Capítulo 2

Luego de ir al sanitario, mojarme el rostro, limpiarme el brazo y posterior de haber colocado la bandita, regresé al salón de clases.

Todos hablando, gritando, riendo, como si estuviesen en un medio de un partido de fútbol. La razón, teníamos una hora libre. No era la primera vez que sucedía así que me dediqué a lo que mejor que sabía hacer, auriculares puesto, música tranquila y lectura.

Quizá había pasado unos 10 minutos cuando la puerta se abrió de par en par y el ruido de estas chocando con las paredes hizo que, por inercia, levantase la mirada y me quitase los auriculares. Todo un mar de estudiantes corrieron hasta sus puesto, algunos se tropezaban a mitad de la avalancha. La profesora era la que menos paciencia tenía, pero no ingresó la mujer cincuentona con lentes y con humor de perros que todos estaban esperando, sino un chico. No recuerdo haberlo visto o tal vez sea mi falta de interés hacia mis colegas de curso. Hice caso omiso y regresé a la lectura.

Todo mi plan acabó. Todo lo que me propuse —mientras aún no llegaba la profesora— se torció cuando sentí a alguien tocar mi hombro, estallando, una vez más, mi burbuja. Cerré los ojos unos segundos, buscando las palabras correctas para no ser tan descortés con la persona que se atrevía a tal acción.

Bajé el volumen de la música y abrí, nuevamente, los ojos, sin dejar de ver la página del libro en la mesa.

—Disculpa, ¿puedo sentarme aquí? —preguntó una voz tosca.

Miré por el rabillo del ojo, el pupitre vacío a mi lado. Antes nadie se atrevió a compartir espacio conmigo, pero ahora parecía ser que alguien se animaba a estar aquí. ¿Qué podría hacer? Tampoco estaba en plan egoísta, aunque…

—No —respondí, sin titubear y con la mirada fija en el libro.

—Pero es el único lugar libre —espetó.

Resignada, levanté la mirada y escruté todo el salón. Efectivamente, todos los demás lugares se encontraban ocupados.

—Haz lo que quieras —profesé.

Oí el ruido de la silla arrastrándose por el piso. Qué más daba. Mientras que no interfiriese en mi mundo, todo estaría bien.

Me acomodé mejor en la silla, subiendo nuevamente el volumen de la música y concentré todos mis sentidos en seguir leyendo. Siempre supe cómo me veían las personas: una chica solitaria, una rarita y asocial, pero me sentía bien conmigo misma y no estaba dispuesta a cambiar mi manera de ser solo porque…

Un dedo picándome el hombro fue el responsable que parase de reflexionar. ¿Por qué no se daba cuenta de que no me interesaba en lo absoluto entablar lo que sea que estuviese intentando entablar? ¿Conversar? No. ¿Hacer amigos? Imposible.

Me quité los auriculares, dejándolos en medio del libro. Giré la cabeza hacia dicha persona, dispuesta a dejar más que esclarecido que no me molestase, pero, sí, siempre tiene que haber un pero… La cuestión, esa persona, ese chico, sonreía de una manera que no sabría explicar mientras sus ojos, de un intenso color verde claro, se fijaban en los míos.

—Hola —saludó—. Me llamo Valentín Pierre. Somos compañeros de varías clases, pero nunca tuve la oportunidad de hablar contigo y siempre…

—Escucha —interrumpí y dejó de sonreír—. No me interesa nada de lo que tengas que decir. Estoy aquí para estudiar. Si tu charla es por algo relacionado a los estudios, estoy dispuesta a escuchar, pero si existe otra razón, no estoy interesada. No quiero socializar.

No sé por qué motivo me costó más de la cuenta pronunciar esas palabras. No era la primera vez que las decía. Tal vez fueron sus ojos o el hecho de que hubiese borrado su bonita sonrisa. ¿Bonita? No. Difumé rápidamente ese pensamiento.

—La profesora no vendrá, ¡somos libres! —gritó alguien.

Suspiré, incorporándome del asiento mientras sentía una profunda mirada sobre mí. Guardé todas mis cosas, saliendo, por primera vez, apresurada del aula. Antes de sentirme libre, fui interceptada de nuevo. El perfume de dicha persona inundó mis fosas nasales.

—Espera —musitó.

Y ahí íbamos de nuevo. Solo que no fue un picoteo en mi hombro, sino un agarre en mi muñeca izquierda. Cansino, este chico se estaba convirtiendo en uno de esos que quería evitar a toda costa.

Giré sobre sí, con el ceño fruncido ante tal atrevimiento, encontrándome con esos profundos ojos color verde claro y me sentí… rara.

—Quiero ser el primero en descubrir ese misterio que te rodea. Dame solo una oportunidad, por favor, Isabella.

Sin decirle nada, me deshice de su agarre y salí del aula como si nada hubiese pasado. No quería por nada del mundo, que alguien, sea un chico o una chica, entrase en mi vida.

Por algo dejé de creer en las personas, por algo dejé de relacionarme, por algo dejé que mi corazón sea gélido, por algo dejé… de creer en el amor.

(…)

Dos semanas después.

—Bella, el desayuno está listo —avisó mi madre, desde el otro lado de la puerta.

—Pasa, mamá —enuncié.

Ingresó a la habitación, cargando una bandeja en las manos. Por algo siempre dejaba la puerta entreabierta. Agarré la charola, dejándola sobre el escritorio; mi madre se sentó en una de las sillas y yo en la otra.

—¿Me dirás lo qué te pasa, hija? —preguntó, pinché algo de fruta con el tenedor.

—No ocurre nada —comenté. Mastiqué el trozo de manzana bajo la atenta mirada de mi madre. Bien, entendía que tratar de ocultar algo a esta mujer sería imposible—. La verdad, no sé qué sucede —proferí.

—Sabes que puedes decirme cualquier cosa, ¿verdad?—acotó y bebió su té.

—Estoy bien. Además, ya pasó dos semanas del casi accidente y todo volvió a la normalidad, bueno, casi todo —susurré lo último.

Dos semanas de completa tortura porque cierto chico no me dejaba tranquila.

En las clases que compartíamos juntos, el tal Valentín no titubeó en acercárseme, insistiendo, de alguna u otra manera, invadir mi burbuja. Por mas negaciones y poniendo cuantas excusas se me venían a la mente, el muy sonriente chico no se daba por vencido o, al menos, así fue hasta ayer que me había colmado toda la paciencia. Quizá fui un poco extremista diciéndole algo como: «Si me hablas de nuevo por otra cosa que no sea exclusivamente de la asignatura, tendré que pedir cambios de horarios y sabes que aquí eso es posible. Así que por favor, deja de molestar». No fueron las palabras que pronuncié, sino el cómo se lo dije porque su expresión cambió luego de escucharlas. Pasó de tener una sonrisa y ojos brillantes, a un semblante de completa agonía, incluso llegué a pensar que tal vez herí, sin querer, a la primera persona que se acercaba a mí sin tener ningún otras intenciones que no fuesen solo conocerme y ya. No lo sé, no sabía qué pensar.

—Conociste a alguien, ¿cierto? —profesó mamá. El tenedor cayó en el plato, haciendo un ruido que  provocó que me sobresaltase. Fijé la mirada en mi madre y ella… esbozaba una enternecida sonrisa—. Y tienes miedo de enamorarte de nuevo. Bella, no debes cerrarte al único sentimiento que nos hace sentir más vivo. Tienes que dejar el pasado atrás.

—¿Cómo…? Mamá —musité.

He tratado de ocultar mis emociones y reacciones, pero ella… siempre lo dedujo, siempre lo supo.

—Eres mi hija —Sentí su tacto suave en una de mis mejillas—. Por más que trates de estar constantemente envuelta por una coraza gélida, eres transparente —imperó—. Además, cuando me contaste del casi accidente cambiaste de tema inmediatamente, narrándome que un chico de bonita sonrisa se sentó a tú lado y que te había hablado, pero, ¿sabes lo que más llamó mi atención cuándo me lo dijiste? —Negué con la cabeza—. Tu rostro, Bella, tus mejillas rojizas y la pequeña sonrisa. Quizá no te percataste de ese simple gesto, pero yo sí y, ¿quieres saber otra cosa? —Asentí—. Nunca te había visto así. Tus reacciones te delataron.

—Da igual, mamá —Bebí el jugo de naranjas—. Ayer le puse fin a sus insistencias —Ella negó con la cabeza—. Valentín colmó mi paciencia.

—Con que Valentín, ¿eh? —Soltó una risita por lo bajo. Bufé, comiendo de nuevo el resto de las frutas—. Bueno, creo que deberías disculparte y tratar de hacerte su amiga. No lo sé, quizá solo quiera una amistad.

—Puede ser, pero, en lo que a mí respecta, solo quiero terminar la carrera tranquilamente, sin distracciones —proferí.

—Entonces, estás diciendo que ese chico es tu distracción —inquirió.

—Eso no sonó a pregunta.

—No —Sonrió con ternura—. Es una afirmación. Lo confirmé con tus gestos.

Esta mujer, esporádicamente, me quitaba el aliento con sus teorías basadas, según ella, en mis reacciones. O… tal vez, muy en el fondo, ella tenía un poquito de razón. Solo… tal vez.

(…)

El lunes llegó y mi rutina volvió a ser la misma. Había pensando en todo lo que hablé con mamá y por más vueltas que le daba al asunto, era mejor evitar posibles percances.

No hubo nada fuera de lo convencional en lo que iba de la mañana. No, nada fuera de lo normal o así lo creí hasta que llegó la hora del receso.

Después del tremendo susto, no volví a la cafetería en la cual me sentía tan cómoda, optando, como otras veces, por ir al espacio verde en el mismo campus. Una pequeña plazoleta atestada de árboles y un par de bancos por aquí y allí. Me refugié en la lectura y música, bajo la tibieza del sol. Todo marchaba bien, todo iba perfecto, hasta que una sombra, bastante definida, obstruyó los rayos del sol.

—No me daré por vencido —comentó—. Quiero escalar ese muro que construyes delante de ti y descubrir qué tipo de misterio hay del otro lado.

Bien, debo de confesar qué me sorprendieron sus palabras. Alcé la mirada del libro, encontrándome con su característica sonrisa y sus ojos… Oh, aquellos ojos atiborrados de brillo me hicieron sentir un poquito mejor porque la última vez fui la causante de que estos se apagasen.

—Pues no encontraras nada —proferí—. No hay misterio ni nada que se le asemeje.

—Sí que lo hay —aseguró y, como si nada, se sentó a mi lado—. No tienes por qué alejarte de mí. No soy ningún tipo de monstruo, tampoco un acosador.

—Lo sé —afirmé—. Solo eres de esas personas que no entienden lo que es una negación. Quizá no te enseñaron bien.

Soltó una risa que, debo admitir, me gustó mucho. Por la cual casi termino contagiándome. Solo casi porque puedo asegurar que...

—Sonreíste —Sí, eso. Algo se removió en mi interior—. Isabella, ¿crees en el amor a primera vista? —preguntó.

Un escalofrío trepó por mi columna. Esa maldita pregunta trajo consigo miles de recuerdos. Recuerdos desastrosos, recuerdos de lo que alguna vez fui, de lo que alguna vez creí.

—No —repliqué, con notable frialdad en mi voz.

—¿Por qué? —cuestionó y su rostro se tornó serio.

—Porque, simplemente, dejé de creer en el amor —profesé.

Guardé las cosas en la mochila y me levanté del banco, dispuesta a marcharme, pero el chico tenía otros planes. Antes de que diese el segundo paso, agarró mi mano, haciéndome girar sobre sí. Este chico, ¿por qué su contacto quema? ¿Por qué siento que el hielo de mi corazón comienza a derretirse? Imposible. No. No quiero. No lo deseo.

—Pues yo sí —afirmó, sin quitar sus ojos de los míos—. Porque me enamoré de ti.

—Estás loco —De un jalón, logré que soltase mi mano—. No sé lo que pretendes, pero es evidente que te equivocaste de persona —Inhalé y exhalé profundamente, algo comenzaba a latir, pero no podía permitirlo—. Escucha, Valentín, no me conoces, no sabes nada de mí, no puedes decir tales cosas, ¿entiendes? No quiero que vuelvas a acercarte a mí, ¿de acuerdo? Además, por si no te diste cuenta…

Y antes de que pudiese terminar de decir cualquier otra estupidez, su brazo derecho envolvió mi cintura como si él…

—Llevo más de un año enamorado de ti —confesó.

No, no podía ser verdad, no. Me removí, pero solo produje un mayor acercamiento. Sus ojos no se despegaban de los míos y no pude desviar la mirada.

—Para ser mas preciosos, llevo un año y dos meses, casi tres, enamorado de ti —Observó su reloj de pulsera—. Y el tiempo sigue corriendo, pero lo que siento por ti solo crece y crece. Este sentimiento es puro y es solo por y para ti.

—Suéltame —proferí. Mi mochila cayó al césped. Aproveché la distracción y pude liberarme de su brazo, di unos pasos hacia atrás—. Es la última vez que lo digo —Agarré mis cosas y añadí—: No vuelvas a intentar acercarte a mí, mucho menos diciéndome tonterías referente al amor y quién sabe qué mas —Giré, dispuesta a marcharme, pero me detuve de nuevo, sin mirarlo—. Búscate otra persona, enamórate de otra. Hay miles aquí y en el resto del mundo hay muchas más, pero a mí no me vuelvas a dirigir la palabra.

Con pasos seguros, comencé mi recorrido.

—No quiero otra persona, no necesito a otra, solo te necesito a ti, ¡que estoy enamorado de ti! —Continué caminando—. ¡Isabella, no me rendiré! —gritó.

Agradecí porque no hubiese gente cerca. Ese chico está completamente loco. Allá con su locura, pero que me dejase en paz.

(…)

Perdí totalmente la tranquilidad. Pasaron poco más de dos semanas más y sí, el chico me azuzaba cada que podía. En las clases que compartíamos juntos, en los recesos, incluso el muy hijo de su buena madre se presentó en varías ocasiones en mi trabajo. Mi madre estaba al tanto de las cosas. Cada día le contaba alguna nueva proeza Valentín, el chico era muy perspicaz. Mamá escuchaba atentamente hasta que…

—¿Te diste cuenta de que en las últimas dos semanas solo has hablado de ese chico? —preguntó.

Le había narrado lo sucedido esta mañana, sumando lo de la tarde y sí, otra vez anduvo por la cafetería en la cual trabajo. La observé unos instantes mientras ella mantenía esbozada una sonrisa un tanto… pícara.

—No —respondí—. También te cuento… lo demás.

—A ver, hija —Nos dirigimos al living, sentándonos cómodamente en el sofá, ella con su té, yo con un pote de frutas—. Todos estos días me has hablado de ese chico. Es evidente que ocupa gran parte de tus pensamientos —Bebió de su té y yo casi me ahogo con un pedazo de fresa—. Bella, ¿estás bien? —Asentí, masticando bien la fruta—. Ese chico te interesa y más de lo que tú crees. Deberías de verte en un espejo mientras hablas de él —Suspiré desganada—.  Tus reacciones no mienten, menos tus sonrisas.

—No sonrío cuando hablo de ese tonto —indiqué.

—¿Ah, no? —Negué nuevamente—. ¿Y qué es lo que veo entonces? Porque aún no estoy ciega y lo que estoy viendo en tu rostro, ahora mismo, es una sonrisa.

—Que no, mamá —bufé.

—Tus sonrisas las provoca Valentín y debo de agradecerle, hace mucho no te veía así —Me señaló completa—. Estás distinta, más animada y risueña. Me gusta verte así, hija, y todo es gracias a ese chico.

—No te contaré nada más —proferí, lo más seria que pude—. No es cierto, no siento ni una pizca de interés por Valentín.

—Isabella —pronunció—, creo que es hora de enterrar definitivamente el pasado. Te atormentas con fantasmas y eso no te deja avanzar. No puedes ni debes permitirte quedarte suspendida en el pasado; deja el miedo, deja todo lo malo atrás de una buena vez. El amor está golpeando tus puertas —Sonrió enternecida—. Y estoy segura de que ese chico no te lastimará. Dices que tienes el corazón gélido, pero, ¿sabes qué? El hielo ha comenzado a derretirse sin que tú te des cuenta.

—Mamá —susurré.

—En tan solo unos pocos días he notado y visto muchas modificaciones en ti, todas para bien —profesó—. Date una oportunidad y, sobre todo, dale una oportunidad a ese chico.

—Creo… que te haré caso —musité, un tanto avergonzada, jugando con los pedacitos de frutas, sin mirarla—. No prometo nada, solo lo trataré bien.

—Perfecto, entonces, ¿cuándo lo traerás a casa?

—¡Mamá! —exclamé, elevando la voz.

Su risa atiborró todo el entorno y terminó por contagiarme. Hacía mucho que no reía, hacía mucho que no me sentía bien y sí, puede que mi madre tuviese razón. Todo es por culpa del chico de sonrisa bonita.

Maldito Valentín.

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