Esperó una hora antes de despertar a Diego.Abrió los ojos, algo desorientado al principio, pero en cuanto vio a Marina sentada a su lado, una suave sonrisa se dibujó en su rostro.—Diego, te preparé sopa, come un poco.—Está bien.Diego asintió y se levantó para sentarse.Marina rápidamente lo ayudó a recostarse en el cabecero de la cama.Tomó la sopa y, con la cuchara, empezó a dársela.Diego miró hacia abajo, probó un poco y, en tono juguetón, dijo:—Marina, ¿desde cuándo te volviste tan cariñosa?Marina lo miró fijo y, de repente, le preguntó:—¿De verdad solo tienes un resfriado con fiebre?La manera en que Diego se veía no parecía solo un resfriado común.Aunque su voz sonaba ronca, su tono era tranquilizador:—Marina, de verdad estoy bien, no tienes que preocuparte. No te estoy mintiendo.Y, con una mirada seria, añadió:—Te juro que si te miento, se me va a encoger.Marina lo miró en silencio.Aún con la energía para hacer bromas, parecía que ya se sentía mejor.Marina continuó
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