Capítulo 3

Ava Janssen

Londres

Su pregunta estaba agotando mis últimas reservas de paciencia, estaba a punto de mandar a la m****a a todos, que nadie se atreviera a cruzarse en mi camino, en estos momentos odiaba a todos los hombres sobre la faz de la tierra, sin excepción. Tenía tantas ganas de fumarme un cigarrillo, llevaba casi un año sin una gota de nicotina en mi sistema, estaba limpiando mi cuerpo para poder embarazarme.

— ¿Cómo qué de quién? De Bruno y mío, no quiero nada y no lo voy a pedir, puede que exista un acuerdo de bienes mancomunados y unas capitulaciones, anúlalos, quiero algo simple y conciso, no hay hijos, no hay compromisos, solo pon incompatibilidad. ¿En cuánto tiempo lo tienes listo?

—Me tomas por sorpresa, Ava, voy saliendo de la oficina.

Al parecer no me ha conocido en el tiempo que llevamos tratándonos, era imposible que la situación pudiera empeorar, soy directa.

—Lo necesito para hoy, para eso te pago.

Estaba dejando salir toda mi frustración, el corte de cabezas iba a ser parejo, nada ni nadie me importaba, de modo que esto era lo que había conseguido Bruno después de 7 años de convivir con él, convertirme en una persona sin sentimientos, cruel y malvada, logré respirar y tranquilizarme, esperando su respuesta.

—Dame unos minutos y te marco.

—Perfecto.

Corté la comunicación. No me importa sonar grosera, entre más pronto salga de esta farsa, muchísimo mejor, enciendo mi MacBook y busco diferentes vuelos, Grecia, París, Ámsterdam, México, New York, Seúl, Italia, Colombia, cualquiera de esos destinos son una buena opción. Podía cerrar los ojos y apuntar hacia cualquier sitio del globo terráqueo. Puedo tomar unos días para adaptarme y luego empezar a buscar empleo. Me entretengo en mi tarea y suena el móvil, lo tomo sin ver el contacto, sé exactamente de quien es la llamada.

—Harold.

—Ava, ya tengo el documento ¿quieres revisarlo antes, para ver si le pones algo que se me haya pasado por alto?

— ¿Ya estás en camino?

Digo con impaciencia, ya solo me quedaba esperar con toda la rabia acumulada, nadie habría dicho que horas antes estaba escogiendo muebles infantiles y ropa neutra para un bebé, para nuestro bebé. Que habíamos planeado empezar a buscar el momento oportuno para engendrarlo.

—En cuanto te mande el escrito salgo para tu casa.

—Está bien, trae una copia del documento, confío en que lo hayas redactado tal como te lo pedí.

No pierdo el tiempo, quiero estar lo menos posible en esta casa, que ni siquiera es mía, entré con paso firme al cuarto de baño, tomo mis artículos de aseo personal, me detuve por un instante, me puse a temblar de impotencia, preguntándome si mi corazón se pararía por un segundo, me había pasado los último cinco años de mi vida trabajando como una loca en las empresas de los Cobbs, me sabia el itinerario diario de Bruno, había supuesto que la pasaríamos juntos la mayor parte de nuestra vidas. En definitiva, no estaba preparada para lo que se me vendría encima.

Hago una cuenta mental de lo que tengo depositado en el banco, llego a la portátil, busco información sobre una tarjeta internacional y la pongo a mi nombre con el apellido de soltera de mi madre, definitivamente, si empezaban a buscarme tardarían algún tiempo en dar conmigo, aunque sabía que sus posibilidades eran grandes, necesitaba el anonimato, necesitaba estar alejada de todo esto, de todos.

En cuanto llega Harold, lo saludo normal, nuestro trato siempre ha sido amistoso y cordial, nos conocemos desde que entré a la empresa y es el abogado de la familia, trata los casos de forma individual, por lo consiguiente ahora me está representando a mí, de no ser así, estaba dispuesta a conseguir a alguien más.

—Esto será rápido.

Me entrega los documentos, no lo dejo pasar a la oficina, no los leo y en la mesita de la entrada, firmo los dos folios y se los entrego. Obteniendo los documentos, los coloca en su maletín y lo cierra.

— ¿Necesitas algo más?

—Sí, en cuanto estén firmados por la otra parte, me lo notificas a través de un correo electrónico y después te indico donde enviarlo en físico.

— ¿Te vas de la ciudad?

—Si es preciso, hasta del país.

No hace más preguntas, estoy segura de que entiende que en estos momentos no estoy para charlas de amigos. Nos despedimos, no miro hacia atrás, busco mis maletas y empiezo a organizar solo lo necesario, a donde vaya conseguiré lo que me plazca, coloco la MacBook con todos los accesorios que necesito, no quiero dormir hoy en la cama donde nos juramos amor eterno, donde muchas noches disfrutamos el uno al otro, dejo las llaves del auto y el móvil sobre la mesita de noche, a donde voy, no los necesitaré. Si era lo que quería con gusto es lo que va a obtener.

Pues bien, no había más tiempo que perder. Llamo a un taxi y llevo las maletas a la sala. Llega el taxi, el conductor me ayuda a subir las maletas a la cajuela. Me dirijo al hotel más cercano, cinco estrellas para ser precisos, me lo merezco, soy digna de todo lo mejor, quiero empezar con el pie derecho. Respiro hondo tratando de no perder el control de la situación, de no hundirme en la desgracia y el dolor, me digo que soy fuerte y nada ni nadie me hará bajar la cabeza. Era sin duda alguna el tiempo de renovación.

No hay nada de la mujer que soñaba con niños correteando por la sala, nada de la mujer que soñaba con prepararles galletas cuando regresaran de la escuela, nada de la mujer que soñó con envejecer al lado del que sería su compañero de toda la vida. Le digo adiós a la casa que se convirtió en el hogar que quise formar.

Así se pierden todas las esperanzas, así te dices que el amor no vale la pena, sabes que nunca vas a volver a confiar en nadie, que nunca vas a pedir rosas, las rosas que nunca llegaron.

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