Durante algunos minutos contemplé a las dos mujeres con curiosidad, las apreciaba seguras, exitosas símbolos idóneos del poder femenino. Andrea me detalló con la mirada, buscando mi nivel de tolerancia, agitando mis nervios. ¿ Qué acciones las habían llevado a mi consultorio avergonzadas e incrédulas? - Yo no estoy para juzgarlas - dije midiendo mis palabras y tratando de brindarles confianza - pero, como les dije, necesito que sean sinceras y hablen sin reservas. Andrea, quien, al parecer, era la más comunicativa se acomodó inquieta en su asiento y expresó casi en un susurro: - Yo la amo, pero necesito emoción. Ella está muy concentrada en su trabajo, buscando clientes para su firma, mientras yo me aburro sola en nuestra casa. Al principio accedió a abrir la relación y, por un tiempo, funcionó para mí, pero perdimos los límites, ya no tenemos conexión y ella simplemente ha dejado de buscarme, aunque he descubierto que sale con varias personas. Mis ojos se dirigieron a Silvia,
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