Seguir la corriente

–¿Papá? – Tomé asiento junto a él en la cama. Muy temprano papá se había sentido muy mal y Gonzalo y yo nos ofrecimos para cuidarlo mientras despertaba.

–¿Cómo te sientes papá? –Gonzalo se acercó también. Había hablado con mamá para que cancelara esa dichosa cena de compromiso pero ella no quiso. Aleó que papá se recuperaría con la pastilla en cuestión de dos horas, parecían ambos haber pasado por esto antes, yo solo sabía que a él le dolía seguido el estómago. Hacía tres semanas mi padre visitó a un doctor muy famoso que le recomendó Chico Castro y esperaba algunos resultados.

–¿Qué hacen aquí? –Papá se incorporó rápido y nos miró sorprendido. Tenía buen aspecto, tal vez mamá estaba en lo cierto.

–Estamos cuidándote papá.

–Virginia no era necesario. Ya estoy bien, fue solo un momento.

–Un momento largo papá. –Gonzalo era no solo el hijo mayor, también era el hombre que quedaba a cargo cuando papá viajaba, el resto de nosotros veíamos su imagen como quien continuaría a cargo de todo esto una vez papá y mamá decidieran retirarse e irse a viajar, cuando el mismo Gonzalo tuviera familia o cuando muy de viejitos ya no estuvieran con nosotros. Beto lo seguía a casi todo sitio, aprendía de él, quería imitarlo y recrear después lo que tanto veía. –Me pregunto si ir esta noche a la casa de los Castro es una buena idea. Tus exámenes aún no terminan y no tenemos los resultados de los otros análisis ¿Cuál es el apuro en comprometerse?

            –Si fueses tu hermana estarías igual de apurado después de siete meses de noviazgo. –Papá rió, después pasó ambas manos por su cabello y lo arregló, algunas canas ya aparecían, ese tono le quedaba muy bien.

–Para atarse a un Castro hacen falta años de conocerlo. –Afirmó sin recordar que tiempo atrás él también deseó estar atado a una de los Castro.  De hecho una que lo había cambiado por un futuro para ella en un país desarrollado y pleno de oportunidades. –Tantos meses y no hubo manera de hacerla cambiar de opinión.

–Astrid no vio nada en Santos que la hiciera repudiarlo. Yo mismo no tengo nada que decir de él, lo veo muy enamorado, capaz de hacerla feliz, el compromiso era inminente y nuestra relación  con Chico también. –Moviendo levemente las piernas papá hizo  a un lado la sábana color crema. –Sin contar lo bien que se la lleva con tus hermanos o lo apremiante que es para nosotros en estos momentos participar en la Asociación de productos ganaderos ya agricultores de una Caracas que se moderniza y nos obliga a cambiar de áreas de trabajo.

–Eso de la construcción no termino de tragarlo papá.

–No queda de otra ahora que el país avanza hacia el progreso, hacia las edificaciones.

–¿En serio estás de acuerdo con la manera?

–No gano nada oponiéndome a los métodos de un presidente que solamente desea complacer a su grupo  para hacer valer su voluntad y quedar bien ante la mirada del extranjero, creyendo que no vende a su país si no que gana en progreso. –puso los pies en el suelo. –Mi opinión es Gonzalo hijo, que tengo que sacar a mi familia adelante, que debo trabajar para no quedarme atrás y conservar mi casa intacta así como a mis hijas hembras. Porque la mayoría de los hombres y mujeres que van a los eventos y reuniones sueñan con jardines amplios, autos lujosos y viajes al exterior.  Sin contar la enorme cantidad de tierra que se prepara cerca de aquí para jugar golf.

No creo que todo aquello resultara fácil para mi padre. Durante sus salidas de negocios, para plantearse nuevas maneras de no quedarse rezagado, compartía ideas con los demás hombres que buscaban lo mismo para sus familias. Claro, Chico Castro manejaba mucho mejor la situación, era como un pez en el agua, pero un pez muy grande. El no fumaba pero cuando entraba a reuniones lo hacía, cigarrillos largos, encendedores planteados, rápidos y eficaces, no  tenía nunca que darle doble click, aspiraba cual experto y hasta hacia OOOO, sus ojos se cristalizaban y entrecerrándolos, con su atractivo aspecto a lo Domingo Soler, en su punto de gallardía y simpatía estudiaba las situaciones y a sus participantes. No solo era irresistible para Nilda también lo era para otras damas, seguramente hasta para su propia esposa.

Previo a entrar en calor con respecto a cómo manejarían los precios y la distribución de los alimentos, que era el área que a mi padre le interesaba por los momentos, hablaban de sus nuevas adquisiciones: casas, autos, yates o mujeres. No solo eran personas de Caracas, en la Venezuela de 1933, venían a la capital para buscar progreso, trabajo, mejoras y peligros que en sus hogares no conseguían. Llegaban rápido, el auto, gran ayuda. Con bolsas de ropa, saquitos de comida y una fuerza extraordinaria para ser empleadas sus manos de obra.

Nuestro padre, como estos hombres del interior del país, luchaba. Sí, porque después de asistir a estas muchas reuniones, reconoció que el futuro se encontraba en la construcción, en las fábricas de hierro, cemento, bloque y distribuir lo que nuestras haciendas producía completaría las necesidades de los Rivero para establecerse en el país con la solidez de llevar la comida a la mesa sin escatimar los gastos. Esto era lo más importante para él.

–No se papá, si el precio es darle la mano a otro que las tiene llenas de sangre o que su memoria está llena de absolutismo.

–No es lo que me pasa por la cabeza cuando plantean cada proyecto. –Sin dar muestras de debilidad papá se levantó de la cama y buscó la puerta del baño. –Y necesito que trates de disimular tu desagrado y aprendas a comportarte, yo no voy a ser eterno.

Mi cabeza había estado en ping pong durante largo rato, ahora quedó tipo abanico, solo para Gonzalo con cara de regañado. Me levanté de la cama y me dispuse  tres pasos atrás con las manos tomadas adelante, papá volvió a la habitación en menos de un minuto.

Nuestro padre tenía que ser eterno.

–Disculpa si a veces te molesta papá mi comportamiento, se lo importante que es para nuestra familia cada trato que haces ahí.

Gonzalo acompañaba a papa a varias reuniones. Mi  hermano era muy bueno para las cuentas, podía hacer números sin previa escritura, mente+aire=resultado.

Se reunían ministros con estudiados y para variar…gringos. El extranjero trataba de masticar el español, nosotros: los mejores intérpretes.

Si bien Gonzalo decía que no quería compartir con los señores, en el fondo lo disfrutaba. Escuchaba con atención el inglés y después no solo era de utilidad para los números de nuestra hacienda sino también para algunos otros que necesitaban echar cuentas, pues la ganancia es lo más importante.

­–No te preocupes, entiendo que no es fácil pero es cuestión de seguir la corriente hasta establecernos en el mercado y asegurar el pleno funcionamiento de la hacienda. –Papá volvió a sentarse en la cama. –¿Tengo tiempo para otra siesta Virginia?

–Si papá. –Lo ayudé a estirar la sábana.

– ¿Tus hermanos?

–Bueno papá no sabría decirte que hacen, pero están todos obedeciendo las órdenes de mamá.

–Hoy es un día muy importante para tu hermana, debes apoyarla.

Estaba 100% dispuesta. Inclusive intenté en varias oportunidades ser su confidente, pero para eso ella tenía a mamá.

–¿Hoy a donde te llevara Santos? –Le pregunté una tarde en que entré a su habitación y ella se arreglaba frente al espejo.

–No lo sé, me dijo que era una sorpresa, que vistiera algo abrigado.

–¡Ah, por Dios que emocionante!

–Sí, lo es. –Siguió arreglándose los mechones sueltos.

–¿Nunca estas nerviosa cuando están a solas?

–Ya no. Además casi nunca estamos solos, cuando voy a su casa estamos rodeados de su familia, aquí igual y en la calle lo mismo.

–¿Y en el auto? Ahí están solos.

Se volteó a mirarme como si dijese yo algo pecaminoso.

–¿Qué estas insinuando Virginia? –Ceño fruncido, ojos agudos.

–Na–nada Astrid. Son novios, a los novios les gusta tener tiempo a solas para…para no sé…

–¿Para que según tu? ¿Acaso has tenido un novio Virginia?

–No, no lo he tenido pero…–Para ese momento ya estaba yo contra la puerta de su cuarto.

–Pero ¿qué? No puedes estar creyendo todo lo que dicen en la cocina las hermanas de afuera, o las quinceañeras ansiosas que conocemos.

–Te aseguro que no se trata de eso, puedo pensar…imaginar que los novios desean tiempo a solas para hablar de sus cosas, de lo que sienten en común, intercambiar ilusiones, be…sos.

–Pareces muy informada. –Dio un paso hacia mí.

–tengo 16 años Astrid, no me he criado en una burbuja.

–Ya veo que no, pero no recuerdo haber tocado los temas románticos durante ningún evento, ¿o acaso sabe más que yo sobre este tema Milagros? Después de todo comparten habitación.

–N dudaría que Milagros sería muy buena describiendo las sensaciones de unos enamorados, pero tampoco me hacen falta sus observaciones.

Vaya que Milagros y Mariana tendrían muchas cosas que decir con respecto al romance y sus importantes manifestaciones. A veces y juro que fue una vez y muy fugazmente pasó por mi cabeza que mamá descuidaba a esta pequeña hermana mía. La profesora de ballet decía que  a esa edad hasta los veinte se despertaba la naturaleza femenina que nos convertía en seres sin pensamientos, llenos de pura voluntad.

Milagros y Mariana se acompañaban como hermanas, tal parecía que yo era la  Rivero extraña, pues ni siquiera antes de dormir me confesaba algún hecho. No hacía falta, yo sabía lo que hacían, durante estos siete meses coincidimos seguido con los Castro y las niñas acosaban a los hermanos y a sus acompañantes o amigos. Gonzalo estaba siempre al pendiente, las rescataba de vuelta a la reunión y luego les daba un sermón. Una vez que estábamos en el patio de su casa se me acercó Eugenio. Todavía no se porque me quedé sola, había gente alrededor, pero lejos.

–¿Y tu Virginia? –Venía con algo en la mano, siempre tenía algo en la mano, jugaba de aquí para allá con eso. Traía sus ojos fijos en mí. En todo mi rostro y en el pequeño escote de  mi vestido violeta. –¿No deseas pasear también con nosotros o ir a la piscina de Rafaela, la amiga de Ramiro?

–No la conozco, no veo que esté bien ir a su casa.

Me sentía incómoda, él me provocaba sudores raros.

–A ella no le molestaría.

–MI padre no lo admitiría así que mejor ni consideramos la idea.

–¿Y a un parque o asado?

–¿Tienes edad para hacer esas invitaciones?

No tenía edad pero si aptitud y porte. A sus trece años era más alto que yo y con músculos en desarrollo.

–Tengo edad para lo que quiera hacer. –Tragué grueso y traté de no aparentar nervios. –Pero ya veo que la amiga de tu hermana y hasta tu propia hermana se dan más cuenta que tú.

Siguió de largo tropezando mi hombro. Y si, no era la primera vez y no sería la última en que Mariana le coqueteara a él y Milagros a Ramiro. Después de ese día aprendí a mentir, no me gustaba hacerlo pero cada vez que planeaban ir a la casa de Chico Castro yo inventaba alguna excusa, dolor menstrual, cólicos, dolor de garganta. Mamá me daba algo y se iba, su única atención ahora era que Astrid y Santos se convirtieran en esposos, una de sus hijas ya casada y bien posicionada, por suerte enamorada. Cuando si no podía evitarlos era cuando venían  a casa. Una tarde Eugenio hizo traer su caballo para competir con Gonzalo. Hermoso animal negro ébano d epatas blancas. Mamá aplaudió al ver cuando lo bajaban del camión e inmediatamente aupó a Gonzalo para que trajera a Pillo, su hermoso, vivaz, inteligente y sobre todo veloz caballo.

No pasó como con los perros cuando se encuentran, estos dos animales casi se saludaron. Eugenio golpeó el lomo del suyo y casi voló para montarlo. Yo veía desde muy cerca. Gonzalo rió y subió al suyo de un salto, luego lo acarició y le dijo algo al oído, algo que cambió la postura de Pillo e hizo su sonido moviendo patas y cuello, como un luchador de boxeo antes del encuentro, como un contador frente a los billetes. Ramiro Castro estaba eufórico y los dos padres parecían chiquillos. Para mí era extraño porque Gonzalo le llevaba siete años a Eugenio ¿acaso nadie lo consideraba?

–Beto marca la salida. –Grito Gonzalo.

–¡No! Que lo haga Santos ¿vamos hermano!

Santos se sorprendió de la elección pero soltó la mano de Astrid, esa que casi llevaba pegada a la de él todo el tiempo, y fue lejos, a la tierra, casi pista donde correrían los caballos.

–¿Listos? Bien. Hasta la salida, girar y volver acá.

Ambos jinetes afirmaron muy atentos.

–¡Vamos Geño, controla a tu animal!

–Ten cuidado Gonzalo, cuida a Pillo.

–Si papá.

–¡Gana hermano!

–Prepara la bandera para mi regreso Ramiro.

Santos se colocó entonces entre los dos y gritó:

–¡Partida!

Fue como un pitazo, un disparo, un aplauso, un grito, ambos agitaron a sus hermosos animales y solo vimos polvo cubrir a Santos, Ramiro y Harold. Beto y Tomas gritaban y saltaban corriendo detrás de los cabellos, para ellos no bastaba verlos desde acá. Carmen y Charito corrieron desde la cocina para verla carrera y juro que escuché gritar a Auxiliadora. Temo que era mi propia emoción, por supuesto quería que mi hermano ganara, que ridiculizara a Geño Castro, que los Rivero vencieran a los Castro, por lo menos en esto.

–¡Corre!

–¡Vamos Eugenio!

–Gonzalo, Gonzalo!

Gritos, escándalo, algarabía, miedo de perder, todo junto.

Yo no iba junto a ellos pero los jinetes tenían sus peores caras, bocas abiertas ojos al frente, cabellos enredados, ansias de ganar, agitación, competencia.

Los caballos giraron casi al mismo tiempo en la entrada de la hacienda, unos 350 metros de nosotros. Gonzalo acostumbraba a correr con Pillo, era su instrumento de desahogo cuando pensaba que no tendría a Flor Castro. Por lo visto el ego de Geño Castro también lo hacía hacer correr a su precioso cabello. Durante los primeros metros no vimos diferencia, sus cuerpos delgados apenas si tocaban al cabello, seguramente sus corazones estaban por salir por la boca.

Tierra, polvo, cascos de cabello, crines al aire, gritos, muchos gritos, cada uno agitando su caballo, su fuete, su victoria.

–¡Ja, ja!

–¡Corre, ja corre!

El regreso mantuvo aún peor nuestro estado. La señora Consuelo mantenía un bolso de mano atrapado en su regazo, no hablaba, solo movía los labios y creo que decía: ¡corre, maldita sea! Pero no lo decía, no como los otros que gritaban sin parar Yo solo repetía el nombre de mi hermano, una y otra vez en susurros, casi con lágrimas en los ojos. Los caballos se desbocaban, disfrutaban de la carrera tanto como sus jinetes, el cabello negro de Geño era muy fuerte y veloz, sin embargo, al estar casi a la par faltando escasos 100 metros mi hermano mayor cambió de positura y casi acostado en su cabello color marrón con una medio estrella en la frente, le dijo algo, algo que bastó para que Illo hiciera una doble marcha y violentamente, casi por dos cuerpos, Pillo superó al cabello negro ganando.

Grité sin poder contenerme, en realidad no sabía que celebraba, sí que ganara nuestro caballo, hermano, que quedara mal Geño o toda su familia, porque Ramiro nunca pudo mover la bandera. Esperaba que ganara el caballo de su hermano no el nuestro.

–Buena carrera muchacho. –Lo felicitó Chico una vez se bajara Gonzalo. –Tu caballo dio lucha Geño, pero tal parece que Gonzalo le sabe secretos  al suyo.

–Sí. –Eugenio apenas podía hablar, parecía haber estado corriendo él y no su corcel–parece que sí.

–Que emocionante estuvo esto, ¿pasamos a merendar?

Si siguieron a mamá. Las bocas de los Rivero no podían cerrarse. Hasta Pablo salió de las sombras para aplaudir a mi hermano.

–Tomás dale agua y comida por favor.

–Sí Gonzalo.

–El caballo se alejaba como si nada, no sabía lo bien que lo había hecho.

–Tráele también al de Geño.

–Le tengo su propia agua y alimento, gracias.

Mi hermano solo encogió los hombros y entró a la casa, siguiendo a los demás. Estaba feliz, inflado, excitado del triunfo.

Yome sentía tan orgullosa de cada minuto de la carrera, de este trofeo invisible.

–¿Qué? ¿No te gustó perder?

Escuché a Mariana dirigirse a Eugenio.

–¿Ves que me estoy riendo?

–Trajiste tu cabello a una competencia que perdería, te irás sin poder presumir algún triunfo.

–Creo que a nadie le gusta perder.

–Bueno Gonzalo tiene mucha experiencia con los cabellos, los trata como amigos, quizás ahí esté la diferencia.

–No recuerdo haberte pedido consejo ni consuelo.

–Lo sé, es solo que veo con lastima lo que te pasó. –Descaradamente ella lo miró de arriba abajo.

–Lo mejor será que te calles o no respondo.

–¡Mariana! –Su padre la llamó desde algún punto y ella se alejó. Tiempo después supe que solo quería vengarse de la falta de interés que manifestaba Geño hacia ella. Tiempo después cuando ya era demasiado tarde.

–No sé Virginia, por un momento me pareció que insinuabas que Santos y yo podríamos hacer algo malo estando solos.

Volviendo a la realidad, yo en la habitación de Astrid, contra la puerta, mano en la manilla.

–¿Malo? No veo que podría ser malo entre dos personas que se quieren como ustedes.

–Adelantarse a los planes por ejemplo.

–De igual manera yo no trataba de insinuar nada, solo quería entablar una conversación entre hermanas.

No dejé que respondiera, giré la manilla y abrí, solo que choqué con mamá.

–Virginia aquí estas.

–¿Me buscabas mamá? ¿en que puedo ayudarte?

–Quería estar segura de que arreglaste esos detalles que  tenían tus vestidos.

–Estoy en eso. –Mamá nos miró a Astrid y a mí.

–¿Pasa algo?

–No. –Respondí rápido.

–Virginia me sorprendía con algo de conocimiento amoroso mamá.

–¿En serio? ¿Cómo qué?

–Nada de importancia mamá.

Viendo el camino libre me alejé, ellas no me detuvieron. Me hacía recordar cuando una noche muy tarde Milagros entró al cuarto. Yo leía el libro La dama de las camelias, papá por fin me permitió leerlo. Entró, tiró la puerta y se lanzó en la cama pero mirándome.

–¿Ya viste todo lo que mamá le compró a Astrid?

–No…–cerré el libro y la atendí.

–Bolsos, vestidos, zapatos, ganchos, maquillaje y a nosotras nos pide que reparemos los vestidos e intercambiemos zapatos.

–Astrid es la que está por comprometerse, Quien sale seguido a bailes, cenas y visitas.

–Y cuando vamos todos ¿Qué somos? ¿Arlequines?

–Tocará tu oportunidad Milagros.

–¡Nunca! Nunca será igual. Mírate a ti, ya tienes 16 y mamá ni piensa en enviarte a un baile para que conozcas a buenos partidos.

–No estoy interesada.

–Pues deberías. Insiste cuando Astrid, la bella Astrid asista a otro baile, a ti te gusta mucho bailar.

–No me gustaría parecer de cacería.

–¡Virginia despierta! Esta hacienda es grande pero somos cinco hermanos ¿qué crees que pasará en el futuro? Tienes que encontrar un buen esposo que te saque de aquí.

–Hasta ahora no hay nadie que me parezca adecuado. Muchos dejan a la imaginación Ramiro y Eugenio Castro.

–En eso tienes razón. –Me sorprendió. –Ya le dije a Mariana que no valían la pena, es solo que ahora ella se empeña en enfrentarlos.

–Ojala y te escuche, lo que vi el día de la carrera no fue nada agradable.

–Lo llama una táctica para llamar su atención a través del odio. –Dicho esto se lanzó en la cama.–No puedo dejar ver tantos vestidos que no podre heredar, creo que ya me quedan pequeños y ni hablar de los zapatos.

Reí. De nosotros, Milagros era la más alta y robusta.

–Claro que apoyaré a Astrid en todo papá, ahora descansa para que estés bien en la noche.

–Gracias hija. –Papá se metió de nuevo bajo las cobijas. –Gracias Gonzalo.

–No, por nada papá, regresaré en un rato.

Cuando Gonzalo salió yo abrí mi libro y continué leyendo.

LA NOCHE DEL COMPROMISO

Por fin llegó la hora de salir a la casa de los Castro. Astrid junto con papá y mamá salieron antes de las cinco en un auto que vino por ellos desde la casa de Chico Castro. Era verde oscuro y no tenía techo. Mamá y Astrid usaron pañuelos para sus cabezas, así no se despeinarían. De modo que después de estar listos los demás: Gilberto, Milagros, mariana, Gonzalo y yo, además de parte del servicio de la casa para que colaboraran en el evento se sumaron a nosotros Auxiliadora y Harold. No íbamos tan incómodos y disfrutamos el viajar apretados con Gonzalo al volante. A mí me tocó la ventana de la derecha en la parte posterior. Desde ahí vi como a pesar de que comenzaba a oscurecer había hombres en las vías realizando trabajos. Grandes máquinas hacían mezclas, donde antes había tierra o piedra como camino ahora lo formaba asfalto y en otros pasillos baldosas de arcilla bien colocadas. El río a lo largo de la capital corría limpio y comenzaba a verse tenebroso tras la oscuridad que caía. Latas llenas de combustible y aceite hacían de lámparas. Lástima  que el trayecto no fuera más de treinta y cinco minutos.

Bastó llegar a la entrada para deslumbrarnos. El camino estaba iluminado desde las alturas por medianas lámparas  redondas. Este compromiso no era solo un encuentro familiar, era lo que la familia Castro hacer debido a su estatus social.

–¡Vaya! –Gilberto sacó la cabeza para ver todo mejor. Autos, varios autos, algunos sin capota, muy nuevos, en diferentes colores y tamaños. Otros grandes.

No solo yo estaba muy sorprendida. Durante el tiempo que esto se organizó nunca formé parte de los preparativos. Yo era su hermana contemporánea, pensé que sería una reunión íntima lo que habría, más no era así, debí imaginarlo después de que mi madre nos llevara a comprar ropa a Milagros y a mí. Hoy todos, hasta los varones vestían de beige, hasta mi padre un color crema liso y brillante.

Auxiliadora y Harold vestían de negro y cuando bajé del auto noté que había más como ellos. Pude identificar a Meche, Ismenia y Domingo, quienes formaban parte del servicio Castro. Domingo nos abrió la puerta en cuanto Gonzalo apagó el motor.

Estas eran las sorpresas

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