—Diego, yo me voy a la oficina.Marina, con el bolso en la mano, se acercó a Diego, que esa mañana estaba en el jardín alimentando al patito que vivía allí.—Ok —respondió Diego, girando la cabeza para dedicarle una sonrisa tranquila.Al amanecer, y fingiendo normalidad, Marina se levantó temprano y se preparó para ir a trabajar. Salió de la casa, subió al auto y partió rumbo a la oficina.Mientras tanto, Diego terminó de alimentar al patito, se levantó, se lavó las manos y fue a cambiarse. Renato ya lo esperaba afuera. Cuando vio a su jefe salir, abrió la puerta del auto para él.Diego se subió sin decir palabra, mientras Renato se acomodaba en el asiento del copiloto. El vehículo comenzó a avanzar hacia las afueras de la ciudad, recorriendo calles con edificios viejos y descuidados. Los primeros rayos del sol se filtraban por las ventanas, llenando el interior del auto con luces y sombras que parecían bailar con el movimiento.Finalmente, el auto se detuvo frente a un edificio ya cas
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