La Princesa y la Asesina... ¡Digo! La Mendiga
La Princesa y la Asesina... ¡Digo! La Mendiga
Por: TheShadowNight
Prologo

El hombre trajeado corre hacia la oficina todo lo rápido que puede, siendo seguido por un séquito de otros cuatro hombres también de traje, solo que con auriculares disimulados y con las cartucheras con sus armas quedando expuestas por las americanas de los trajes abiertos y despreocupados por haber un tema más importante entre manos. 

El primer hombre no podía creer que había ocurrido una vez más, ¿cómo era posible? Se suponía que estaba con protección, ¿cómo es que había podido ocurrir? ¿Es que tenía a un grupo de completos inútiles bajo su mando? M*****a fuera su suerte... No importaba, ya luego lidiaría con ese problema, ahora necesitaba llegar y pronto, era su prioridad. Y con eso en mente, acelera el paso todo lo que puede y por fin alcanza su destino, abriendo la puerta de golpe, sin importarle el ser delicado en ese momento, encontrando una imagen que le partía el corazón: sobre el sillón, cubierta con una manta y abrazada con fuerza contra el cuerpo de su mujer, estaba su preciada hija, su tesoro más valioso, con el rostro enrojecido, al igual que sus ojos, hinchado por una mejilla donde, evidentemente, había recibido un golpe recientemente, con manchas de maquillaje negro corrido por lágrimas por su piel y su cabello, normalmente perfectamente arreglado, enredado y echo un completo desastre. Casi ni parecía su niña, era como una versión alternativa de ella.

Su apreciación de su hija ocurre en menos de un segundo, y enseguida ya están junto a ella, siendo apretado contra el rostro de ella y sintiendo su llanto contra la camisa ahora mojada. Su mirada pasa a los que se suponía que debían cuidarla, observándolos con el enojo a todas luces en sus rasgos. 

-¿Qué fue lo que sucedió? 

-Cuatro camionetas, con seis tipos encapuchados cada una, aparecieron de la nada cuando la señorita salía de su entrenamiento. Éramos cuatro porque Robert había ido por el auto, nos atacaron y aunque pudimos eliminar a algunos, uno logró llegar hasta ella. La golpeó cuando la señorita intentó soltarse, pero logramos matarlos a casi todos. El último, que habíamos dejado para interrogarlo, solo dijo "no importa lo que hagan, él se la llevará y ustedes caerán", y como los nazis en la segunda guerra mundial, se tragó una píldora con cianuro para suicidarse. 

-Demetrius Ledebh.

-Sí señor, estamos casi seguros de que sí. Nadie más intentaría algo así más que él.

-¿Papá...?

-Shhhh... Tranquila, no va a pasarte nada, te lo prometo. 

Abrazando a su hija, el hombre observa a su secretario y asiente hacia él a modo de señal. Él le devuelve el gesto y se retira rápidamente a cumplir con su orden silenciosa, mientras el grupo en la sala se retira hacia su casa, donde el padre se acuesta con su hija hasta que ésta, con el cansancio luego del susto y un té relajante, finalmente se queda dormida. 

Cuando está seguro de que no notará su ausencia, el hombre se levanta y se dirige a su despacho, donde su secretario lo espera desde hace casi veinte minutos. En cuanto el primero entra y se acomoda en la silla tras su escritorio, el segundo aprieta la carpeta que lleva entre sus dedos con fuerza, nervioso por lo que va a ocurrir a partir de esto. No era la mejor idea, mas ya no tenían otra, la cosa estaba muy difícil, y ya decía el dicho que, para combatir a un demonio, se necesitaba otro. Esperaba que fuera cierto...

-¿Lo tienes?

-Así es, Sr. Presidente. 

-Dámelo. 

La carpeta cambia de manos y, en cuanto la abre, una foto de primer plano aparece, de una joven prácticamente igual a su hija en rostro, solo que con la cabellera del color de la sangre fresca y corta a lo pixie, varias perforaciones en su oreja derecha y otra en su labio, la cual sostenía el cartel con el número de identificación en una mano y con la otra enseñaba el dedo medio con gesto aburrido. 

Fuera de las diferencias puramente estéticas, casi asustaba lo mucho que se parecía a su preciada niña, al punto de que podrían ser fácilmente gemelas, si no hubiera estado él en el parte y hubiera visto de primera mano que su mujer solo había dado a luz a una bebé y no dos. 

-¿Está seguro de esto, Sr. Presidente? 

-No, ¿pero qué otra queda? No puedo permitir que ese maldito se lleve a mi hija, y ella es nuestra única oportunidad.

-En ese caso, ¿cuándo quiere ir a verla?

-Hoy mismo; no voy a retrasar más esto y darle una nueva oportunidad de planear algo más contra Mailena, así que prepara el helicóptero y llama al alcaide, nos reuniremos con ella ésta misma noche.

-Como ordene.

El sonido de chicharra de la puerta siendo abierta suena, seguido por el de corredera de la misma, haciendo que la joven sobre la cama, la cual parece estar practicando origami tranquilamente, alce mínimamente su mirada del papel por un instante, antes de volver a los dobleces y suspirar con aburrimiento. 

-¿Ahora qué es lo que quieres? Creí que había quedado claro que no quería ser molestada. 

-Pues lo lamento, sin embargo, tienes visitas, y no del tipo que puedes rechazar. 

Esa respuesta llama su atención y alza nuevamente la cabeza, observando al guardia frente a ella con una ceja alzada. 

-¿Y quién querría ver a alguien como yo? 

-Levántate y lo sabrás...

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