118. CONTINUACIÓN
Ambos guardaron silencio por un momento. La mente del señor López seguía trabajando a gran velocidad. —Si se lo dije —protestó Sofía. — Pero ella me contestó que la única manera de verte era esa, por eso le hice caso de tonta, y fue entonces cuando me empujó en aquella habitación dónde tu estabas, era muy oscuro, no tenía mis espejuelos y la máscara que me puse no me dejaba ver bien. —¿Y qué hacía yo Sofi? —preguntó el señor López. —¿Tú? Bueno…, estabas sentado en una silla, mirándome extraño. Yo traté de hacer lo que me indicó la señora, y caminé a tu encuentro. No podía distinguir quién eras, te llamé, pero me mandaste a callar. ¡Te juro César que lo intenté muchas veces, hacerte entender que era yo! —dijo limpiando una lágrima que rodó por su mejilla —, pero tú…, tú… —¿Yo qué, Sofí? —insistió el señor López. —¡Me tapaste la boca y me impediste hablar! —gritó ella llorando ahora a todo dar mientras describía su horrenda experiencia. —Traté de escapar de ti, de que no me hicieras
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