Início / Romance / Déjame ir SR Miller / . 🌹 Capítulo II: La Fragilidad de una Estrella y el Misterio Miller
. 🌹 Capítulo II: La Fragilidad de una Estrella y el Misterio Miller

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Pasamos una noche increíblemente especial. Kyler Miller era magnético; un torbellino de encanto y agudeza que me hacía reír de verdad, algo que rara vez sucedía en mi vida estructurada. Caminábamos por los salones de su inmenso hotel, y yo no podía ignorar las miradas de los demás. Me veían con una mezcla de curiosidad, envidia y desaprobación: la hija del congresista en un coqueteo abierto con el nuevo rey de la hotelería neoyorquina.

Se detuvo en una mesa auxiliar, tomó un vaso de whisky de un mesero y me miró por encima del borde.

—¿Qué has estudiado, Mía? —Su pregunta era casual, pero su mirada era de análisis.

—Varias cosas —admití, encogiéndome de hombros—. Dos años de leyes, un semestre de economía. Pero quiero estudiar Medicina. Eso es lo que me apasiona.

—Te podría ayudar —Me observó con esa sonrisa que sabía que me desarmaba—. Tengo un familiar que es jefe de cirugía en el Hospital St. Jude. Podrías entrar sin problemas.

Lo interrumpí de inmediato. La ayuda era la jaula de mi vida.

—No, gracias. Quiero esto por mí misma. —Caminé hasta quedar frente a él, tomé su mano izquierda, cálida y firme, y la sostuve entre las mías—. Kyler, necesito que me valoren por mí, no por la chequera de mis padres. O por tus contactos.

Él sonrió, acercándose a mí, acortando la distancia que tanto me gustaba mantener.

—Pero no soy tu padre. Puedo darte un empujón sin condiciones.

Me alejé un paso, soltando su mano.

—Lo sé. Pero las condiciones siempre terminan llegando.

—Eres una chiquita temperamental, Mía Stiller.

—Puede ser —Le devolví la sonrisa, pero esta vez fui yo quien tomó la iniciativa—. Ven, bailemos.

No le di opción. Lo jalé conmigo a la pista y él, resignado pero divertido, dejó su vaso en la bandeja de un mesero que pasaba.

—No iba a bailar con el trago en la mano, para tu información.

—¡Oh, sí! El señor misterioso y su protocolo de etiqueta.

—La verdad es que sí. No soy así con todos.

—¿Por eso todos me ven raro? ¿Por qué yo?

—Digamos que es como Cenicienta. En medio de un baile aburrido, solo hay ojos para la que llegó con un brillo diferente.

—No me siento así —murmuré. En realidad, me sentía como una bomba de tiempo lista para explotar.

La música era lenta. Nos movíamos al ritmo de un vals, un eco de la música clásica que servía de telón de fondo para los affaires de alta sociedad.

—¿Cuántos años tienes? —pregunté.

—Veintiséis.

—Y ya eres tan exitoso. ¿Cómo lo lograste?

—No me gusta hablar de negocios. Es aburrido —cambió de tema sin esfuerzo—. ¿Tienes novio?

—No, no tengo —Sonreí y lo miré directamente a los ojos, notando la profundidad de su color oscuro.

—¿Te has enamorado alguna vez?

Hice una pausa.

—Sí. De alguien que conocí hace mucho tiempo y nunca supe quién era realmente.

—Un enmascarado —Concluyó, con una perspicacia que me inquietó.

—Justo como tú hace unas horas. ¿Me dirás tu nombre completo antes de que termine la noche?

—Mi nombre es Kyler Miller. Dueño de las cadenas de los hoteles Miller.

La fiesta continuó. Las charlas se reanudaron sobre negocios, política y el ascenso de mi padre. Me sentía atrapada de nuevo entre señores con vasos de whisky en la mano.

Kyler se paró frente al estrado para hacer un brindis, y todas las miradas se centraron en él.

—Quiero brindar por estar hoy acá, por todos ustedes —Todos levantaron sus copas—. Y brindo especialmente por mi apoyo incondicional al Señor Stiller para su campaña a gobernador.

Me observó. Y fue en ese instante que su mirada perdió toda la dulzura. Se volvió misteriosa, oscura, y me dio un escalofrío que no tenía nada que ver con el amor.

«Es muy guapo, lindo, una persona estudiada, sería la persona ideal». El pensamiento cruzó mi mente como un rayo.

«Oh, por Dios, Mía. Saca esas ideas de tu cabeza», me reprendí.

La noche terminó como siempre: mi padre decidió que nos quedaríamos en el hotel. Era su regla inmutable: se hace lo que él dice.

A la mañana siguiente, me desperté en una suite de lujo, sintiendo que un camión me había pasado por encima. Hoy comenzaban mis clases de Medicina. Recorrí las instalaciones, la seguridad era omnipresente, hasta que llegué a un balcón en el primer piso. Crucé los brazos sobre el barandal de aluminio y observé las últimas estrellas antes del amanecer.

—Te ves hermosa.

Escuché su voz, ahora demasiado familiar. Kyler estaba allí.

—Voy a tener que decirle, Señor Miller, que me está persiguiendo.

Rio, ese sonido que me había embelesado la noche anterior.

—Me gusta observar las cosas hermosas. —Volteé a verlo, y me extendió una copa con un color tentador—. Ten. Es una margarita.

—Eres una pésima influencia para mi primer día de universidad.

—No tiene mucho alcohol, lo prometo —Acepté, riendo, a pesar de mis principios.

El cielo estaba radiante. Me concentré en esa estrella que siempre está cerca de la luna: brillante, fuerte, y, aun así, sola. Sentía que algún día podría brillar así.

—Mira, una estrella fugaz —dijo, señalando el cielo.

Cerré los ojos, con el corazón apretado.

«Quiero conocer el amor, pero el amor verdadero, el que no tiene un precio o un contrato».

—¿Pediste tu deseo? —Se acercó a mí.

—Sí, lo hice. ¿Y tú?

—Me da curiosidad. ¿Qué es lo que más desea una chica como tú, que lo tiene todo? —Me preguntó, cruzando los brazos, su rostro ahora serio.

—¿Tengo todo? —Mi voz sonó hueca.

—Viajes, dinero, una familia de poder, eres bella. ¿Qué más se puede desear?

—El dinero no compra la felicidad, Kyler. Al menos la mía no.

Pasamos tiempo hablando de cosas sin sentido: música clásica, ópera, literatura. Temas que nuestro círculo social nos obligaba a saber.

Lentamente, las horas pasaron. Kyler se quedó dormido, la cabeza apoyada en la barra. Traté de levantarme, pero me tambaleé. Tomé su muñeca para mirar la hora en su reloj.

M****a.

Eran casi las 8:00 a.m. ¡Llegaría tarde a mi primera clase! Susurré una maldición y traté de correr, pero el mareo era intenso. Debía ser esa "margarita light".

Tomé un taxi. Iba con el vestido de cóctel de diseñador, el maquillaje corrido y el cabello atado en una cola de caballo desesperada.

—Si mi padre me viera ahora, le daría un infarto. Sería divertido, en realidad.

El taxista me miró raro. Bajé del auto frente al imponente edificio de la facultad de Medicina. Caminé apenas unos pasos, y el mundo comenzó a dar vueltas. Mis manos y mi frente estaban frías, y el sonido se convirtió en un zumbido ensordecedor.

—Señorita, ¿cree que es una buena manera de venir vestida así a la universidad? —dijo una voz alta, un chico rubio parado frente a mí, con una bata blanca sobre un conjunto azul de estudiante. —¿Está bien?

Se acercó. Traté de responder, de disculparme. Pero era demasiado tarde. El contenido de mi estómago salió disparado. Lo vomité todo encima. Luego, el mundo se apagó.

—Señorita... —Escuché una voz lejana—. Señorita.

—No quiero —murmuré, sintiendo mis párpados pesados.

—Señorita —insistió la voz.

Sin pensarlo, levanté la mano y sentí el impacto de mi palma contra algo caliente y duro. Todo volvió a mí de golpe. Abrí los ojos, me senté en la cama y vi al chico rubio, mi víctima, frotándose la mejilla. Estaba en una sala, con monitores y una cortina verde agua.

—Muy lindo mi comienzo de día —dijo él, con ironía en su voz.

—¡Lo siento mucho! —Dije, mortificada. Llevaba una bata de pacientes—. ¿Qué hago aquí?

—Se desmayó, y la trasladaron al hospital público más cercano.

—¿Público? —La palabra se sintió extraña, ajena a mi burbuja.

—¿Hay algún problema? —Su voz se volvió cortante.

—No, no. Estoy bien. ¿Me iré hoy?

—Se le realizarán unos exámenes. Gracias por traerme, le aseguro que le pagaré su ropa.

—No tiene por qué. No me repondrá mi día con eso —dijo seriamente, mirando una tabla con mis documentos—. Sigan colocándole solución y esperen los resultados —le indicó a la enfermera.

—No se preocupe, Sr. Miller —dijo la enfermera, acomodando mi historial.

Me quedé helada. ¿Miller?

—Disculpe, ¿su apellido es Miller?

—Sí —contestó, sin mirarme.

—¿Por casualidad es hijo del difunto Sr. Miller, dueño de las cadenas de hoteles?

El chico se detuvo un instante, mirándome con una frialdad que me atravesó.

—No, no es su hijo —dijo la enfermera, acercándome un celular—. Puede llamar a un familiar.

Sonreí con ironía. Ayer, Kyler me había contado sobre la muerte de su padre. Hoy, este apellido me perseguía en un hospital público. Dos Miller. Un mismo apellido. Un mismo destino funesto, pero con diferentes consecuencias en mi vida.

No podía imaginar en ese momento que estos dos chicos, Kyler el encantador heredero, y este estudiante frío y serio, serían los dos ejes de mi destrucción emocional. Dos Miller destinados a ser el inicio y el fin de mi corazón.

¿Te gustaría que el próximo capítulo se centre en la conversación de Mía con Kyler Miller, revelando el verdadero motivo detrás del contrato?

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