Capítulo dos. ¿Eres mi papi?

Nat observó la ciudad de Nueva York desde las alturas. Cerró los ojos y apretó las manos en dos suaves pero firmes puños.

Habían pasado cinco largos años desde la última vez que había pisado aquel aeropuerto. Nat no pudo evitar el escalofrío que recorrió su cuerpo.

—¿Estás bien, cariño? —preguntó el hombre.

La mujer le dirigió una mirada y asintió en silencio. Aunque sabía muy bien que no podía mentirle a Gerald; ese hombre la conocía tan bien como a la palma de su mano.

Si no fuera por él, llevaría cinco años muerta. Luchó por apartar aquellos pensamientos, odiaba que la culpa le remordiera la conciencia. En ese momento ella no había podido pensar en nada que no fuera terminar con el dolor que laceraba su corazón.

—Ven, el chofer nos espera para que puedas descansar y mañana estés fresca para la inauguración de la Galería, será tu momento —expresó Gerald ayudándola a subir antes de que el pequeño huracán protestara por la espera.

—Gracias, Gerald, no sé lo que sería mi vida sin ti —expresó apretando la mano de su mentor y amigo.

—Sin tocarse, por favor, sin tocarse —escucharon la suave voz a su lado.

—Vuelve al asiento por favor Emma —pidió Gerald con seriedad.

Los ojos de la pequeña se achicaron, pero no dijo nada, volvió a su lugar y se cruzó de brazos y en sus labios dibujó un puchero para dejar claro su descontento.

 Varias horas más tarde y con el cerebro ya descansado. Gerald se hizo cargo de organizar la rueda de prensa que se llevaría a cabo al día siguiente de la presentación.

—He convocado a los medios televisivos e impresos más importantes de la ciudad, no habrá rincón en el país que no sepa de tu éxito —expresó dejando el listado frente a Nat.

—¿Estás seguro de que todos estarán presentes? —preguntó tratando de que su mano no temblara al coger la hoja de papel.

—Completamente. El listado de invitados está después y todos han confirmado —Gerald se sentía como un padre orgulloso de ver a su hija Triunfar.

La diferencia entre Nat y él era unos escasos años, pero para Gerald, Nat era su hija artística; ella había vuelto a nacer aquella vez en la Torre Eiffel.

 —¿Te has asegurado que nadie relacione la Galería con mi nombre artístico? —preguntó apartando el listado de invitados, no quería revisarlo, confiaba en Gerald con los ojos cerrados.

—Completamente, ningún medio sabrá que eres la dueña de la Galería —le aseguró. La muchacha asintió complacida.

—¿Te has asegurado también de comprobar que todas las obras llegaran en buen estado? —preguntó. El tiempo les apremiaba, no podían reparar o mucho menos pintar un nuevo cuadro en una sola noche.

—Todas están en perfecto estado, sobre todo, las cuatro obras principales de la exposición.

—Gracias, es mejor descansar esta noche, mañana tendremos un largo día por delante—. «Un día largo y una noche en la que todo podía pasar», pensó, pero no se atrevió a ponerle voz.

Mientras tanto, Michael Collins cerró con más fuerza de la necesaria la carpeta que había estado corrigiendo antes de que su querida esposa entrara a su oficina creyéndose ama y señora.

—¡Michael! —exclamó sonriente.

El hombre realmente no comprendía cómo podía fingir tan bien, su matrimonio era perfecto de puertas para afuera, pero un verdadero infierno a puertas cerradas.

—¿Qué haces aquí? —preguntó con frialdad.

—Siempre tan cálido, cariño. Pero hagas lo que hagas estamos unidos en este matrimonio porque tu abuelo y mi padre lo dispusieron así. Y no puedes quejarte, nuestros negocios han incrementado sus ganancias en los últimos cinco años —la mujer se sentó sin ser invitada y se cruzó de piernas para atraer la atención de su marido.

—Que pienses que ha sido por la fusión absurda entre nuestras empresas, me demuestra el poco conocimiento que tienes de los negocios. Lo correcto sería decir que gracias a las veinte horas de trabajo que le dedico todos los días a las empresas, tu familia se ha visto beneficiada —espetó apretándose el puente de la nariz para no perder la calma.

—Como sea, realmente no es importante el cómo, sino el resultado. Mi padre está complacido, tanto que me ha sugerido dar el siguiente paso —Ava se puso de pie, caminó seductoramente hasta la silla de Michael, la giró y bajó su rostro hasta el suyo.

—¿Qué siguiente paso? —preguntó sin inmutarse por la cercanía de la mujer.

—Quiere un nieto y no es el único que lo desea, tu abuelo me mandó a llamar el día de ayer y me ha sugerido lo mismo. Firmamos un pacto, un trato o como quieras llamarlo y allí dice claramente que debemos darle un heredero a la familia para que de esa manera nuestras fortunas queden unidas para siempre —soltó al tiempo que rozaba sus labios rojo pasión contra los labios de su marido.

—¡Estás loca! —gritó furioso, poniéndose de pie sin previo aviso y casi haciendo a Ava irse de bruces.

—¡No, no estoy loca, Michael! ¡Lo que estoy es cansada de tus desplantes y de tu indiferencia! ¡Yo no te obligué a casarte conmigo y mucho menos a firmar los papeles! —explotó furiosa, perdiendo la compostura y la clase.

Ava vio a Michael con ojos inyectados en furia, habían sido cinco largos años, esperando que el hombre se fijara en ella, pero él era tan frío que parecía un iceberg en lugar de humano.

—Jamás te he mentido, Ava, no te amo y nunca te amaré —soltó sin remordimiento.

—Tenemos una invitación a la inauguración de la nueva Galería, cortesía de tu abuelo, te estaré esperando —Ava ignoró las palabras de Michael, dejó la invitación que su abuelo político le había hecho llegar y se marchó con la ira burbujeando en su interior.

Michael habría deseado detener el tiempo, pero no tenía ningún sentido luego de atender la llamada de su abuelo aquella tarde, no se preocupó por volver a casa y cambiarse de ropa, mantenía siempre un traje de emergencia en su oficina y fue ese el que utilizó para aquella gala. No tenía ningún ánimo de aparecer en público y fingir que tenía una esposa y un matrimonio perfecto.

El hombre estaba cansado de sonreír al mundo, mientras su corazón se rompía cada día que pasaba sin saber nada de Natasha.

—¿Dónde estás Natasha? ¿Por qué no puedo encontrarte? —se preguntó.

Michael viajó a Francia en más de una ocasión durante los últimos cinco años, pero jamás pudo dar con Natasha, no había rastro de ella, era como si la tierra se la hubiese tragado. Lo que le hacía mantener su palabra a su abuelo. Porque incluso había llegado a sospechar que él tenía mucho que ver en la desaparición de su mujer.

El mensaje en su móvil interrumpió sus pensamientos, no se molestó en leerlo, sabía de quién era y lo que quería. Salió de la oficina y bajó hasta el estacionamiento del edificio donde Ava esperaba.

La mujer se veía despampanante como siempre y la sonrisa en su rostro en esta ocasión le molestó mucho más que antes. Pero no dijo nada, subió al auto que esperaba por él y se dirigieron a La Galería.

Las cámaras grababan los momentos más importantes, sobre todo, la llegada de los personajes más influyentes de la ciudad de Nueva York, la alfombra roja con motivo de aquel importante evento brilló durante más de dos horas.

—Sonríe, cariño, no quiero que la prensa tenga un solo motivo para especular sobre nuestro matrimonio —susurró Ava entre dientes fingiendo una hermosa sonrisa, al ver la cámara fotografiarlos.

Michael apretó los dientes al sentir como Ava se aferraba a su mano y el show volvía a empezar, era por eso que odiaba estar en público, si por él fuera estaría recluido en su oficina para siempre.

—Que absurdo nombre para esos cuadros no veo nada interesante en ellos —soltó Ava, captando la atención de Michael por primera vez en lo que iba de la noche.

Michael miró las cuatro obras que estaban en orden «Pérdida, Dolor, Muerte y Renacimiento», pero no era el nombre lo que le llamaba la atención. ¡No, no era el nombre! Si no las pinturas en sí.

El hombre casi se olvidó de respirar al ver el primer cuadro. La mujer vestida de novia, sola en el altar, el siguiente cuadro no le hizo sentir mejor.

La novia sentada en la silla del aeropuerto, sola llorando su dolor, su pérdida y cuando posó la vista en el tercer cuadro el alma casi abandonó su cuerpo; era la misma novia de los cuadros anteriores, pero esta vez ella extendía sus brazos, parada muy cerca del precipicio de la Torre Eiffel. Por un momento se vio transportado a ese lugar y el nudo en su garganta casi lo ahogó.

—Que mal gusto —susurró Ava con molestia.

Michael no dijo nada, caminó unos pocos pasos más y se encontró con algo muy distinto a lo anterior. Un cuadro hermoso, más que perfecto, un hermoso bebé. Cuatro obras que representaban una transición. Él había sufrido las tres anteriores, pero no había podido renacer y no lo haría hasta que encontrara a Natasha de nuevo.

Michael no pudo apartar la mirada de aquellos cuatro cuadros, los estudió y en cada uno podía imaginarse a Natasha y el dolor le desgarró el corazón de una manera que jamás creyó que sería posible.

—Las quiero —musitó

—¿Qué has dicho? —preguntó Ava desconcertada.

—Quiero esos cuadros —repitió.

—Estás loco, son tan deprimentes —respondió tan bajo para que solo su esposo escuchara.

—No estoy pidiendo tu opinión —aseguró tratando de soltarse del agarre de su esposa impuesta.

—Aquí no Michael, te puedo soportar todo en privado, pero no te atrevas a ridiculizarme en público, porque te advierto que tu abuelo se asegurará que jamás la encuentres.

Michael giró su rostro casi con violencia ante las palabras de Ava.

—¿Qué has dicho? —preguntó a punto de gritar.

—Cálmate, que estamos en una gala, hablaremos en casa —le aseguró y lo arrastró lejos de aquellos perturbadores cuadros.

Pero Michael, no iba a perder la oportunidad de comprar aquellas obras que representaban su vida.

—¿Puedo adquirir estas pinturas? —preguntó al primer agente que encontró.

—Lo lamento señor, pero esas son las obras principales de esta exposición y a petición del artista, no están a la venta —se disculpó el hombre, conocía muy bien quien era Michael Collins.

—¿Cómo que no están a la venta? ¿Puedo hablar con su creador? —insistió.

—Michael, por favor —Ava intentó arrastrarlo lejos con disimulo.

—Por supuesto, ella se encuentra en la sala contigua. Por favor acompáñeme —le indicó el caballero.

Michael caminó hasta el otro salón con Ava colgada de su brazo.

—No entiendo tu insistencia —le recalcó la mujer con el ceño fruncido.

—Puedes marcharte Ava.

—De ninguna manera —protestó la mujer.

—Entonces cállate y sé una esposa modelo —le recordó antes de escuchar al agente llamar a alguien.

—Señora Petit…

Natasha se giró al escuchar que alguien la llamaba y se arrepintió en el mismo momento que lo hizo. Michael Collins estaba allí parado delante de ella con su esposa aferrada a su brazo.

Michael se quedó de una pieza, Natasha estaba más hermosa que antes, su rostro era perfecto, ninguno de sus recuerdos le hacían justicia.

—Lamento interrumpir, señora Dasha, pero el señor Collins y su esposa están interesados en adquirir las cuatro obras principales —indicó el hombre un tanto nervioso.

 —Na…

—No están a la venta, dile al señor Collins y su esposa que tendrán que disculparme —interrumpió Natasha al ver que Michael iba a llamarla por su nombre.

—Pero, señora…

—Has escuchado a la señora Dasha, ninguno de esos cuadros está a la venta.

Gerald se apresuró a salir al rescate, Natasha se había quedado más quieta que una estatua.

—¿Podemos hablar? —Michael se dirigió directamente a Natasha, liberando su brazo del agarre de Ava.

—No tengo nada que discutir con usted señor Collins, mi agente ha sido claro, no están a la venta —respondió girando su cuerpo rápidamente para ocultar a la pequeña que estaba detrás de ella.

—¿Quién es? —preguntó la niña sacando su cabeza, por un lado, de la pierna de Natasha.

El corazón de Natasha subió a su garganta y casi lo escupió cuando en un rápido movimiento Emma se soltó de su mano y corrió hacia Michael Collins.

 Emma no era una niña como el resto, ella era muy inteligente e intuitiva, vio al hombre parado delante de ella, frunció el ceño al notar lo mucho que se parecían.

—¿Eres mi papi? —preguntó con inocencia…

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