CAPÍTULO 6. Lo quiero a él

Marianne sonrió. Él no podía entenderlo porque no la recordaba, pero para ella, que había pasado tanto tiempo pensando en él, era imposible no estar feliz solo por el simple hecho de tenerlo delante.

—Sé sincera conmigo… ¿qué tan loca estás? —preguntó Gabriel mirándola por encima de los lentes oscuros y ella solo sonrió con picardía.

Era exactamente como lo recordaba, aunque con la barba más tupida y pequeñas arrugas de preocupación en la frente. Estaba a punto de bajar la vista y observar el resto de aquella mole que era su cuerpo, cuando él frenó de golpe.

Marianne miró alrededor, ni siquiera se había dado cuenta de que ya estaban en la casa, y su cuerpo volvió a tensarse.

Gabriel le abrió la puerta y tuvo buen cuidado de escoltarla por la parte trasera de la casa, porque estaba casi seguro de que iba a terminar haciendo un escándalo.

—¡Te dije que no quería venir! —le gruño ella.

«Cuatripolar», pensó él antes de señalarle violentamente a la puerta.

—¡Entra o te cargo adentro! ¡Tú eliges!

Marianne se recogió el vestido con rabia y taconeó con fuerza dentro de la casa.

Astor hizo un gesto de rabia cuando la vio llegar, pero apenas se acercó a Marianne cuando la figura imponente del guardaespaldas se situó tras ella. La mirada del hombre era tan hosca que Astor retrocedió.

—A la biblioteca —siseó y Marianne caminó frente a él.

Gabriel Cross arrugó el ceño por un segundo. La muchacha estaba loca, pero el brillo en los ojos de Astor Grey no le gustaba. Había leído informes sobre él. El primogénito, el hijo perfecto, la figura social impecable y bueno… él no se tragaba nada de eso.

Así que caminó con determinación detrás de ellos y cuando vio a Benjamín y al señor Ministro dentro de la biblioteca, se sintió plenamente justificado para entrar.

Mientras, Marianne se tranquilizó un poco al ver que su padre la esperaba.

—¡Papá! Dime que no vas a consentir esto… —dijo acercándose con un gesto de impotencia—. ¡Astor me quiere casar con un idiota…!

—Ese sería yo… —siseó Benjamín, evidentemente disgustado al ver la resistencia de su supuesta prometida.

—¿Y a ti quién te metió en esto? —le espetó Marianne.

—Pues tu padre y el mío cuando acordaron que nos casáramos para salir de nosotros.

El Ministro se puso rojo de la vergüenza y Marianne negó.

—Pues el tuyo a lo mejor, pero mi padre no me haría eso —aseguró girándose hacia Hamilt—. ¿Verdad que no, papá? ¿Verdad…?

Pero el corazón de Marianne terminó de destrozarse cuando su padre esquivó su mirada y respondió:

—La familia necesita esto. Tienes que casarte con Benjamín…

Marianne retrocedió y Gabriel la vio apretar los puños.

—¿¡Por qué!? ¡Que este imbécil busque cómo tapar su porquería con otra! ¡No me voy a casar con él!

—¡Basta, Marianne! —rugió su padre con un tono que a ella la dejó petrificada—. ¡Basta de faltas de respeto! ¡El señor Ministro necesita un favor y nosotros necesitamos otro! ¡Tu hermano tiene razón, todos tenemos que aportar a esta familia, tú más que nadie…!

La muchacha contuvo la respiración y sus ojos se humedecieron. Así que después de todo el bondadoso Hamilt Grey también creía lo mismo, tenía que pagarles el techo y la comida, porque ya habían tenido la bondad de acoger a la bastarda.

—Cásate con Benjamín, ayúdalo… no tiene que ser para siempre… —murmuró su padre, pero lo que no decía era que aquel contrato del Ministro iba a durar tanto como su matrimonio.

—Pensé que de verdad eras diferente —siseó Marianne con desprecio—. Pensé que lo habías mandado a buscarme porque estabas de mi parte —gruñó señalando a Gabriel—, pensé que lo habías mandado a él porque querías ayudarme…

—¿Mandarlo? Yo no lo mandé —dijo su padre—. Ni siquiera lo conozco.

Marianne hizo un gesto de sorpresa y se giró hacia Gabriel, pero fue Benjamín quien se adelantó.

—Yo fui quien lo mandó. Es mi guardaespaldas —le dijo y la muchacha sintió que se le hacía un nudo en la garganta.

—¿Cómo…? ¿Eres guardaespaldas de este? —gruñó con rabia mirando a Gabriel, porque si había algo peor a que aquel hombre no estuviera de su lado, era precisamente que estuviera del lado del imbécil con quien querían casarla—. ¿¡Cómo puedes estar de acuerdo con estas cosas!?

—Mi trabajo no es estar de acuerdo, es proteger al hijo del Ministro —replicó Gabriel, incómodo porque ella lo increpara delante de todos.

—¡Pues menuda basura estás protegiendo!

—¡Marianne! —rugió Astor, pero el guardaespaldas solo levantó una ceja satisfecha.

—No por mucho tiempo —respondió Gabriel, y Marianne recordó aquella llamada donde alguien acababa de prometerle otro trabajo.

Iba a perderlo otra vez. Su vida ya estaba hecha un infierno y encima iba a perder de nuevo al hombre que había estado buscando por años. Sentía tanta rabia que apenas podía controlarla, sus hermanos eran unos sinvergüenzas, su padre un oportunista y su héroe se le estaba desmoronando.

«¡Pues a la mierd@ con todos!»

Miró a Benjamín, que tenía una cara de depravado que no podía con ella, y luego se giró hacia el Ministro de Defensa porque se notaba que el único que tenía poder para decidir era él.

—No voy a casarme con su hijo ni aunque me amarren, me maten de hambre, o me encarcelen. Usted me conoce, sabe que he pasado cosas peores y que eso ya no me da miedo —siseó—. Si me obligan a casarme lo haré quedar mal en cada evento al que vaya, me escaparé de la boda, sacaré a internet fotos de su hijo haciendo cochinadas, declararé que me golpea y para acabar mi amiga Stela hará un escándalo mayúsculo en las redes, hasta que todo el mundo sepa que el señor Ministro de Defensa vende los contratos armamentistas del gobierno a cambio de la buena imagen de su hijo. Debe haber algún delito de corrupción con ese nombre… ¿no es cierto?

El Ministro se puso pálido y a Gabriel casi se le cayó la quijada. Jamás había esperado que una cachorrita perdida loca como ella tuviera ovarios para hablarle así nada menos que al ministro de defensa de los Estados Unidos.

—Sin embargo, ya que se ha tomado tantas molestias para traerme, y necesita tanta ayuda, se la voy a dar. Me voy a comprometer con su hijo.

La sorpresa inundó los rostros de todos.

—¿Y si yo no estoy de acuerdo…? —gruñó Benjamín con el ego herido.

—Pues hubieras follado menos y con menos público. Así que cállate que esta es una negociación entre tu padre y yo —le escupió Marianne antes de girarse de nuevo—. Me voy a comprometer con su hijo… con una condición.

Y al parecer el Ministro estaba desesperado porque asintió sin dudarlo.

—La que sea.

Marianne levantó una mano y apuntó a un lado, señalando al guardaespaldas.

—Lo quiero a él.

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