135. El poder del Bee Gees
El cuarto es pequeño, sencillo, funcional. Una cama de sábanas blancas estiradas sin demasiada ceremonia ocupa el centro; a un lado, un pequeño sillón gastado y una mesa redonda con una lámpara de luz amarilla tenue. Las paredes, desnudas salvo por un espejo colocado estratégicamente frente a la cama, me recuerdan un poco a mi habitación del club..., pero sin la magia, sin el lujo, sin los detalles que hacen sentir especial el espacio. Aquí todo es más crudo, más real.Apenas cierro la puerta detrás de mí, nuestras miradas se encuentran, y es como si el mundo se encogiera a nuestro alrededor. James no pierde ni un segundo. En tres zancadas está frente a mí, sus manos toman mi rostro, me jala hacia él y me come la boca con besos desesperados, hambrientos.Me empuja suavemente contra la pared, sus labios recorren los míos con urgencia, su lengua se cuela entre ellos, enredándose con la mía. Siento sus manos recorrer mi cuerpo con un frenesí que se siente eléctrico. El simple roce de sus
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