Dos

El Ladrón de Sombras supo que su vida había tomado un rumbo indeseado cuando, por una chica, rompió su tercera regla sagrada. Los problemas comenzaron cuando, esa misma mañana, respondió una llamada telefónica.

—Ofrezco 50,000 dólares como primer pago—le había dicho el cliente—, quiero que siga a esa mujer y me informe sobre todos sus movimientos.

El Ladrón de Sombras casi se atragantó, pero se obligó a permanecer tranquilo; después de todo, había estado esperando esa llamada. 

—Felicitaciones por su buen trabajo—agregó la voz horriblemente aguda del cliente—. Le acabamos de enviar el comprobante de su pago por el trabajo anterior. 

Aunque ese cliente siempre era puntual con sus depósitos, había algo acerca de él que no le terminaba de gustar. Y no era solo el que utilizara un programa para modificar su voz cada vez que lo llamaba. Lo contactó por primera vez un mes atrás y le encargó algunas tareas sencillas, cosas como entregar un par de recados sin llamar la atención, pero cuya complejidad aumentaba poco a poco. Por eso, no le sorprendió cuando le pidió robar el teléfono de una chica.

—Sí, ya lo he visto—dijo el Ladrón de Sombras, dejándose caer sobre su viejo sillón preferido—Entonces, ¿quiere que dé el siguiente paso? 

La nueva solicitud iba a ser un trabajo molesto y, aun así, estaba considerando hacerlo. El Ladrón de Sombras tenía una sola meta en la vida y los cuantiosos pagos que le ofrecía ese cliente le permitirían cumplir su sueño rápidamente. 

—Sé que no le será difícil.

Cada mañana, el Ladrón de Sombras revisaba en un portal de venta de inmuebles si la propiedad que quería continuaba disponible. Se trataba un faro en el Pacífico Sur, enorme y en desuso. Lo quería desde la primera vez que lo vio. 

—Entenderá que necesito tiempo para darle respuesta—replicó el ladrón—. Lo que me pide es un trabajo a largo plazo. 

No le gustaban esa clase de trabajos, en los que sentía que le pertenecía a una persona. Demandaban tiempo y limitaba sus opciones de aceptar otras empresas; sin embargo, el cliente le ofrecía muchísimo dinero. 

—50,000 como primer pago, y lo mismo cuando termines el trabajo—dijo el cliente—. Confío en usted Sombra, sé que es el mejor y quiero que se encargue de Lilia. 

Lilia, así que ese era su nombre, no Leah. Recordó la expresión aterrada en el rostro de la chica cuando la interceptó y le dieron ganas de arrancarse los cabellos. No necesitaba vivir atormentándose con la idea de que sus acciones pudiesen lastimar a una mujer como esa, de aspecto tan frágil. No sabía por qué querían que la vigilara y, a decir verdad, no le interesaba en lo absoluto. Pensó en su faro, era lo único que importaba. Terminó la llamada con la promesa de darle respuesta a su cliente antes de la medianoche, aunque en fondo sabía que la decisión estaba tomada.

El faro sería suyo, aun si tenía que hacer el trabajo sucio de otros para conseguirlo. Lo que pasara con Lilia no era su problema. 

—Ah, maldición—murmuró. 

De repente, el cansancio acumulado por el exceso de trabajo pareció desvanecerse. Se puso de pie y buscó algo que vestir, alguna cosa que se viera normal. Sus atuendos consistían en básicamente lo mismo: chaqueta negra, camisa negra y pantalones negros. Por suerte, entre el montón de ropa negra, encontró una sudadera verde  y unos jeans que compró años atrás, pero que no se había molestado en estrenar. Antes de salir del departamento, tomó el último pedazo de pizza del día anterior que quedaba y se lo llevó a la boca, tenía tanta hambre que ni se molestó en calentarlo. Si iba a trabajar para ese cliente, lo haría bien. 

Según el horario de la chica, todavía debía estar en el hotel. La imaginó bajando desde su oficina, en el último piso del edificio, hasta el comedor de empleados; si se apresuraba, podría alcanzar a verla almorzar.

Durante el camino, releyó varias veces el mensaje que le había enviado su cliente, en busca de alguna pista que le ayudase a entender por qué esa chica era digna de ser espiada por él, pero no había nada. El Ladrón de Sombras nunca hacía preguntas, su trabajo era solo obedecer las órdenes, y rara vez se interesaba por los asuntos de otros; sin embargo, que lo contrataran para seguir a la directora de uno de los hoteles más grandes de la ciudad le parecía cuanto menos curioso. Ni siquiera sabía qué tenía que descubrir exactamente.

Meterse en comedor para empleados le fue ridículamente sencillo, entró por la puerta trasera junto con un grupo de hombres distraídos que llevaban escobas y trapeadores. Recorrió los pasillos como si no hubiese nada de malo con que estuviese ahí y ocupó una mesa en una esquina del comedor, asegurándose de tener una buena visión del lugar. Contó los minutos que pasaron hasta que Lilia apareció por la puerta también y su puntualidad le hizo sonreír. 

A los ojos del Ladrón de Sombras, ella era una persona cualquiera. Viéndola sentada en el comedor, Lilia le parecía incluso aburrida; comía con una calma que le resultaba desesperante, mientras fingía escuchar lo que un hombre junto a ella le decía. 

La observó con atención. Lilia era bonita y, por la notable seguridad en cada uno de sus movimientos, era evidente que lo sabía. Sus rizos pelirrojos le caían sueltos hasta la cintura, desentonando con su elegante traje de ejecutiva. Tenía una piel muy pálida, ojos grises y unas pecas que salpicaban el puente de su nariz; notó que en realidad no era muy alta, así como tampoco demasiado delgada. Sin duda, la clase de chica que llamaría la atención en cualquier lugar. 

El Ladrón de Sombras fingió revisar su teléfono, esperando que Lilia no lo descubriera vigilándola; sin embargo, pronto se dio cuenta de que ella parecía perdida en su propio mundo, demasiado distraída de todo lo que le rodeaba. Si esa era la actitud con la que ella iba por la vida, entonces su trabajo sería todavía más fácil de lo que había esperado. 

Cuando Lilia y su acompañante terminaron de comer, se pusieron de pie y salieron del comedor sin molestarse en recoger los platos vacíos.  

—¿Irás a la reunión de esta noche?—preguntó el hombre que iba con ella—Será una buena fiesta. 

Lilia negó con la cabeza, ambos se habían detenido junto  a la puerta del ascensor. 

—No, yo… necesito encargarme de... cosas.

La chica miró por encima de su hombro, como revisando el lugar. El Ladrón de Sombras casi se echó a reír.

—¿Y no puedes hacerlo mañana?—preguntó el chico—¡Vamos, Lilia! Hace mucho que no salimos los dos.

—No es una salida de los dos, John—replicó ella—, es una fiesta de cumpleaños. No tengo tiempo, necesito elegir a los candidatos para secretario.

El Ladrón de Sombras se les acercó un poco más, con los ojos fijos en su teléfono celular. 

—Esos son detalles menores, querida—dijo el hombre—. Puedes revisar los curriculums de tus aspirantes a secretaria mañana.

—O secretario—dijo ella. 

—¿No sería raro tener un secretario?—preguntó John—Eres una chica, no sé por qué querrías un secretario hombre. 

Lilia puso los ojos en blanco, disgustada. Permaneció en silencio y al Ladrón de Sombras se le hizo curioso que no dijera nada, él había supuesto que era la persona con más poder en ese edificio. Se había mantenido cerca de ellos mientras conversaban junto al ascensor y tuvo la sensación de que pronto se meterían en él, desapareciendo de su vista. 

—Oh, no te molestes Lili—dijo John, dándole un empujoncito.

—A quien que yo elija como mi asistente no es asunto tuyo, John.

El Ladrón de Sombras decidió que ya había escuchado suficiente y comenzó a caminar en dirección a la puerta principal del edificio. Por el rabillo del ojo vio a Lilia una vez más, justo en el momento en el que John volvía a empujarla, haciendo que la chica perdiera el equilibrio sobre sus enormes tacones. El tobillo de la chica se torció en un movimiento extraño y soltó una exclamación aguda mientras se iba de cara suelo.

—¡Dios mío!

El Ladrón de Sombras abrió muchísimos los ojos, aterrado. Él no había podido evitarlo, sin siquiera darse cuenta, había extendido sus brazos hacia la chica rápidamente, sosteniéndola antes de que cayera. Sus ojos se encontraron y permanecieron con la mirada fija el uno en el otro durante varios segundos. La vio gesticular algo con los labios, pero no pudo entender lo que decía, demasiado confundido como para captar cualquier mensaje. El Ladrón de Sombras tenía solo tres reglas en su trabajo: 

  1. Nunca matar. 
  2. El trabajo es confidencial. 
  3. Nunca mostrar su rostro. 

El Ladrón de Sombras supo que su vida había tomado un rumbo indeseado cuando rompió su tercera regla. Por una chica.

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