Narrado por Mía Me cambié de ropa con prisa, sintiéndome incómoda con esa bata de pacientes. Mi primer instinto fue salir del hospital antes de que mis padres o sus contactos se dieran cuenta de mi paradero. Intenté llamar a mi padre, pero no contestó. Mi ropa, mi celular y mi bolso se habían quedado en el taxi o en la universidad. El doctor que me atendió, ese tal Miller, tenía una seriedad que me hacía sentir culpable sin saber por qué, y definitivamente no le caía bien. Caminé por los pasillos, observando la realidad cruda que mi burbuja de cristal nunca me permitía ver: personas luchando con lo poco que tenían. Eran las cosas que mi padre debería mejorar como político, pero él nunca me dejaba opinar. Simplemente, no tenía fe. Al salir, cerré los ojos para absorber la luz del sol. El sonido de un claxon me hizo abrirlos de golpe. Dos autos negros, imponentes, se detuvieron frente a mí. —Mi padre no puede andar solo, ni para ir al baño —suspiré, reconociendo el exceso de seg
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