CAPÍTULO 6: CARA MÍA.

Pablo Carnelutti (Plaza la Concordia)

Salgo de mi oficina en la vicepresidencia de la empresa.

Había olvidado que Dina no puede buscar a Daniela hoy.

Me despido de mi secretaria y tomo una manzana de la cesta de su escritorio al tiempo en que ella pone los ojos en blanco.

Oculto una sonrisa dándole un gran mordisco a la fruta, al tiempo que esquivo un lápiz que se dirige a mi cabeza.

El lápiz choca con la pared a mi lado y cae al suelo, oigo a Jaspe gruñir y suelto una carcajada.

Molestarla es tan fácil…

Cualquiera pensaría que debo botarla por su mal comportamiento; pero pienso que nadie más va a soportar mis manías.

Sin notarlo, ya estoy saliendo del ascensor en planta baja.

El personal me saluda en el camino y pienso en el tiempo que llevamos trabajando todos aquí. Disfruto de la estabilidad, no importa en qué sea.

Soy una persona que a simple vista demuestra ser jocosa y relajada, pero lo cierto es que al igual que cualquiera con al menos cuatro dedos de frente, tengo aspiraciones, sueños, planes; y ninguno de ellos se alcanza con irresponsabilidad, una vida relajada y sin esfuerzo.

Quiero mi propia familia, ser feliz con la mujer que existe para complementarme y disfrutar de buenos momentos. Por esa razón, quisiera que mi hermano disfrutara de su familia. Sé que Dina y Daniel pueden arreglar las cosas.

Estuve allí como observador y todo fue culpa de mi padre, por sus estúpidas ideas elitistas mi hermano no está disfrutando de la familia que ni si quiera sabe que tiene.

Dina debió decirle a Daniel todo en el momento en mi opinión, pero lo hecho, hecho está. Ya sólo queda arreglar esta situación de la forma más madura y siempre buscando el bienestar de Daniela. Es un asco tener que guardar el secreto, pero la verdad es que temo que Dina huya de nuevo y aleje a mi sobrina de mí. Y la entiendo totalmente, es su mecanismo de defensa y ella siempre quiere alejar a Dani de mi padre.

Veo el carro estacionado desde lejos y le quito el seguro al carro.

Subo y salgo volando para la escuela de mi sobrina.

Al llegar, Daniela está esperándome sentada sobre la banca de la salida.

Su bolso y abrigo están a su lado y sus piececitos ni siquiera llegan al suelo.

Es una monada.

Por su ceño y labios fruncidos, sé que está enojada.

A las reinas no les gusta esperar; bien que lo decía mamá.

— ¿Dónde está la reina más hermosa del mundo entero?— grito, asustando a los demás niños en la salida.

—No. — responde ella, enojada pero saliendo a mi encuentro con su bolso en una mano y el abrigo en otro. Lucho por no soltar la carcajada, eso la pondría peor.

Bien que se gasta su carácter la Carneluttita.

Ignoro su mal humor de mediodía y la tomo en brazos feliz de la vida.

Le doy unos cuantos besos y exijo mi cantidad de besos diarios.

Ella parece reacia al principio, pero luego accede a darme mis besos.

— ¿Me acompañas a ver a alguien?— pregunto, depositándola en el asiento trasero, ajustándole el seguro de su asiento para bebés.

—Sí. — dice y comienza a sacar las cosas de su maletita para jugar con sus cosas.

Mientras manejo, recuerdo que hace algunos meses Daniela dejó un paquetito de marcadores en mi carro y Daniel lo vio.

Es que cuando las cosas están por suceder…

Daniel nunca, jamás, me pide el carro; pero se accidentó, tuve que ir a buscarlo y parece que el paquetito de marcadores era de colores neón, porque lo vio de una vez en el asiento trasero.

Mentí; asegurando que los marcadores eran del hijo de un amigo.

Han estado tan cerca y a la vez tan lejos, padre e hija.

Una vez que doy con el parque que papá frecuenta, bajo del auto con Daniela.

Su manito presiona la mía, un poco más fuerte que de costumbre.

Mi sobrina se extraña de que la traiga al parque en horas de almuerzo, yo mantengo un comportamiento relajado para que no se asuste.

Mi papá está sentado, como siempre, en un banco cerca de los columpios.

Mirando el horizonte.

Me aclaro la garganta y él me nota, se pone de pie.

— ¿Pablo, qué haces aq…?— comienza a preguntar, peo luego nota a mi reina. — ¿Y ésa niña, de dónde…?— sus palabras mueren en su boca cuando Daniela alza el rostro.

Y podría ser malvado de mi parte, pero no me siento nada mal cuando veo que posiblemente le dé un ataque al corazón de la impresión.

Sus ojos tienen un brillo de conocimiento de lo que sucede; él sabe que ésta pequeña es su familia. Él lo sabe.

— ¿Cómo se llama?—pregunta, intentando ignorar que su nieta tiene boquita y habla. Poco, pero lo hace.

Tomo a Daniela en brazos, para que sea más notorio su parecido a mí, a  nosotros, a él.

Ella rodea con sus bracitos mi cuello y nada pasa desapercibido ante la mirada escudriñadora de papá.

—Daniela. —digo, dejando caer la bomba.

Papá traga grueso.

— ¿Tiene cinco, verdad?— pregunta con la voz rota. Si no conociera tanto su carácter diría que mantiene la compostura la mar de bien. Pero la verdad es que para bien o para mal, tiene que estar disfrutando de un festival de emociones en su interior.

—Cuatro, cumple los cinco el mes que viene. —informo y sé que la vida ha sido irónica con papá. —El dos de junio, el mismo día de tu cumpleaños.— dejo caer.

— ¿Puedo cargarla?— pregunta con los ojos vidriosos.

Admirad la caída de la máscara.

Abro la boca para responder, pero Daniela se me adelanta, aferrándose más fuerte a mí y escondiendo su rostro en mi cuello.

—No. — dice ella suavemente, sin sacar su rostro de mi cuello. —Mamá, Abu. — dice, dándome a entender que quiere ir con su mamá.

Yo asiento, entendiendo que quiere ir con su mamá y abuela.

Papá parpadea, casi dejando salir las lágrimas.

¿Quién lo diría?

Dina le advirtió a papá esto, aquel día en su oficina; lo que siembras, cosechas.

—Haz las cosas bien de ahora en adelante, papá. Los niños sienten y entienden. Y no creo que quieras que Daniela, tu primera nieta, te haga conocer la cosecha de lo que sembraste hace casi cinco años, porque vas a lamentar todo lo que le hiciste a Dina. — susurro antes de salir de allí, dejándolo con la palabra en la boca.

Abro la puerta trasera del carro y sonrío para mis adentros.

Primera parte del plan: completada.

—Vamos con tu mamá, cara mía. — susurro y beso su sien para luego ajustar su cinturón.

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