CAPÍTULO 1. El Sabueso Infernal

15 años después

La gente solía decir que Ucrania era un lugar hostil para los forasteros, pero para alguien que había llegado con las manos vacías, como él, Ucrania le había ofrecido más de lo que podía esperar.

También era justo decir que Eric había tomado mucho más de lo que le había ofrecido, que había matado y mordido por su lugar en el mundo, por todo el dinero que tenía, por el hombre era.

Se había hecho, se había reconstruido, se había ganado el derecho de ser temido, y dondequiera que se pronunciara su nombre en toda Europa del Este, era sinónimo de poder y de peligro.

Miró al hombre que estaba sentado frente a él, atado a una silla de pies y manos, y sacudió una rebelde mota de polvo que se le había pegado al inmaculado traje de diseñador.

Entre los dos había una pequeña mesa quirúrgica llena de instrumentos, y en medio de todos, había una oreja ensangrentada.

—¡Por fa… por favor… señor…! ¡Le juro que yo no dije…! ¡Jamás le diría a la policía… sé lo que me juego…! —sollozaba su dueño con desesperación y él suspiró cruzando las piernas.

—Sé que no le dijiste a la policía, Ilya, pero mientras te ahogabas en vodka y escapabas de la put@ de tu mujer, te metiste a una de nuestras casas seguras con tu primo… y eso me costó mover un cuarto de tonelada de mercancía en menos de veinticuatro horas.

Ilya negó y asintió, sin saber bien lo que hacía, el dolor debía ser demasiado, pero por desgracia para él, no terminaría ahí.

—¿Dónde está tu primo, Ilya? —preguntó con calma.

—No… por favor, señor Hellhound.

En el siguiente instante Ilya recibió un puñetazo que casi lo dejó en coma y Andrei, su mano derecha, le gritó en el oído que le quedaba sano.

—¿¡Qué dijiste, imbécil!?

—¡Señor Hellmand… Señor Hellmand…! ¡Lo siento, lo siento mucho…!

—Córtale la otra —murmuró Eric mientras pensaba en cómo había llegado hasta ahí.

Mientras atravesaba el primer invierno ucraniano, muriéndose de hambre y de frío, había tomado la decisión de convertirse en ese empresario que su padre siempre dijo que él nunca sería. Había decidido ser un hombre poderoso, y conseguirlo le valió esa deformación de su nombre que lo convirtió en Hellhound, el Sabueso Infernal de los círculos más bajos de Europa del Este, donde de verdad se movían el dinero, la droga y las mujeres.

Debía confesar que no se lo había ganado siendo un santo, siempre juró que no sería una basura como su padre, pero al menos cuando levantaba su voz para dar una sentencia, se aseguraba de que no fuera contra un inocente.

Como si fuera una hermosa sinfonía de fondo, Eric escuchó los gritos de Ilya, mientras Andrei le cortaba la oreja que le quedaba.

—¿Sabes? Al contrario de lo que la gente piensa, uno no se queda sordo si le cortan las orejas, aunque en tu caso, con toda la sangre y eso… bueno debe ser difícil —admitió.

—¡Por… fa-favor…!

—Dime dónde está tu primo. Tenía algo mío, y lo quiero de vuelta…

—¡Yo no sé… no sé dónde…! ¿Qué se llevó…?

—Recuerdos… —murmuró Eric, porque sí, ese imbécil se había llevado una pequeña caja de seguridad que tenía en esa casa, y que contenía recuerdos de una vida que le costaba dejar atrás. No servían de nada, pero eran suyos—. Me importa muy poco lo que tenía dentro… pero el simple hecho de que se atreviera a robarme… —Se encogió de hombros y habló con extremada calma—. Nadie le roba al Hellhound, Ilya. Nadie.

Lo vio sollozar desesperado y negó, porque realmente no sabía dónde estaba su primo, pero había cometido el error de llevar a un extraño a un lugar importante. Y por eso debía pagar también.

De repente el teléfono de Andrei sonó. Se limpió la sangre de las manos con una toalla mojada y lo atendió. Vio que su expresión se sorprendía primero y luego se ensombrecía, así que algo que se pasaba de terrible debía haber ocurrido.

Se acercó con los dientes apretados y Eric vio que la mano donde llevaba el teléfono le temblaba un poco.

—Eric… —Andrei era el único que se atrevía a llamarlo por su nombre, quizás porque había sido el primero en tenderle la mano cuando había llegado a ese país—. Era… era de nuestro contacto en Dinamarca. Hay noticias de Hellmand Hall… Eric… tu madre murió.

Eric lo miró fijamente, y aunque sintió el peso de un yunque sobre su pecho, su expresión no cambió. Se levantó, se llevó dos dedos al puente de la nariz mientras cerraba los ojos por un momento, tomó la pistola que estaba sobre la mesa y descargó un solo disparo sobre la frente de Ilya. Luego la tiró a un cubo con ácido que había a su lado y se abotonó el saco.

—Tienes doce horas para encontrar al primo de este imbécil, matarlo y recuperar mis cosas —le dijo a Andrei antes de irse.

—¿Y qué pasará entonces?

—Entonces regresaremos a Dinamarca —sentenció—. Hellmand Hall por fin me está llamando.

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