Cuando regresó a su apartamento, decidió tomar una siesta. Se acomodó sobre la cama, puso un cojín suave a la altura de sus pies para aliviar la hinchazón y, como no había dormido bien la noche anterior, cayó rendida. Despertó ya entrada la tarde, sintiéndose mucho mejor.Corrió las cortinas y vio de nuevo la nieve cayendo. Fue entonces que sonó su teléfono: era Alejandro.—Luciana.—Mmm… —respondió ella, aún con voz adormilada.—Por cómo suenas, ¿estabas durmiendo?—Sí, justo me levanté.Con ese tono dulce, Luciana parecía una niña al despertar. Alejandro rió por lo bajo.—¿Qué hacías?—Nada, en realidad. Estoy libre, mirando por la ventana. Está nevando otra vez… me dieron ganas de salir a jugar con la nieve, hacer un muñeco…—¡Ni lo sueñes! —la interrumpió él de inmediato, con un deje de seriedad—. Hace mucho frío, ¿qué tal si te resfrías?—Pero… —Luciana titubeó, sintiéndose un poco culpable—. Solo lo decía por decir…—Ni se te ocurra —insistió él, como si temiera que fuera capaz d
Leer más