Capítulo 4: La agonía de la bestia

―Señor Karras, es hora de irnos ―anunció Calvin, dejando la tableta sobre la mesa.

Habían estado trabajando en la oficina del CEO mientras hacían tiempo para la cita agendada. Zeke cenaría esa noche con su primo, que dirigía de la división tecnológica de la Corporación Kappa.

La velada transcurrió apacible, Abraham era un hombre de casi cuarenta años aunque apenas si parecía en los tempranos treinta; este se comprometió, junto a sus antecesores, a continuar la investigación para ayudar a los theriones. A pesar de haber encontrado a su basherte en su infancia, eso no impidió que padeciera los terribles dolores y ataques que sobrevenían antes de formarse el vínculo; adicional a eso, presenció el declive de su hermano mayor que, debido a la bestia y su salvajismo particular, murió antes de siquiera alcanzar la mayoría de edad.

Mientras Laboratorios Kappa se encargaba de desarrollar un compuesto que ayudara con los síntomas de la transformación; Kappa Tech se encargaba de crear un dispositivo que respondiera a los cambios físicos y fisiológicos en cuestión de segundos y liberara el medicamento directamente al torrente sanguíneo, con la finalidad de minimizar las consecuencias para el therion y las personas a su alrededor.

―¿Cómo está Karen? ―preguntó Zeke tras un rato.

―Está bien, la mágissa dice que el embarazo va de maravilla y hasta ahora no hay signos de la aparición del therion.

―Es un alivio ―expresó con honestidad―, espero que la bebé nazca sin la marca.

―Nosotros también, eso haría su vida más fácil ―aceptó su primo, jugando con el vaso entre sus dedos, deslizándolo de un lado a otro sobre la mesa―. Pero Karen asegura que, aunque aparezca la marca, la va a amar igual…

―Todos la amaremos. ―Asintió con la cabeza, observando a su primo con admiración―. No obstante, siempre rezaremos para que no suceda y pueda llevar una vida normal… Sería terrible que deba crecer alejada de su hermano mayor, Jeremy está muy emocionado por conocer a su nueva hermanita.

Zeke comprendía muy bien la preocupación que surcaba las facciones de su primo; él mismo tenía un hermano al cual no conocía bien y con el que no tenía lazos demasiado profundos, porque la suerte quiso que él naciera como therion. Lo peor era que sabía que su hermano tenía dos hijos, a los cuales solo conocía por fotos porque mientras él mismo no se vinculara, corría el riesgo de perder el control de su mente y cuerpo en el momento menos pensado.

Sus vidas estaban marcadas por un terrible rastro de sangre y muerte.

Incluso, solo conocía a Jeremy por medio de fotos. Ni él, ni sus dos hermanos adoptivos, se acercaban a los miembros de la familia que no eran como ellos. No hasta que sucediera la vinculación.

―¿Cuándo tiene pautado el parto? ―indagó Zeke.

―Inicios de diciembre ―respondió Abraham.

―Entonces podrás ir a la conferencia de cierre de año de los laboratorios ―dijo, haciéndole señas al camarero―. Viajaré en la mañana para estar allí en la tarde. Pretendo volver esa misma noche, cuando la conferencia acabe. ¿Quieres viajar conmigo?

―Lo pensaré… ―respondió evasivo. Zeke sonrió, sabía que su primo luchaba contra el instinto, su mujer estaba embarazada y a punto de dar a luz, era la etapa más dura para ellos, porque les costaba dejar que cualquiera se acercara, mucho menos estar lejos.

Soltó una carcajada, Abraham gruñó por lo bajo y tomó la libreta de la cuenta para pagarla.

―Cuando te pase a ti, me reiré también ―se quejó.

Zeke lo pensó, no solo en ese momento, sino mientras bajaban en el elevador rumbo al estacionamiento donde les esperaban sus respectivos vehículos. Ahora que había conseguido a su Ama, contemplaba el futuro de una forma diferente.

Después de conocer a Darika comprendió que iba a tener una buena esposa, esa misma comprensión lo hizo sentir vacío y decepcionado, porque el lazo que iba a surgir entre ellos no iba a ser de mutuo acuerdo como tal. Ella sometería al therion con el vínculo, por ende, Zeke se volvería devoto de la mujer; sin embargo, previo a ese suceso, él no sentía por ella más que respeto y algo similar a la buena voluntad de una amistad. No la amaba, y el amor que sintiera por Darika después del vínculo, no iba a ser producto de sus propias emociones.

No amaba a Darika, pero una vez el therion y él se volvieran uno solo, las emociones que la bestia iba a sentir por ella, se convertirían en las de él.

Sin embargo, ese futuro no existía ya, su therion se había vinculado a una desconocida, y a diferencia de Darika que se preparó toda su vida para ese momento, la mujer que él estaba buscando no tenía ni idea en lo que se había metido.

Lo peor era la montaña rusa emocional que padecía. Podía pasar de la apatía a la desesperación en un parpadeo; a ratos sentía que la bestia andaba de un lado a otro a la espera de saltar sobre él para someterlo y poder salir corriendo a buscar a su hembra.

Al menos, tras la vinculación, mantenerse cuerdo y centrado durante esos estados era una bendición, él podía sentir el miedo de la bestia.

Si perdía el control, si hacía algo que lo pusiese en peligro, jamás volvería a verla, nunca podría encontrarla.

No obstante, en cierto modo, algo de su personalidad propia permanecía, porque a ratos, conseguía racionalizar sus sentimientos, sabía que no eran suyos por completo; y eso le causaba alivio.

―Bueno, Abraham, nos vemos desp…aargh…

No pudo terminar su oración, se llevó la mano al pecho mientras sus rodillas se doblaban bajo su peso; con la mano libre se aferró a la barra decorativa de la cabina que se deformó bajo la fuerza de su puño.

―¡Zeke! ―lo llamó Abraham, acuclillándose mientras lo miraba con preocupación y alerta.

A duras penas podía ver, sus ojos cambiaban su percepción de un segundo a otro; tampoco lograba escuchar la voz de su primo, esta llegaba deformada por el zumbido en sus oídos y los bramidos del therion.

Lo peor de todo era el dolor.

Una sensación desgarradora que quemaba sus entrañas.

«Está con otro…» pensó casi al borde de la locura. «Mi basherte está con otro hombre…»

Soltó un gruñido que estremeció el aparato, por suerte habían alcanzado su destino y las puertas se abrieron de inmediato.

Un grupo de hombres se apresuró hacia ellos, Calvin salió del auto a la carrera, se arrodilló a su lado y preguntó qué había sucedido.

―Fue repentino… creo que es un ataque de su therion ―explicó Abraham a Calvin, que palideció al instante.

No era una buena respuesta, y tampoco la esperada. Él no había creído la historia de Zeke, sin embargo, tras cada incidente donde surgía la bestia, pasaban al menos cinco semanas antes de que volviera a la superficie, porque cada episodio era agotador para ambas partes.

―Zeke… ―llamó con suavidad, alzando al hombre con firmeza. Lo descansó sobre su hombro, pasando el brazo de este alrededor de sí mismo, mientras del otro lado, Abraham lo imitaba―. ¿Qué está pasando? ―inquirió con calma, procurando no alterar más el estado del CEO.

Este abrió los ojos con dificultad, Calvin lo notó, los ojos azules de Zeke habían desaparecido por completo y solo quedaba atrás el gris glacial del therion.

―Basherte… ―gimió desolado.

Fue el sonido más agonizante que jamás había escuchado ninguno de ellos.

Lo subieron al automóvil, Calvin dio la orden que se trasladaran a la mansión de la familia, y no importaba cuántas leyes de transito tuviesen que violar, era imperativo llegar a ese sitio lo antes posible.

―Tu vida corre peligro ―advirtió al chofer―. Si el therion libera toda su furia, no sé si podré contenerlo, ¿comprendes?

―Sí, señor ―respondió el hombre, que apretó el acelerador hasta el fondo abandonando el estacionamiento con un chirrido de neumáticos.

―Zeke… ―llamó Calvin con cuidado, sacándose algunas prendas superiores. No quería mover al hombre, que se abrazaba a sí mismo y temblaba como un cachorrito abandonado bajo la lluvia.

―Basherteeeee… aaaaaauuuuuuuuuu… ―aulló el CEO, tan alto que por un instante Calvin creyó que los vidrios a prueba de balas se desquebrajarían.

―¿Cuánto tiempo, Wiston? ―inquirió Calvin mirando a Zeke. Sus brazos empezaban a aumentar de grosor, su cabello castaño se volvía blanquecino y los dedos de sus manos comenzaron a alargarse.

―Tres minutos ―anunció el chofer, derrapando por una curva.

―No tenemos tanto tiempo.

Lo siguiente que sucedió transcurrió como una exhalación.

Calvin arrancó la camisa de su cuerpo, haciendo que los botones de la misma salieran disparados por todos lados. Su piel pasó del cremoso habitual a tener un pelaje gris plomizo, que cubría parte de su abdomen, todo el torso y los brazos; del mismo modo que parte de sus muslos, espalda baja y pantorrillas. Los ojos dejaron de ser verdes y se tornaron ambarinos, sus orejas se alargaron y movieron hacia la parte superior de la cabeza, a medida que su boca se estiraba y sus dientes crecían hasta volverse puntiagudos.

El carro frenó frente a la enorme mansión que, por medidas de seguridad, había apagado todas sus luces. La puerta posterior del auto salió disparada, estrellándose contra una estatua, derribándola en el proceso. Después de eso, dos bestias humanoides salieron del interior, una de pelaje blancuzco, que rugió y gruñó en profunda agonía; la otra era gris, igual de grande, y se encontraba preparado para saltar sobre el otro, al momento en que no pudiese controlarse más.

Calvin escuchó acercarse a los demás; el padre de Zeke y algunos miembros del equipo de seguridad tenían pasos más ligeros que de costumbre, así que asumió lo evidente, todos se habían transformado para contener al CEO.

El enfrentamiento no duró demasiado, no solo porque Zeke padecía un enorme sufrimiento, sus movimientos fueron erráticos, lo que permitió que un tirador, apostado en el techo de la mansión, lo sedara a la primera oportunidad. Después todos se apresuraron a moverlo a una de las cámaras del sótano, procurando que los otros miembros de la familia no notaran el estado deplorable en el que se encontraba.

Cuando Calvin recuperó su forma humana y se pudo vestir de nuevo, se encontró con los padres de Zeke, que esperaban por él en el salón de estar.

―¡Gracias, Calvin! ¡Gracias! ―le dijo la madre de su jefe, abrazándolo con afecto maternal. En cambio, el padre, lo miró ceñudo, esperando una explicación que no podía darle.

―Señor, creo que es necesario llamar a la mágissa ―explicó.

Estuvo pensando en ello desde que lo vio de rodillas en el piso del elevador, Zeke Karras no solo era su jefe, también era su amigo y salvador. Y aunque cuando recuperara la cordura lo iba a odiar, prefería mil veces lidiar con él así, que verlo agonizar de dolor como lo vio esa noche.

En una ciudad, a miles de kilómetros de allí, Nohemi se encontraba en los brazos de su novio.

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