—Te llevo, aunque sea a la fuerza. —Alejandro apretó los dientes y, sin soltarle la muñeca, la condujo fuera del salón con rumbo al estacionamiento.Al subir al auto, antes de arrancar, tomó el teléfono y llamó a Luciana. Fue ella quien contestó al primer timbrazo.—¿Luciana? —dijo Alejandro, sosteniendo el celular, con la voz en tensión—. Tengo que llevar a Mónica al hospital, está muy inestable…Habló con cautela, temiendo que Luciana se disgustara. Sin embargo, ella respondió con sorprendente tranquilidad:—Sí, lo sé. Te escuché. Haz lo que debas hacer… Adiós.—¡Luciana! —se apresuró a detenerla antes de que colgara.—¿Pasa algo más? —preguntó ella, con tono neutro.—Voy a dejarla en el hospital y regreso de inmediato. No tardaré —murmuró Alejandro, mirando por el retrovisor a Mónica, que tenía los ojos cerrados y el ceño fruncido.Del otro lado de la línea solo hubo silencio por un instante.—Quédate con ella —repuso al fin Luciana, antes de cortar la llamada.Alejandro, furioso e
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