4. Atrapada (CALIPSO)

CALIPSO

Volvimos al club, justo después de eso. Yo me sentía terriblemente hundida, pues había destrozado la imagen pura que Mateo tenía de mí. En aquel momento, él tan sólo pensaba que yo era una chica más, una de esas miles con las que se acostaba, que no tenía nada especial. Y eso me destrozada terriblemente, porque yo no era así en lo absoluto, yo no tenía nada de corriente, yo sólo… sólo hacía todo aquello para cuidar de él, desde el principio, por eso hice aquella estúpida promesa que me costó aquella situación.

Entramos en el club, juntos, pero cada uno a su bola, el lucía algo defraudado, y yo bastante triste. Sandra se quedó sorprendida al vernos aparecer, pero pareció pasársele pronto, porque se abalanzó sobre él y le besó con desesperación, como si intentase hacerme comprender que él era su hombre.

  • Voy a por una copa – dije en voz alta, pues odiaba verle junto a ella, y más después de lo que había sucedido entre nosotros, se suponía que volvíamos a estar juntos, pero ahí estaba, siendo besado por otra.

No debía extrañarme, pues yo misma había admitido tener a otro tío, quizás por eso él no iba a cumplir su promesa de dejar de acostarse con ella, y todo era por mi culpa.

Caminé hacia la barra, sin que él pudiese hacer nada por detenerme, y me pedí un vodka sólo. Necesitaba tragar ese nudo que se había formado en mi garganta al verle con ella.

“Todo va a ir bien” – intenté prometerme a mí misma – “sólo necesitas calmarte” – insistí, pero mis lágrimas salieron antes de que pudiese hacerlo, calmarme.

Todo aquello se había convertido en una enorme bola de mentiras de la que quería huir: Diego, Marina, Sandra, Mateo y yo.

Saqué el teléfono del bolso y lo puse sobre la mesa, tenía como cinco llamadas perdidas de Diego.

“Estoy en el bar de Paul, he venido a celebrar mis notas con Boris” – escribí, para luego mandárselo, sabía cuál sería su respuesta incluso antes de recibirla.

Voy por ti” – escribió – “Dejo a Marina en casa y te recojo”

Dejé el teléfono sobre la mesa, sin tan siquiera responder, para luego coger mi vaso y dar un sorbo a mi copa, al mismo tiempo que miraba hacia la pista de baile, donde él bailaba animadamente junto a Sandra. Me quedó claro en ese instante, la exclusividad de la que él hablaba, se había quedado en el aire, él no iba a dejar de acostarse con ella, hasta que yo no dejase de acostarme con Diego.

Me puse en pie, con dificultad, dejé el dinero sobre la barra y caminé hacia la salida, necesitaba un poco de aire.

Dejé que mi cuerpo descansase sobre la pared, en el callejón izquierdo de aquel antro, y di un par de bocanadas de aquel aire frío, intentando calmar el nudo que se había formado en mi estómago, pero era en vano, no había nada que hacer.

“Hubiese preferido que él nunca me contase la verdad” – pensé – “Seguir pensando que me había sido infiel era lo mejor” – insistí – “él aún seguiría teniéndome en un pedestal y yo no me sentiría como una furcia” – reconocía – “¿A quién quiero engañar? Ya me sentía como una furcia al acostarme con Diego”

Tenía frío, había vuelto a olvidar mi chaqueta dentro, pero me sentía incapaz de volver a entrar y verle con ella.

“Quizás hubiese sido mejor mentir” – pensé – “debí haberle dicho que estaba enamorada de otro, así todo habría terminado” Pero de aquella manera, él sólo estaba esperando con Sandra, hasta que yo dejase a Diego.

¡Por el amor de Dios! ¿Cómo demonios iba a dejarle? Sabía que él no me dejaría ir, así como así.

Estuve largo rato pensando en todo aquello, pues cuando quise darme cuenta Diego estaba allí, frente a mí, mirándome sin comprender.

  • ¿Dónde está tu chaqueta? – preguntó al verme con la piel de gallina, tiritando - ¿la has dejado dentro? – insistió, mientras yo asentía.

Agarró mi mano, y tiró de mí hacia aquel antro, pasando por el guardarropa, donde había dejado mi chaqueta. Saqué el tiquet de mi bolso y se lo entregué a la chica, mientras mi hermano daba una pequeña ojeada a todo el local, deteniéndose en la pista, donde él bailaba con Sandra y otra chica, con una enorme sonrisa en el rostro.

Él estaba siendo un capullo, eso era totalmente cierto.

Agarré mi chaqueta y me la coloqué, observando como él apretaba los dientes, molesto, al notar la mirada de su mejor amigo sobre mí.

  • ¿Ha pasado algo entre vosotros? – preguntó, haciéndome salir de mis pensamientos. Ni siquiera respondí, estaba demasiado dolida con todo aquello como para hacerlo – no permitiré que se acerque a ti de nuevo – me espetó, dejándome claro que no lo aprobaba, aun antes de escuchar lo que tenía que decir al respecto – no dejaré que él destroce lo que tenemos.

  • ¿perdón? – inquirí, sin poder creerme lo que oía – ¿lo que hay entre tú y yo? – repetí, sin dar crédito aún – no hay nada entre tú y yo, Diego.

  • Nosotros nos queremos, Cali – se quejó, molesto por mis palabras, sin tan siquiera haber emprendido la marcha hacia el coche, ante la mirada de interés de su mejor amigo, pero estaba tan lejos de nosotros, que sería imposible que pudiese escucharnos, ¿no es cierto?

  • No – le espeté, dolida – nosotros nos acostamos, porque tú querías esto a cambio de que cuidaras de tu mejor amigo.

  • Claro que no – se quejó – es por mucho más, lo que hay entre nosotros es mucho más que eso.

Salí de la discoteca justo después de escuchar eso, no quería seguir hablando de aquello, no con Mateo tan cerca, no cuando ya me sentía tan destrozada. ¿cómo había podido estropearse todo tanto? Si lo único que yo había pretendido siempre es cuidar de él, ¿en qué momento todo se había ido a la m****a?

Me agarró de la mano tan pronto como llegamos a su auto y me abrazó con fuerza, dejándome sorprendida con ello.

  • Lo siento – se disculpó, apoyando sus labios en mi cuello, inhalando mi perfume, antes de continuar hablando – sólo quiero protegerte de ese capullo.

  • Lo sé – le calmé, pues a pesar de todo, sabía que, en el fondo, él seguía siendo mi hermano – pero …

  • Cali… - me llamó, desesperado, sin soltarse aún de mí – no te quiero perder.

  • No lo vas a hacer – le calmé, abrazándole con fuerza, mientras él me agarraba de la nuca, acariciándome, despacio – lo prometo.

  • Él no es bueno para ti – insistió, haciendo que mis lágrimas cayesen, porque sabía que era cierto, sobre todo después de lo que había pasado aquella noche entre nosotros, después de escuchar que me estaba tirando a otro.

El Mateo con el que hablé la última vez no era el chico gentil y bueno que conocía. Ya ni siquiera quería seguir cuidando de él, ni siquiera quería mantener la promesa que le hice a su madre hasta el final, quizás… quizás debería ir a hablar con ella, y decirle que quería dejar de hacerlo.

  • ¿puedes llevarme al hospital? – pregunté, haciendo que él se separase de mí y negase con la cabeza, despacio.

  • Es muy tarde, Cali, son las 4 de la mañana – insistió, haciendo que me diese cuenta de que tenía razón.

Diego me llevó a casa, como un buen hermano, por un momento pensé que había vuelto, mi hermano, que iba a cuidar de mí y que aquel tipo horrible al que me veía obligada a entregar mi cuerpo se marcharía y no volvería. Realmente lo pensé, cuan ilusa fui.

Un mensaje llegó a mi teléfono tan pronto como llegamos a casa, ni siquiera lo leí, tan sólo me bajé del auto y caminé hacia la casa, escuchando a mi hermano cerrando este, para luego seguir mis pasos.

Abrí la puerta de la calle y subí las escaleras hacia mi habitación, sin tan siquiera preocuparme de ir a saludar a Javier y a Tam a la sala, o cerciorarme de si estaban allí o no. La razón era más que obvia, no quería que me viesen en aquel estado, con el rímel corrido y echa un manojo de nervios.

  • Cali – me llamó Diego agarrándome del brazo, tan pronto como me alcanzó en la planta de arriba, obligándome a detenerme – tenemos que hablar – espetó, arrastrándome a su habitación – Javier y Tam han salido a cenar fuera – me informó, al averiguar cuál era mi temor, pues no quería que me descubriesen allí en aquel estado. Me condujo hacia su habitación y cerró la puerta justo después de entrar - ¿qué ha pasado entre Teo y tú? – insistía. Le miré, sin comprender su pregunta, haciendo que él apretase los dientes, molesto, antes de volver a hablar – acaba de mandarme un mensaje – sacó el teléfono, lo desbloqueó y lo puso frente a mí, haciendo que me diese cuenta de que tenía razón, pues podía leer ese mensaje en aquel momento:

“¿Sabes si Cali tiene novio? ¿sabes si se acuesta con alguien? Cuida bien de ella y no dejes que ese tipo…”

  • No ha pasado nada – mentí, para volver a darme la vuelta, con la intención de abandonar la habitación, pero él tiró de mi brazo y se posicionó justo detrás de mí – Diego… - imploré, al mismo tiempo que él me agarraba de la cintura y me acercaba un poco más a él - … por favor.

  • ¿De verdad crees que Teo va a querer estar contigo si se entera de que te acuestas con tu hermano? – preguntó, entre susurros, cerca de mi oreja, apretándome fuertemente contra él, dejándome claro que aquel tipo con el que me acostaba había vuelto, y que mi hermano ya no estaba allí – Ahora eres sólo mía, Cali. Y no permitiré que nadie me quite eso – insistía, agarrando mi oreja, en un mordisco, con su boca, para luego soltarla despacio – si quieres jugar con él, de acuerdo – me dijo, apretando su pelvis contra mi trasero un poco más, haciéndome partícipe del bulto que se había formado en sus pantalones. Aquella situación le ponía cachondo, no había otra explicación – pero tienes que seguir complaciéndome si quieres que sea un buen amigo y no le diga nada sobre nosotros.

  • ¡Por Dios, Diego! – me quejé, aterrada de sus palabras, intentando soltarme, pero él no me lo permitió, al contrario, soltó mi cadera y me levantó la camiseta, para luego agarrarme el pecho izquierdo con fuerza, haciéndome estremecer – tú ya no eres mi hermano, Diego – continué, al mismo tiempo que él me agarraba la mano, con fuerza, y la apoyaba sobre su pene, sobresaltándome con ello – ni siquiera puedo reconocerte

  • Tú tienes la culpa de eso – aceptó, metiendo la otra mano por debajo de mi sujetador hasta agarrar mi otro pecho, aferrándome un poco más a él – tú me pediste que fuese su amigo a cambio de esto – aseguró, para luego apretarme los pechos con tanta fuerza que no pude evitarlo, tuve que gemir de dolor, justo lo que él buscaba.

  • Me haces daño – me quejé, al mismo tiempo que el cesaba, apartando sus manos, para luego agarrarme del pelo, con fuerza, obligándome a pararme frente a la ventana, poniendo ambas manos sobre el cristal.

  • ¡Quédate quieta! – me ordenó, mientras me bajaba las bragas y metía dos dedos dentro de mí – necesitas lubricación – aseguró, para luego acariciar mi clítoris con las yemas de sus dedos, haciéndome estremecer y gemir sobrecogida – eso es, Calipso – me animó, mientras yo me sentía como un objeto, pero no podía evitarlo, no podía evitar disfrutar con lo que me hacía, me gustaba demasiado. Intenté apartarle, pero él me agarró ambas manos y las aprisionó con la suya, sobre mi espalda, haciéndome daño con ello – pórtate bien si quieres que sea un buen amigo, Cali, ese es el trato.

Se detuvo y me agarró de la cabeza, obligándome a mirarle, para luego metérmela sin miramientos, haciéndome daño, pues aún no estaba lo suficiente lubricada. Me quejé varias veces, pero él no se detuvo, tan sólo siguió haciéndome duro, hasta el fondo, como si quisiese llegar hasta mis entrañas. Intenté apartarle de nuevo, cuando pude soltar mis manos, pero él no me dejó, me propinó una cachetada en el trasero y volvió a agarrarme con fuerza del pelo, obligándome a permanecer en la misma posición.

  • Diego – le llamé, intentando que se detuviese, pero, al contrario, pensó que estaba disfrutando y sus embestidas crecieron. Sus gemidos eran cada vez más seguidos, y eso quería decir que estaba cerca de correrse – ponte un condón – le dije, ya que no podía detenerle, al menos que hiciese las cosas bien, pero ni siquiera me hizo caso.

Sacó su polla a tiempo, descargándola sobre mi espalda, al mismo tiempo que emitía sus últimos gemidos.

  • Entra al baño antes de irte – pidió, al mismo tiempo que esparcía su semen por mi espalda, embadurnándome con él, haciéndome sentir asqueada – date una ducha.

Me quedé quieta en el mismo lugar, sintiendo la pegajosidad en mi espalda, provocando que él agarrase mi mano y me obligase a meterme en el baño junto a él.

Me desnudó, quitándome la falda, la camiseta y el sujetador, dejándome completamente desnuda frente a él, y me obligó a entrar en la bañera.

  • No te hagas la tonta – me dijo, mientras encendía el agua caliente y la desparramaba por mi espalda, limpiando su semen de ella – tu querías esto tanto como yo – insistió, mientras yo negaba con la cabeza – fuiste tú la que quiso hacer este trato – aclaró, al mismo tiempo que me embadurnaba el cuerpo con gel corporal – Sé que sólo estás encaprichada de Teo, sólo te gusta un poco y eso – añadía, agarrando mis pechos para lavarlos – se parece a lo mío con Marina – insistía, dejando el gel sobre la repisa, para luego volver a coger la alcachofa de ducha, enjuagándome el jabón de mi cuerpo – No tienes de que preocuparte – me decía, dejando todo en su lugar, apagando el agua, para luego agarrar la toalla y secarme con ella, ayudándome a salir de la bañera, para luego posicionarse tras de mí y acercar su boca a mi oído – sólo es cuestión de tiempo que te olvides de él, y te ayudaré en todo lo que pueda. Al fin y al cabo, soy tu hermano.

  • Me marcharé a pasar las navidades a casa de mi madre – fue lo único que pude decir, notando sus manos sobre mi cintura, aterrada de que decidiese volver a la carga – así que …

  • Lo sé – aseguró, para luego besarme el cuello, haciéndome sentir asqueada, de nuevo – te daré una buena despedida, lo prometo – aseguró, para luego agarrar mi mano y tirar de mí hacia la habitación.

  • En realidad, estoy cansada – comencé, dejándole claro que no quería hacer nada más con él – sólo quiero dormir.

  • Tranquila – me dijo, sentándome sobre la cama, para luego abrirme las piernas, colocando su cabeza entre ellas – esto va a gustarte – aseguró, para luego lanzarse a hacerme aquello que tanto temía, no porque no lo disfrutase, al contrario, porque me gustaba más de lo que quería admitir.

Intenté apartarle, de nuevo, pero él me obligó a abrir las piernas, dejándose caer sobre ellas, mientras seguía devorando mi punto más frágil de esa manera.

Mi cuerpo se arqueó tan pronto como sentí aquel cosquilleo en mi interior, y él incrementó su forma de mover la lengua, haciéndome gemir con fuerza, a un ritmo fijo, sintiendo dos dedos dentro de mí, obligándome a estremecerme un poco más. Iba a correrme, estaba cerca del final, podía sentirlo, pero antes de que lo hubiese hecho, la puerta principal nos indicó que Javier y Tam habían vuelto. Diego se detuvo, se limpió la boca, me ayudó a levantarme y me abrió la puerta para que me marchase con rapidez hacia mi habitación.

Lo hice en seguida, cerrando la puerta una vez que hube llegado a mi habitación.

Un cosquilleo en mi entrepierna me avisó de que tenía ganas de más, pero no podía volver a la habitación de Diego, y tampoco quería hacerme nada yo, ya me sentía demasiado sucia como para recordar los labios de mi hermano sobre mi intimidad.

Así que me di la vuelta, sin tan siquiera vestirme, agarrando el teléfono, observando que tenía un mensaje nuevo:

Mateo:

“Mañana iré a recogerte a las seis, necesitamos hablar antes de que te vayas a la estación, y luego te dejaré en ella yo mismo, lo prometo”

El nudo en mi estómago creció un poco más, pero en aquel momento no hice nada para impedir que desapareciese, al contrario, dejé que mis lágrimas saliesen y que el dolor me embriagase por completo.

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