Narrado por Mía
Me cambié de ropa con prisa, sintiéndome incómoda con esa bata de pacientes. Mi primer instinto fue salir del hospital antes de que mis padres o sus contactos se dieran cuenta de mi paradero. Intenté llamar a mi padre, pero no contestó. Mi ropa, mi celular y mi bolso se habían quedado en el taxi o en la universidad. El doctor que me atendió, ese tal Miller, tenía una seriedad que me hacía sentir culpable sin saber por qué, y definitivamente no le caía bien.
Caminé por los pasillos, observando la realidad cruda que mi burbuja de cristal nunca me permitía ver: personas luchando con lo poco que tenían. Eran las cosas que mi padre debería mejorar como político, pero él nunca me dejaba opinar. Simplemente, no tenía fe.
Al salir, cerré los ojos para absorber la luz del sol. El sonido de un claxon me hizo abrirlos de golpe. Dos autos negros, imponentes, se detuvieron frente a mí.
—Mi padre no puede andar solo, ni para ir al baño —suspiré, reconociendo el exceso de seguridad.
La puerta trasera del segundo auto se abrió, y Kyler Miller salió. Iba vestido con su traje, la corbata aflojada, apoyado en el vehículo mientras me observaba. Era una visión de poder y elegancia. Me acerqué a él lentamente, sintiendo una extraña punzada de alivio al verlo.
—¿Qué hace acá, Miller? —Sonreí, a pesar de mí misma. —¿No me diga que vino a hacer beneficencia en el hospital público?
Él sonrió, entendiendo la mano. Era un gesto que no parecía de él, demasiado sincero.
—Realmente estoy aquí por ti, Srta. Stiller.
Lo miré con duda, mi sonrisa se desvaneció. No acepté su mano, y él la bajó, metiéndola en el bolsillo de su pantalón.
—¿Cómo sabes que estaba aquí?
—Contactos. Los mismos que usa tu padre para hacer desaparecer problemas —respondió, sin moverse. Yo me crucé de brazos, sintiendo la familiar sensación de ser una pieza vigilada.
—¿Así que ya me investigaste?
Negó con la cabeza.
—Dado el puesto que tiene tu padre, creo que sería difícil encontrar información que no sea pública, Mía. Es complicado buscar algo de verdad en tu vida. —Antes de que pudiera refutar su sutil ataque, continuó. —¿Estás bien? Deberías descansar.
—Estoy bien. Solo fue por la noche que tuve.
Él rió, una carcajada fuerte y genuina que por un momento disipó la tensión.
—¿Vamos a tomar algo? Me siento culpable de dejarte en ese estado..
—No deberías —Sonreí—. Pero podemos ir.
—¿A mi casa? —Preguntó. Levanté una ceja, esperando la trampa—. No pienses mal. ¿Qué diría la prensa si te ven conmigo en cualquier lugar? Suspiro. No me molestaría, pero quiero protegerte. —Se movió, abriendo la puerta del auto con una galantería de otra época—. ¿Vamos?
Asentí y entré.
—Gracias por venir, Kyler.
Él no dijo nada, solo le hizo una seña a su chofer. Condujimos durante casi una hora. El silencio era cómodo, no incómodo. Al llegar, él bajó y me abrió la puerta. Acepté su mano, y el roce hizo que mi cuerpo reaccionara con una chispa que solo aquel extraño enmascarado había provocado.
—Bienvenida a mi casa —dijo, cerrando la puerta. La mansión era enorme, quizás más grande que la de mis padres, pero con una arquitectura más moderna, más fría—. Gracias por venir. Aunque esta casa es enorme, siempre estoy sola
.
—Es como en mi casa —Separé nuestras manos, sintiendo que la proximidad ya era demasiado peligrosa. —Digo, siempre estoy sola.
Él solo sonrió, y entramos. La decoración era exactamente como me la había imaginado: moderna, con líneas limpias y frías. En la sala, me detuve frente a un retrato grande de Kyler y, supuse, sus padres.
—¿Tus padres? —Pregunté.
Él asintió.
—Te pareces un poco a tu padre, pero tienes los ojos de tu madre. Sonríes como ella.
—Eso debe hacerme un buen partido, ¿no? —Sonrió. La pregunta era retórica, pero su mirada era penetrante. —¿Quieres comer algo?
—¿Te parece si vemos una película y hacemos cotufas? —Pregunté, sintiéndome genuinamente ingenua y libre por primera vez en meses.
—¿Netflix? —Me miró confundido. —¿Cotufas? —preguntó con curiosidad.
—Sí, bueno, ver N*****x no tanto, solo el dicho. —Sonreí y me acerqué—. Y las cotufas son el maíz que se explota para ver películas. —Expliqué, haciendo un gesto explosivo con las manos.
—Ah, ¡palomitas! —Corrigió, con un tono de autoridad.
—¡Cotufas! —Crucé los brazos y le hice un puchero.
—Es muy lindo tu puchero, Mía, pero es palomitas de maíz —dijo, tratando de mantener la seriedad.
—Me crie en Venezuela con mi nana y allá decimos cotufas. Palomitas es para los débiles —Me reí. Él negó con la cabeza, riendo también.
—No sabía que viviste allá. —Me tomó la mano—. Vamos a la cocina.
—Viví allí, o mejor dicho, crecí allí con mi nana —aclaré, siguiendo sus pasos.
La cocina era de mármol negro y extremadamente grande, con electrodomésticos de acero inoxidable que nunca habían sido usados, al parecer. Sonreí. ¿Qué me pasaba? A su lado, me sentía como una adolescente normal.
—¿Nunca antes habías estado en una cocina, Kyler?
—Desde que regresé de Venezuela, no.
—Ríe. —Pedimos algo. Soy un desastre culinario.
—No, yo puedo hacerlo. Es más, haré unas malteadas.
Tardé un rato en encontrar la licuadora. Kyler solo me observaba, divertido, en cada movimiento. Abrí la nevera, saqué frutas, las lavé, las piqué y las coloqué en la licuadora.
—Pareces una chef de verdad —Sonrió. Se quitó la chaqueta del traje y se acercó a mí. —Mía, ¿no huele un poco a quemado?
—No seas tonto —respondí, y luego recordé las cotufas que había puesto a calentar. Me acerqué rápidamente a la estufa para apagar la hornilla.
—¡Déjame ayudarte con la malteada! —dijo él.
Me giré, pero era demasiado tarde. Kyler encendió la licuadora... sin la tapa puesta. Pude apagarla, pero ya estábamos cubiertos de una mezcla pegajosa de malteada de fruta.
—¡No voy a querer tu ayuda en la cocina! —Me reí con todas mis fuerzas al ver el desastre que había hecho. Estábamos empapados, la cocina parecía un jardín de niños.
—No es chistoso —dijo, pero él también se reía. Se acercó a mí. —Lo lamento. Tienes hasta el cabello lleno de fruta.
—Es bueno para la piel y el cabello —Fue lo único que pude responder, sintiendo que mi risa se apagaba bajo la intensidad de su mirada. Él pasó su mano detrás de mi cuello para quitarme un trozo de fresa.
Me observó detenidamente. Mi corazón latía a mil por hora. Mi garganta estaba seca. Me mordí el labio. Él se acercó, su otra mano abrazó mi cintura, acercándome a él. Nuestros labios estaban a centímetros.
BEEP BEEP BEEP
La alarma de incendios, alertada por las cotufas carbonizadas, nos separó. Me reí a carcajadas al ver el humo saliendo de la olla. Kyler también sonrió, un hombre de negocios completamente desarmado. En ese caos, por un instante, pensé: Este podría ser el hombre que me salve de mi vida.