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84 chapters
LXXX Viaje al pasado
Sin tener más noticias sobre Zack, además de la misteriosa aparición de la caja con las sortijas como muestra final de su rechazo, Sheily y Johannes dejaron Grecia y regresaron al país. Un chofer los recogió en el aeropuerto y los llevó directo a Wanden. Allí se hospedaron en una posada y estuvieron en la habitación durmiendo un día entero, recuperándose del jet lag. —Este lugar sigue igual que siempre —fue lo primero que comentó Johannes al poner un pie fuera de la posada—, horrible igual que siempre.—La modernidad le ha pasado por el lado sin tocarlo, es parte de su encanto. Las construcciones siguen siendo rústicas, los televisores siguen siendo cajas y la gente sigue quemando brujas.A Johannes no le hizo ni pizca de gracia el comentario. Iba atento al camino, atento a su alrededor como si en cualquier momento fuera a aparecerse frente a él algo aterrador.—Muéstrame donde estaba tu casa, me gustaría verla. —Los padres de Alan la vendieron cuando se fueron de aquí, ya no queda
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LXXXI Ya era tiempo
Era tiempo de dejar el pasado atrás... Johannes llegó con Sheily al río. De pequeño, las aguas turbulentas del enorme caudal le inspiraban respeto y temor. A veces iba allí después de clases. Se sentaba entre unos matorrales a comer bocadillos donde nadie lo molestara; era su escondite hasta que dejó de serlo. Iván y los chicos del equipo de baloncesto llegaron un día, le quitaron la ropa y la arrojaron al agua. Él intentó recuperarla y casi murió ahogado. Ahora, mientras quien lo ahogaba era la deliciosa lengua de Sheily, que lo recorría en profundidad, el río le parecía un penoso espejo de agua que podría cruzar caminando sin apenas mojarse los pantalones. Y los chicos imbéciles, ¿qué sería de ellos? ¿Le parecerían ahora tan pequeños e insignificantes como el río? Todos sus recuerdos empezaban a palidecer a la luz del presente... —Alan, eres grandioso —murmuró Sheily en su oído, y le causó un escalofrío. Ese nombre y un halago no podían ir juntos en la misma oración, n
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LXXXII Náufraga
Sheily se presentó a la entrevista con la elegancia y distinción que la definían. Con una fluidez encantadora y una sonrisa que iluminaba el ambiente, proyectaba la imagen de una mujer segura, amable y con cierta aura de calidez. Era alguien confiable, digna de administrar exitosamente cualquier negocio. Mientras la entrevistadora revisaba sus antecedentes laborales, Sheily observaba con curiosidad el lugar. Estaba en plena remodelación y, por el ventanal de la oficina, veía a los trabajadores ir y venir cargando materiales. Se pusieron a pintar un muro de color azul... Azul aciano, diría ella. Muy bello, por cierto. —¿Te gustaría probarlos? —preguntó de repente la entrevistadora, creyendo que Sheily miraba la bandeja con bocadillos que reposaba en el mueble junto al ventanal. —No los había visto. ¿Los prepararon aquí? —preguntó ella, y la mujer asintió—. En ese caso, creo que un pequeño test de calidad no vendría nada mal.Sheily se levantó y fue por algo que parecía una galleta c
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LXXXIII El nuevo jefe
A fin de poder familiarizarse con el funcionamiento del restaurante, Sheily llegó a la hora de apertura y se presentó con los trabajadores. Tenían el servicio de comida para llevar y hasta de reparto a domicilio, lo que compensaba ser un local más pequeño que el de Zack. Benicio, el chef, estaba a cargo de la remodelación de la cocina y preparaba el almuerzo para los trabajadores. Tuvo miradas apreciativas para Sheily y muy buenas palabras también. Ella había llegado a renovar el ambiente del restaurante mucho más que una capa de pintura o el nuevo mobiliario. Estuvo hablando con él y luego fue con el jefe del local para plantearle las ideas que se le habían ocurrido. Al salir, vio a Zack parado en el estacionamiento. —Entonces era cierto, ¿vas a trabajar aquí? ¿Lo estás haciendo a propósito? —No tenía idea de que estabas aquí, Zack. Lili me dijo que te habías ido lejos. Quería alejarme de la ciudad y por eso acepté esta oferta de trabajo, esa es la verdad. —Pensé que trabajaría
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