CUATRO

May se sentó en una banqueta en los jardines del campus y comenzó a rebuscar en su mochila una cajetilla de cigarrillos que llevaba allí dentro desde hace más de dos meses. Ella no solía fumar, mucho menos en la facultad. En realidad, no le gustaba el olor del cigarro y el humo usualmente le causaba tos. Sin embargo, había descubierto la primera vez que lo probó, que el cigarrillo le ayudaba a calmarse cuando llegaba a situaciones realmente críticas, como esa, en que estaba a punto de romper algo.

El discursillo pedante de su maestro se repetía en su cabeza como el coro de una canción pegajosa. Y a cada minuto, se sentía un poco más al borde del descontrol.

Cuando finalmente dio con la cajetilla, se apresuró a encender un cigarrillo y se lo llevó a los labios. Le dio una profunda calada y aguardó por aquella sensación de relajo. Pero esta no llegó ni entonces ni cuando se acabó el cigarrillo, algo que no había hecho nunca. Entonces, mientras lo apagaba con la suela del zapato, tuvo una suerte de revelación divina: debía abandonar el cátedra de William Horvatt o terminaría por convertirse en una adicta al cigarrillo o a cualquier otro vicio.

Por su salud física y mental, tenía que cortar ese asunto de raíz.

Se puso de pie de un brinco y, echándose la mochila al hombro, se encaminó a Dirección de Estudios. El periodo de cambio había acabado hacia dos días, pero May confiaba en que lograría que hicieran una excepción si explicaba el infierno que estaba viviendo. Una sonrisa perversa asomó a sus labios al imaginar la cara que pondría William Horvatt en cuanto supiera que lo había acusado con las autoridades.

No obstante, en el trayecto le atacó el discurso de su maestro una vez más y recordó por qué le habían enfurecido tanto sus palabras.

Él la había acusado de comportarse como una cría.

¿Qué pensaría, pues, cuando supiera que ella había ido a llorarle a los superiores como si tuviera cinco años?

William Horvatt había actuado con pedantería, era cierto, pero no había hecho nada propiamente incorrecto. Si May trataba de pintar un cuadro dramático a la secretaria para que le permitiera elevar un reclamo y cambiar de curso, estaría actuando precisamente como la cría que William Horvatt decía que era.

Se detuvo en el acto y regresó al jardín, donde tomó asiento otra vez. Aguantaría ese curso con entereza, tal y como el resto de los estudiantes que habían tenido la mala suerte de tomarlo. Y lo haría porque ella era una mujer adulta.

...

Las ultimas clases del día acabaron más temprano de lo usual, por fortuna. Al parecer dios había decidido darle a May una tregua después del desagradable encuentro con William Horvatt en la mañana.

Se reunió con Evie y Carol en los jardines y tras una breve charla, acordaron ir por unas copas a un bar ubicado cerca de la facultad.

En el camino, May les relató con lujo de detalles el altercado con William Horvatt. Desde su "breve" texto de cuarenta páginas, hasta el dichoso discurso en su oficina. Eso sí, omitió el detallito del cambio de curso y sus intenciones de acusarlo. Aquello sería un secreto que se llevaría a la tumba.

─ Entonces, ¿hacemos un brindis por el señor Horvatt? ─ bromeó Evie cuando estuvieron ubicadas en una mesa apartada de la multitud y alzaban las copas en el aire.

May sacudió la cabeza con energía.

─ Mejor, hagamos un brindis porque no somos unas malditas amargadas como él.

Carol, siempre conciliadora y amable, intentó defenderlo.

─ May, no creo que sea tan mal sujeto.

─ Oh, no, seguro que no es malo ─ replicó ─ Solo es arrogante, déspota, amargado, sabelotodo... ah, y probablemente frígido e impotente.

Aquello último lo dijo en un arrebato de su larguísima lengua, pero no se arrepintió porque sus amigas se echaron a reír y ella tuvo la impresión de que, de algún modo, acababa de cobrarse su venganza, aun cuando él no pudiera oírla.

Todavía riendo, Evie insistió en hacer un brindis por William Horvatt y deseó de todo corazón que superara esa terrible condición, por el bien de todas las mujeres. Estaba bromeando, por supuesto, y Carol, pese a que había reído también, volvió a sucumbir un poco a la compostura.

─ No deberíamos reírnos, chicas, es un maestro.

Evie dejó escapar un resoplido. 

─ Oh, vamos, Carol, una broma no hace mal a nadie. Además, te aseguro que, frígido o no, May de todos modos se lo llevaría a la cama.

May hizo una mueca de rechazo, pero Evie le dio un codazo y la instó a confesar la verdad. Solo porque no tenía sentido negarles a sus amigas la contradictoria sensación que la invadía cada vez que lo miraba, alzó un poco más la copa y admitió.

─ Vale, sí, pero solo una vez.

─ Y con muchas ganas ─ agregó Evie.

Entre carcajadas, chocaron las copas y bebieron el contenido al unísono, de un solo sorbo. En la segunda ronda, May casi había olvidado por completo su enojo.

...

Llegó a casa pasada las diez de la noche, medio borracha y con problemas para encajar la llave en la cerradura. Cuando finalmente lo consiguió, fue directo a la cocina para beber un vaso de agua. Rebuscó en la despensa un paquete de galletas que pareció esconderse mientras trataba de hallarlo y, posteriormente, enfiló su camino tambaleante hasta su habitación para echarse sobre la cama y prender su notebook.

La primera página a revisar fue F******k, donde halló el l**k del curriculum de William Horvatt como el último asunto tratado en su conversación con Evie.

¿Qué estaría haciendo ese presumido ahora mismo? ¿Acostado con un libro entre las manos, talvez?

Sacudió la cabeza y decidió que le importaba un carajo lo que hiciese, pero no era cierto, porque pronto se descubrió abriendo su correo y ahogando un grito al ver que en la bandeja de entrada había un mail de él que no provenía de su correo institucional. Era un correo privado. Y solo ella era el destinatario.

Con una sensación que no tenía causa en su estado achispado, May abrió el correo y comenzó a leer el breve, pero determinante, mensaje que él le había enviado. Mientras lo hacía, la sensación se fue acercando más a las náuseas y al dolor de cabeza.

"Estimada Señorita Lehner:

Para poner en práctica lo que hablamos hoy en mi oficina, le dejo una pequeña tarea.

Adjunto un texto de Robert Stanford que critica el ensayo "Lo Público y lo Privado" de Franz Dunell. En consideración a ambos materiales, elabore un breve paralelo y emita su opinión al respecto.

Tiene hasta las cuatro de la tarde de mañana para enviármelo a este mismo correo.

Saludos cordiales"

Al terminar, el dolor era una punzada entre sus ojos y las náuseas la obligaron a incorporarse.

¡Maldito idiota!

Quiso estrellar la computadora contra la pared para que se hiciera mil añicos, pero luego pensó que si lo hacía la única que resultaría perjudicada sería ella misma y que su maestro estaría tan campante como siempre.

Así que decidió hacer algo mejor que eso, o no lo decidió ella sino las cuatro copas de vino y su orgullo herido a bala.

Presionó la tecla de "contestar" y escribió una simple respuesta que esperó que él leyese muy pronto.

"¿No tiene nada mejor que hacer que molestarme, señor Horvatt?"

Luego bajó la tapa, juró que no volvería abrirlo y se recostó sobre la cama pensando en lo que acababa de hacer. No pudo dormir porque estaba aún borracha y porque de pronto se la estaba comiendo el arrepentimiento.

William Horvatt la mataría después de leer aquello. Simplemente la haría picadillos.

Se incorporó para coger la computadora de nuevo, pero por más que lo intentó no hubo forma de anular un mensaje que ya había sido enviado. Entonces solo por si era posible arreglar un poco el asunto, comenzó a redactar otro mensaje en el que intentó disculparse por su atrevimiento.

No pudo terminarlo antes de que la respuesta de William Horvatt llegara.

"Veo que no escuchó ni entendió nada de lo que conversamos hoy.

Una lástima.

Quiero el ensayo esta misma noche, o tendrá un punto menos en las próximas evaluaciones"

May deseó echarse a llorar en ese preciso momento. ¿Por qué rayos le había contestado esa estupidez? Primero lo había llamado frígido e impotente, y ahora esto. ¿No se suponía que era una mujer hecha y derecha?

Con el llanto atorado en la garganta borró lo que había escrito y rectifico su mensaje.

"Disculpe mi atrevimiento. Le envío el trabajo en un rato"

Pero en lugar de descargar el texto que él había adjuntado, terminar de leer el otro texto subido el domingo y empezar el paralelo entre uno y otro, May cogió su teléfono y llamó a su madre. No importaba si ella notaba que estaba un poco pasada de copas, no importaba en lo absoluto porque solo necesitaba ─ o solo quería ─ que alguien le dijera que no estaba todo saliendo mal. Que era una buena chica y que terminaría esa carrera a pesar de personas como William Horvatt.

...

Eran las cuatro y media de la mañana cuando terminó el ensayo. Le dolía la cabeza a causa de la resaca y estaba segura de que había escrito disparates por doquier, pero no se tomó la molestia de revisar el asunto y lo envió. De todos modos, estaba fuera de plazo, así que William Horvatt podía hacer lo que quisiera con ese trabajo, incluso imprimirlo para usarlo como cenicero o hasta para limpiarse el culo. A ella no le importaba.

Tan pronto como el servidor le avisó que el documento había sido enviado con éxito, ella bajó la pantalla, se echó sobre la cama y durmió hasta que la alarma sonó apenas tres horas y media después. Abrió los ojos, sintiendo de nuevo aquellas ganas imperiosas de llorar. Podría pasarse el día completo insultando a ese egocéntrico y nunca estaría satisfecha. Él había conseguido que odiara derecho en apenas dos semanas. 

De camino a la facultad, consultó su correo electrónico a través de su celular y descubrió que había un nuevo mensaje de William Horvatt en la bandeja. Con un dedo tembloroso le dio click, pero el asunto era de apenas una palabra.

"Recibido"

¿Eso que significaba? ¿Le bajaría un punto en la próxima evaluación o no?

Sin pensárselo ─ y cometiendo de nuevo un arrebato ─ le envió otro mensaje.

"¿Qué significa eso? Estoy fuera de plazo..."

Pero no recibió ninguna respuesta.

Más preocupada que molesta, bajó del autobus y se dirigió a la facultad resulta a interpelarlo en cuanto tuviera la oportunidad.

Pero no se lo topó en los ascensores sino cuando él estaba a punto de ingresar al salón. Como venía apenas unos pasos detrás de él, May corrió con el propósito de pasar a su lado antes de que cerrara la puerta. El problema fue que William Horvatt se detuvo poco antes de ingresar al salón, en un gesto tan repentino que ella ni siquiera pudo advertirlo a tiempo y terminó estrellándose contra su firme y pétrea espalda. Percibió el aroma de su perfume antes de que la fuerza de repulsión hiciese su trabajo y la empujara hacia atrás.

Para su sorpresa, William Horvatt, que tal vez no fuera tan mal sujeto después de todo, frenó una caída segura cogiéndola firmemente de la cintura. El agarre, sin embargo, duró apenas un instante porque en cuanto él corroboro que ella conservaba el equilibrio sobre sus pies, la soltó y le regaló una de sus fulminantes miradas.

— Debe tener más cuidado ─ recriminó, adusto.

Ella asintió con la cabeza, pero no se atrevió a decir nada más.

Aquello seguramente lo sorprendió, porque levantó una ceja.

— ¿Qué ocurre? ¿No va a responder algo imprudente como siempre?

May se mordió la piel interna de la mejilla. Ese era su momento para increparlo y sin embargo estaba allí parada como una tonta. La culpa, sin duda, la tenía esa aura maléfica que él despedía.

William Horvatt no aguardó a que ella saliera de su repentino estupor y le ordenó entrar al salón.

May obedeció, pero se detuvo justo después de cruzar el umbral para preguntarle:

—¿Recibió mi mensaje?

— Sí — él ni la miró.

— ¿Y por qué no me respondió? Sé que no le envié el trabajo a tiempo y que por tanto...

— Señorita Lehner ─ interrumpió él. May ya había captado que cuando él decía eso era porque quería que ella cerrara la boca — Además de aprender a ser menos imprudente y más adulta, debe aprender también a leer los mensajes que le envían. Dije "esta misma noche" ¿no? Y usted me lo envió durante la noche. Por lo tanto, no, no está fuera de plazo.

— Pero usted no fijó una hora... — observó ella — ¿Cómo podía saber exactamente cuándo terminaba la noche para usted?

Él dejó ver una ínfima sonrisa que sin embargo no tardó en ocultar con otro gesto impasible.

— Ah, pues esa era justamente la idea — respondió — Ahora vaya a su lugar. Me está haciendo perder tiempo.

Por un momento, May no lo odió tanto como debía hacerlo, al fin y al cabo, él le había dado una oportunidad a pesar de que ella había sido muy irrespetuosa. Cualquier otro maestro habría puesto el grito en el cielo y denunciado su conducta inapropiada ante las autoridades, pero él, aun siendo un sujeto frío y engreído, había resuelto no castigarla demasiado duro.

— Gracias, señor Horvatt — murmuró, antes de dirigirse a su lugar en las primeras gradas.

Al final de la clase, May estaba decidida a hacer las paces con William Horvatt de una buena vez. Si debían compartir una hora y diez minutos, tres veces a la semana, por cuatro semanas al mes, y durante cinco meses, lo mejor sería que por lo menos tuvieran una relación cordial.

Él mismo lo había dicho, ¿no? Solo ella tenía que perder allí si se iba en su contra. Por lo demás, May había resuelto actuar como una adulta y la gente adulta no discutía. La gente adulta arreglaba sus problemas hablando.

Solo para evitar cuchicheos de sus compañeros, aguardó a que el salón estuviera más o menos despejado. Cuando el último grupo de estudiantes inició su retirada, ella se acercó a su maestro, quien seguía sentado frente a su escritorio mientras revisaba algo en su tablet.

Emitió un carraspeo para hacerse notar.

William Horvatt levantó la cabeza y sus ojos negros, por primera vez, fueron más curiosos que hostiles.

Tal vez, él había llegado a la misma conclusión que ella.

— Señorita Lehner —  dijo — Justamente estaba mirando su trabajo.

Ella no pudo evitar sentir vergüenza. Ese trabajo era una porquería en todos los alcances de esa palabra.

— ¿Sí? — murmuró. Intentó sonreír, pero una mueca mediocre apareció en su lugar — Bueno, yo quería hablar una cosa con usted, si es posible.

Él asintió con la cabeza y dejó la tablet a un lado.

— La escucho — luego frunció el ceño y agregó — Y por favor, no haga eso.

May había comenzado a tronar los dedos, pero no había reparado en ello hasta ahora. Inmediatamente dejó de hacerlo y escondió las manos detrás de su espalda.

Con una sonrisita indulgente, comenzó.

— Quiero pedirle disculpas por lo de ayer, fue muy inapropiado el mensaje que le envié.

— En efecto, lo fue — convino él.

— Sí, y estoy muy apenada por ello. No sé exactamente en qué pensaba cuando lo hice, fue solo que... bueno, yo... usted me desespera... — enseguida tuvo que callarse porque había comenzado a actuar como se suponía que no debía actuar. La idea no era empeorar las cosas.

— ¿La desespero? — él arqueó una ceja, visiblemente sorprendido y, aunque resultara insólito, casi divertido — Es usted la que me da problemas, pero ¿soy yo quien la desespera?

— No quise decir eso... — trató de rectificarse, pero él no le dio tiempo a hacerlo.

— ¿Sabe algo? — dijo, mientras se levantaba de su lugar con el propósito de dar la conversación por terminada — Es mejor guardar silencio cuando no se tiene nada bueno que decir. 

— Señor Horvatt... — insistió May, dando un paso hacia delante. Al mismo tiempo, él cogía su chaqueta del respaldo de la silla — Ayer estaba un poco entonada, ¿entiende? Me dejé llevar por el momento y cometí un error, un terrible error, en realidad, pero le aseguro que no soy una chica sin escrúpulos, si me permite demostrárselo yo ...

— Ahórrese las molestias — él volvió a frenar sus intentos por hacer las paces.

Y como May no era una chica que buscara demasiado la comprensión de los demás y que a menudo, motivada por su temperamento volcánico, prefería enviarlos al demonio si no querían escucharla o entenderla, decidió que no lo intentaría un segundo más.

— ¡Es usted completamente imposible! — exclamó, en un tono de voz que jamás sería apropiado para dirigirse a un maestro ni a persona alguna.

William Horvatt se mostró perplejo al principio, luego su expresión se volvió sombría y sus labios se movieron casi imperceptiblemente, como si deseara decir algo, pero no supiera exactamente qué. Cogió su ipad, su maletín y su botella de agua. May supo que las cosas a futuro serían muy malas para ella después de que él resolviera irse de allí sin responder nada y sin girarse a mirarla una sola vez.

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