Once

Lilia tomó un pastelillo y se lo llevó a la boca. Ignoró la mirada de reproche de su madre y decidió que lo más sensato era disfrutar los dulces que su amiga Sarah preparaba, sin remordimiento. No era como si comiera golosinas todo el tiempo.

—Oye, ¿no crees que ya fueron demasiados?

—Mamá, no puedo rechazar estas delicias—replicó—. Ademá, si me pongo gorda, sé que me sacarás rodando.

Su madre abrió la boca para quejarse; sin embargo, fue interrumpida por una delicada risa.

—Lilia está bien—dijo Sarah—. No seas tan dura, Ariana. 

Lilia se levantó de un saltó, dejó lo qu

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