heladas del norte de Islandia.El viento, afilado como cuchillas, azotaba los abrigos negros de los tres hombres que descendieron junto a Dante, quien apenas podía mantenerse erguido. El vendaje que cruzaba su pecho se teñía de rojo pálido en el borde, un recordatorio del disparo que casi lo arrojó al otro lado.—Benvenuto, signore—dijo uno de los hombres que lo esperaba al pie del jet. Su nombre era Lorenzo, viejo leal de Vittorio Bellandi, ahora al servicio del hijo.—¿Está todo listo? —preguntó Dante con voz áspera, aún arrastrando el cansancio de la herida.—Sí, señor. La base está operativa. Todo elequipo llegó esta mañana.D
La puerta se cerró tras él, dejando un vacío más helado que el invierno ruso.Svetlana se quedó en la oscuridad, abrazada a la nada, con la respiración hecha pedazos y el corazón convertido en un espectro que no sabía si latir o dejarse morir.Dante… muerto.¿Mi padre tambien?No, debía ser una mentira, un juego psicologico...Sin embargo, laspalabrascaíanuna y otra vez en su mente como una sentencia.Los únicos dos hombres que había amado en su vida, ¿estaban muertos?Eso significaba que... nadie iría a rescatarla.Con ellosse había ido todo: la esperanza, el amor, la posibilidad de salir de ese infierno.El primer día no lloró. Se quedó quieta, acurrucada junto a la pared como una niña abandonada, con la vista clavada en la nada.El segundo d&iac
El sobre era grueso, sellado con el viejo emblema de la familia Bellandi: un león rampante sobre un escudo partido.Dante sostuvo el sobre durante largos segundos antes de abrirlo.Era la primera carta que recibía desde que había llegado a ese exilio voluntario.Rasgó el papel, desplegó la hoja y comenzó a leer."Signore," —así comenzaba— "espero que este mensaje lo encuentre bien dentro de lo posible. Le escribo para informarle de los avances y la situación general desde su partida...La reconstrucción de la Villa Bellandi avanza, lenta pero firme. Hemos logrado restaurar el ala este y reforzar la seguridad en los accesos principales. Algunos hombres —los leales a su nombre y al de su padre— han regresado sin que se los pidiera. Otros, como era de esperarse, han dado la espalda, vendiendo su lealtad al mejor postor”.Dante cerró los ojos un instante. Visualizó las cicatrices en sus tierras, en su casa. Las balas todavía resonaban en los pasillos de su memoria.“El clima en Reggio Cal
El pasillo estaba sumido en un parpadeo de luces intermitentes, como si la morada de Lucifer se hubiese instalado en los cimientos de la base.El eco de disparos en la distancia le erizó la piel.Dante avanzó con sigilo, con la Glock firme en su mano y los sentidos al máximo.Sus botas pisaban sobre charcos de... ¿agua? O algo más viscoso que no quiso identificar.Una sombra se deslizó al fondo del corredor.Dante se pegó contra la pared, agazapado, respirando apenas.Dos figuras emergieron del humo.Altos. Armados.Llevaban pasamontañas negros cubriendo sus rostros.Sin pensarlo, Dante disparó.Tres tiros, secos, precisos.Uno cayó como un muñeco roto.El otro rodó hacia cobertura, gritando en un idioma que no reconoció de inmediato.Fogonazos, no sangre real.Su mente analítica captó el primer detalle.—Balas de fogueo... —murmuró, mientras avanzaba.Pero entonces, un dolor ardiente le cruzó el costado. Una bala de goma impactó justo bajo sus costillas, haciendo que gruñera de rabi
Nikolai la vistió con sus propias manos. Le puso un vestido blanco. de seda, largo hasta los tobillos, con escote en la espalda.Era uno que ella solía usar cuando bailaba.Había envejecido entre telas guardadas y perfumes rancios, pero aún conservaba el olor a escenario, a vida antigua.—Vamos a intentarlo de nuevo, palomita.Svetlana no protestó.Dejó que la peinara, que le pusiera los pendientes, que le maquillara los ojos.La condujo hasta un gran salón, que había transformado en una réplica de un teatro, y ella no pudo evitar pensar en Dante, dibujando una media sonrisa en los labios que, por suerte, Nikolai no vio.Luces bajas. Un viejo tocadiscos en un rincón. Un par de zapatillas de ballet colocadas con cuidado al centro del mármol.—¿Ves? —dijo, con una sonrisa torcida, mientras servía dos copas de vino tinto—. Casi como en tus días de gloria, ¿no? —él se acercó a ella, y... ¡joder! Si no fuese porque lo odiaba con todo su ser, quizás habría admitido que lucía endemoniadament
La casa en la que Nikolai la retenía no era un hogar.Era un mausoleo de recuerdos podridos.Había oído rumores muchos años atrás, susurros sobre un lugar al borde del bosque, aisladodel resto del mundo,donde hombres del mundo criminal se reunían para embriargarse y participar en orgías,fiestas grotescas para la élite corrupta, donde las paredes eran testigos mudos de torturas y horrores inconfesables. Incluso ahora, que las habitaciones habían sido adornadas con flores frescas y cortinas nuevas, el aire seguía oliendo a miedo rancio, a sexo desenfrenadoy a sangre vieja.¿Quien iba a imaginar que esa macabra propiedad perteneciera a un hombre que se iba a obsesionar con ella?Svetlana sentía el horror en cada respiro. Lo veía en las pequeñas grietas de las paredes, donde la pintura no lograba ocultar manchas antiguas. Lo oía en el
—¡ALTO AL FUEGO O LE VUELO LOS PUTOS SESOS!El mundo se detuvo.—Mi sol —susurró Dante.Ahí estaba ella. Entre humo y ruinas. Con el vestido de novia roto, manchado de barro y sangre. Con el cabello suelto, deshecho. Ella estaba temblando con los ojos abiertos, llenos de miedo... de lágrimas.Y la pistola. Negra. Fría. Apretada contra su sien.La mano de Nikolai temblaba de rabia.—No… —Dante sintió que el suelo desaparecía.Detrás de Nikolai, varios hombres apuntaban a los suyos. A su madre, a su hermano pequeño...—¡BAJEN LAS ARMAS! —bramó Nikolai—. ¡AHORA!—¡BAJENLAS! —gritó Dante, con la voz rota.Todos obedecieron y el silencio cayó, más brutal que cualquier disparo.Nikolai sonrió con la boca torcida.—Mírame, Bellandi. Jaque mate, perro italiano.Dante no respiraba. Ella. Su sol. Su todo. Tenía una pistola apuntando a su cabeza.No podía moverse. No mientras ese hijo de puta la tuviera así. Ella lo miraba. Sin hablar. Pero sus ojos gritaban por ayuda. Las lágrimas trazaron surco