139. El arte de tocar sin manos
Sigo mirándolo, y él me devuelve la mirada con esa mezcla de curiosidad y alerta que tanto me gusta. No hay nada apresurado entre nosotros, pero el aire se ha vuelto más espeso, más cargado de algo que no se nombrar, pero se siente. Giro un poco la cabeza y, al otro extremo del estanque, veo a Danna y Bárbara. Se han acercado aún más; sus manos siguen entrelazadas bajo el agua, y sus frentes casi se tocan mientras susurran algo que no alcanzo a oír. Hay ternura en sus gestos. Un tipo de entrega que no necesita explicación.
Danna me ve. Me sostiene la mirada y me sonríe, como si acabara de recordar esa conversación que tuvimos hace tiempo, cuando le confesé que Gabriel me gustaba desde el primer día que lo vi. Esa noche en el club, después de mi número de pole dance, cuando él se me acercó con esa calma suya y esa forma tan Gabriel de hablarme como si ya supiera cosas de mí. Desde entonces, nunca dejó de gustarme. Solo se volvió más inalcanzable cuando pasó a ser mi jefe.
Pero Danna me