140. Toques silenciosos
Exploramos el lugar con pasos lentos, como si estuviéramos dentro de un santuario que no quisiéramos profanar demasiado rápido. Gabriel se inclina a observar uno de los cuencos de barro; hay un aceite espeso y brillante que huele a algo entre clavo y vainilla. Yo paso la mano por uno de los cojines: su textura es tan suave que parece que respira. Todo aquí invita al cuerpo a relajarse... y al deseo a desperezarse como un felino en calor.
Me acerco a la camilla más cercana y me siento en el borde. El lino está tibio, casi como si alguien lo hubiera calentado antes. Me inclino hacia atrás y apoyo las palmas sobre la tela mientras cruzo las piernas. Levanto la mirada. Gabriel está parado frente a una bandeja con piedras volcánicas, sus dedos pasan por encima sin tocarlas del todo. Su bata se abre un poco más cada vez que se mueve. El pecho está desnudo, el tono de su piel contrasta con el azul oscuro del bermuda que lleva puesto. El vaho del ambiente hace que parezca aún más definido… má