El avión aterrizó suavemente en la pista privada rodeada de prados infinitos. El paisaje era de un verde intenso, salpicado de flores silvestres que se me mecían con la brisa suave. Más allá, entre árboles altos y antiguos, se alzaba una mansión de piedra blanca, majestuosa y silenciosa, como salida de otro tiempo.Axel descendió del avión primero, ajustándose el saco con movimientos calculados. Luego bajó la enfermera Carmen, sosteniendo con delicadeza los documentos médicos de Carolina. Diana, aún adormilada, caminaba de la mano de su padre, aferrando su manta contra el pecho.Por último, un grupo de hombres bajó cuidadosamente la camilla en la que Carolina yacía, inmóvil, bajo una manta ligera.Sin perder tiempo, todos avanzaron por el camino de piedras que conducía a la entrada principal de la mansión. La gran puerta de roble se abrió de inmediato, como si hubieran estado esperando su llegada. Dentro, el ambiente era cálido y acogedor: techos altos, paredes cubiertas de tapices an
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