Los ojos de Jade se abrieron de par en par, buscando desesperadamente una señal de que aquello era una broma de mal gusto. De que realmente la dulce Gala no le estaba gritando a la cara palabras cargadas de resentimiento. Pero su arrebato seguía resonando en su cabeza, claro y contundente. Era una verdad callada por mucho tiempo, era el sufrimiento de su amiga y no podía minimizarlo ni ignorarlo. Por el contrario, debía de atenderlo.—Gala, no sabía que…—No, por supuesto que no sabías nada, Jade —se burló cínicamente, como si no fuera más que una chiquilla estúpida, incapaz de percatarse de los sentimientos de los demás—. Tampoco esperaría que lo supieras, cuando no eres más que una niñita que no hace otra cosa que pensar en sí misma. —No digas eso, Gala —susurró bajito, dolida, al encontrarse siendo el objeto de su furia. De una furia que llevaba congelada demasiado tiempo, guardada por años y que, justo ahora, salía convertida en todo un volcán al que no le importaba lo que se lle
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