V Cuestión de pijamas

—Amo. Amo Vlad. Con su permiso, amo. Buenos días, amo. Qué tenga buenas noches amo. ¿Por qué siempre está molesto, amo? Ser amable no lo hará perder dinero, amo.

Samantha no podía dormir pensando en la nueva jerga laboral y fue a prepararse un té a la cocina. Uno con miel y limón siempre la relajaba. Hablaba sola aprovechando que todo el resto de sirvientas dormía.

—¿Hay algo que le incomode, amo? Conozco un excelente remedio para las hemorroides. —Rio traviesamente hasta que se dio la vuelta.

La taza se le resbaló de las manos y gritó, peor que si hubiera visto al tipo ese que mataba jovencitos en su película de terror favorita. Esos jóvenes no conocían el verdadero terror de ser descubierta por su jefe en un momento tan inapropiado como aquel. Era una conducta imperdonable y esperó que la despidiera en el acto. No le importaba tener que dormir en la calle. Encontraría un nuevo trabajo y le pagaría la deuda en cuotas, pero no deseaba tener que verle la cara otra vez. Cómo podría verle la cara si la había sorprendido hablando de su trasero.

¡Cómo se había atrevido a pensar en el trasero de su jefe! Y de un modo tan lamentable y espantoso.

Recogió los trozos de la taza y limpió el suelo, sin mirar al hombre que seguía de pie en el umbral de la puerta. Estaba descalzo y llevaba un pantalón largo, su pijama probablemente. No se atrevió a mirar más arriba.

Él dio un paso en la cocina.

—¡No siga avanzando!... Puede haber algún trozo de vidrio. —Frotó con más fuerza el piso para acabar pronto y salir corriendo. 

Los pies de su jefe llegaron a su lado. No había escapatoria.

—¡Lo lamento mucho, señor!... Amo, no fue mi intención, yo… yo estoy tan avergonzada, no quise ofenderlo, le ruego que me disculpe.

—No necesitas suplicar de rodillas.

Ella se miró a sí misma y se levantó de un brinco. Se había agachado para limpiar de mejor manera, la miel era pegajosa y difícil de quitar.

—Yo no, yo no me arrodillé por usted… yo sólo...

—¿Qué haces aquí a estas horas? Además de faltarle el respeto a tu jefe en la impune soledad de la noche.

Ella inhaló profundamente. Ya se estaba tardando en despedirla, pero no perdía las esperanzas.

—No podía dormir… amo. Me preparaba un té.

—Haz uno para mí también.

Él se quedó esperando junto a ella. Preparar el té sin darle la espalda era imposible. Sam recitó mentalmente unas oraciones y empezó a preparar más té.

—¿No va a despedirme por mi falta de respeto?

—Te lo descontaré de tu salario. Será el equivalente a la compensación económica en una demanda por injurias. Consultaré la tarifa con uno de mis abogados.

Eso era lo que ella necesitaba, un abogado que la sacara de aquella casa donde sólo conseguía endeudarse más a cada día que pasaba. Cortó unos limones para exprimirlos. Se sobresaltó al sentir que su jefe estaba cada vez más cerca y se apresuró a sacarles el jugo.

—Me sorprende que, siendo tan maleducada, te hayas atrevido a engañar a mi madre para que te confiara la educación de mi hermano.

—Debería despedirme por estafadora.

—Debería denunciarte de una vez a la policía.

Él parecía hacer muy mal uso de los recursos públicos, llamando a la policía a cada instante.

—Intento de envenenamiento, injurias y calumnias, e****a y la lista sigue creciendo.

Estar en esa casa no sólo la llenaba de deudas, la estaba volviendo una delincuente con un prontuario en expansión. Cogió unas cucharadas de miel y revolvió el té hasta que se disolvió por completo.

—No sabía que vendieran estos pijamas en talla de adulto —observó él.

Su pijama era de tela peluda, pantalón y camiseta. Era café claro. Ella lo llamaba su pijama de oso. A él le pareció que era café cervatillo.

—No tiene nada de especial, los hay de todas las tallas.

Ahora le agregaba miel a la segunda taza. Ya no faltaba nada para entregarle el té y salir de allí. La cuchara se le resbaló cuando sintió los dedos de su jefe subir por su brazo.

—Es suave, como un muñeco de felpa. Cuando era niño dormía abrazando un muñeco de felpa.

Ella se volteó de golpe, cargando la taza.

—Pues ya no es un niño y yo no soy un muñeco de felpa. Tenga su té, buenas noches.

No logró avanzar mucho. Él la cogió del brazo, impidiéndole escapar.

—Olvidas tu té.

Ella lo tomó, creyendo que se había salvado. Su alivio fue breve, él la hizo sentarse a la mesa y ambos bebieron, frente a frente. A cada sorbo que Sam daba sentía que se le saldrían las lágrimas. El hombre no dejaba de verla con aquella intensa mirada y, aunque era tan joven como ella, estaba muy por sobre su pobre existencia. Él tenía poder, era el amo. Empezaba a tener miedo de aquella desventaja.

Vlad cerró los ojos. Había estado sintiendo el agradable aroma del vapor que salía de su té y lo probó por fin. Era suave, con el toque justo de acidez y dulzura capaz de resultar envolvente y fascinante. Ella no era inútil como parecía, su té era mejor que su café y definitivamente incomparable con el batido. La haría tomar clases para que mejorara, unas sesiones de cocina algunas veces por semana durante las tardes antes de su llegada. Quizás lecciones de etiqueta por las mañanas, su forma de caminar era espantosa y esos modales toscos de pueblerina, un desastre. No estaba seguro de que lo fuera, pero así parecía. Aún no olvidaba el incidente del maletín.

Ella acabó su té. Dejó la taza sobre el platillo, pero no la soltó. Esperaba una orden hasta que recordó que era muy tarde y su horario laboral había acabado hace mucho. Qué idiota había sido. Se levantó feliz por su gran aunque tardío descubrimiento y él la detuvo nuevamente cuando iba a salir luego de lavar su taza.

—Esta noche dormirás conmigo.

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