Capítulo 3

Volvió todos y cada uno de los días siguientes a ese departamento que se mantenía invariablemente limpio y ventilado. Alex observaba cada día con más fastidio a su asistente quien parecía ajena a sus reacciones. Él esnifaba cocaína, se metía pastillas de lo que encontrara o encendía un porro sin mayor preocupación. Cada vez que él se drogaba la muchacha demostraba su incomodidad, pero se mantenía fuerte en su posición y realizaba su trabajo sin mayores contratiempos. Alex había asistido las últimas dos semanas a los ensayos y, aunque no siempre la fiesta se llevaba en paz, comenzó a habituarse nuevamente al ritmo de la banda, así y todo, debían admitir sus amigos, muchas veces estaba fuera de tiempo y parecía no notarlo.

— ¿Qué m****a es esta ropa? — le preguntó a la muchacha a su lado mientras ella revisaba algo en esa tablet que ya parecía ser una extensión de su delicado cuerpo.

— Ropa de deporte. Pensé que no era necesario explicar — le respondió con esa voz profunda y suave al mismo tiempo que giraba su rostro para observarlo de frente.

— Eso ya lo sé — gruñó él —. ¿Pero para qué m****a la quiero?.

— Vamos al gimnasio. Te estás destruyendo el cuerpo con toda la porquería que te metes, por lo menos algo de deporte te va a ayudar a no reventar de repente — le explicó volviendo su mirada al aparato entre sus manos y dispuesta para salir de la habitación. Alex debía aceptar que esas calzas le quedaban de maravilla a la morocha y agradeció poder deleitarse con su buen culo mientras salía de la habitación.

Veinte minutos después ambos subían por el ascensor al SUM del último piso donde se encontraba un gimnasio completo para los residentes del lujoso edificio. Entraron y se dirigieron directamente a las cintas de correr.

— Vas a caminar durante la próxima hora — El gesto de fastidio del morocho la divirtió más de lo que debería —. Comienza abuelito — le indicó divertida prendiendo el aparato del hombre y subiéndose ella al de al lado.

Alex comenzó a mover sus piernas a ritmo lento, realmente llevaba mucho tiempo sin hacer nada de actividad física, hasta había dejado de jugar al fútbol con sus amigos. El aire le faltaba un poco pero estaba muy entretenido observando a la muchacha de cabello corto que trotaba a su lado. Ella, con su pequeño corpiño deportivo, toda transpirada y concentrada en mirar al frente, se mantenía abstraída en su mundo. Desde su posición Alex escuchaba algunas de las notas que se escapaban de los auriculares de la morocha y la curiosidad le ganó. Se inclinó al costado, pegando su oído lo más cerca posible del de ella, tratando de adivinar qué escuchaba. En realidad él estaba todo curioso con respecto a ella. No sabía nada de su vida ni sus gustos, no entendía por qué se empeñaba en volver día tras día si él le hacía sus días insoportables. Además se la pasaba todo el tiempo pegada a su culo, ¿acaso no tenía vida propia?¿un novio o un gato por lo menos?.

Maiia notó la cercanía de aquel hombre y lo miró de reojo curiosa. Entendió lo que estaba haciendo asique sacó su auricular izquierdo y se lo pasó para que pudiera escuchar sin parecer un acosador. Alex le regaló una hermosa sonrisa y aceptó al pequeño parlante.

— Oye, también me gusta Manu Chao — exclamó feliz. Maiia solo lo observó sin decir nada pero al ver que él no pensaba devolverle el aparato se decidió por desconectar los auriculares y dejar que la música que escapaba del celular inundara la sala. Alex rió divertido. Era obvio que ella lo sorprendería, como cada día.

Se ejercitaron por una hora, casi sin hablar. Ya habiendo elongado e hidratado, bajaron al departamento del muchacho. 

— ¿Puedo usar el baño para asearme? — preguntó la morocha.

— Usa el de mi habitación. Yo voy a usar este — señaló a la puerta del pasillo.

— ¿Por qué usas este si tienes uno en tu habitación?

— Cuando entres te vas a dar cuenta — le respondió él ya dándole la espalda para ingresar al cuarto de baño.

Maiia buscó su bolso con ropa limpia y se introdujo en la habitación del morocho. Ese lugar la ponía un poco nerviosa, no sabía porqué. Tal vez era un lugar tan íntimo para él que se sentía un poco extraña invadiéndolo. Al ingresar al baño notó inmediatamente el problema. La flor de ducha estaba a una altura más baja que la del baño del pasillo, algo seguramente incómodo para el hombre que si no sobrepasaba esa altura, por lo menos la alcanzaba. Se limpió con mucha conciencia y, ya lista, salió a la habitación. Allí Alex se cambiaba de ropa, dejándole ver su amplia espalda cubierta de tatuajes. Era realmente un hombre endiabladamente sexy.

— Pensé que estabas en la cocina — le dijo aún dándole la espalda.

— ¿Qué deseas desayunar? — preguntó desviando la mirada. M****a, llevaba demasiado tiempo sin tener sexo y su consolador ya le estaba resultando muy poco.

— Lo que sea está bien — respondió sin girarse —. Pero que sea mucho porque muero de hambre — Y ahora sí la miró de frente tratando de controlar su excitación al verla con su pelito mojado y sus pies descalzos. Ese pantalón de cuero negro remarcaban sus trabajadas piernas y la remera dejaba al descubierto uno de sus hombros, con un delicado tatuaje de una bella margarita en negro.

— Bien. Me pongo en eso. Debemos apurarnos porque hay que ir al odontólogo — explicó ella observando el pasillo.

— Bien — simplemente respondió siguiendo con la mirada esa gota que caía por su delicado cuello hasta perderse debajo de la amplia remera blanca. Cuando la morocha lo dejó solo recién ahí su cerebro pudo procesar las palabras que había pronunciado. “¿El odontólogo?”. Odiaba ir al odontólogo. — ¡No voy a ir! Me va a romper los dientes — le gritó mientras caminaba a la cocina.

— Me importa una m****a. Seguro debés tener las muelas hechas polvo por los efectos de la cocaína. Hay que asegurarse que no te quedes sin dientes y debas comer papilla el resto de tu miserable vida — le explicó sin dejar de prestar atención a lo que cocinaba en las hornallas de la cocina.

— No voy a ir — rebatió él cruzándose de brazos.

— Si vas a ir — le ordenó apuntándolo con la cuchara, ya se había acostumbrado a lidiar con él —. Y mejor te sientas a desayunar.

Ni bien Alex tomó su posición, enfurruñado como un niño pequeño, la morocha colocó un plato con un sanguche recién hecho con pan tostado. Junto a su plato depositó otro con pequeños trozos de fruta y luego dos tazas con café caliente. Ella se sentó enfrente, tomando su propio tazón de fruta y comenzando a comer con tranquilidad, disfrutando los sabores dulces que explotaban en su boca.

— ¿No quieres sánguche? — preguntó Alex dando un gran mordisco al suyo.

— Estoy bien. Gracias — se limitó a responder. Alex rodó los ojos.

— ¿Siempre serás así de cerrada? No sé nada de tu vida y tú conoces hasta los colores de mis calzoncillos. Por lo menos dime por qué no comes sánguches. ¿Eres vegetariana? — ella negó —. ¿Estás a dieta? — Maiia respondió con un gesto poco definido. No era precisamente una dieta lo que hacía, solo limitaba su consumo de alimentos y lo que había empezado como una dieta terminó siendo un estilo de alimentación —. Asique eres de esas que se preocupa por su cuerpo.

— Solo lo cuido. No hay mucho misterio en eso — escupió ella.

— Por eso te enfada tanto que me meta todo lo que me meto — comprendió él —. Tú eres de esas que creen que el cuerpo es un templo sagrado — dijo viendo como la morocha se ponía de pie con su tazón de fruta ya vacío.

— ¿Terminaste? Se hace tarde — simplemente se limitó a responder antes de dejarlo solo en la cocina y caminar a la sala para colocarse esas zapatillas negras altas que le daban un estilo único a toda su vestimenta.

— Por lo menos ya conozco dos cosas de tí — dijo apoyándose en el marco de la puerta de la cocina mientras la miraba desde su posición —. Cuidas tu cuerpo y nunca usas tacones — enumeró.

— Bien por tí — Maiia se puso de pie, buscó su enorme bolso negro y se giró para mirarlo, indicándole con los ojos que era hora de partir.

— Vamos, vamos — dijo él caminando hasta la salida.

El consultorio del odontólogo era amplio y blanco, muy blanco. Alex ya comenzaba a sentirse nervioso y movía su pie histéricamente en clara señal de su alteración interna. Maiia lo miró de reojo, sonriendo por la actitud infantil del enorme hombre. También sabía que ya estaba llegando a su límite de las horas que había pasado sin consumir nada. Seguramente ni bien terminara la visita y ellos pusieran un pie en la calle el morocho se iba a meter, aunque sea, una línea.

— Un honor para mí atenderlo — le dijo la bella doctora rubia con esa enorme sonrisa seductora —. Cuénteme qué le pasa que nos está visitando — Alex regaló una de esas bellísimas sonrisas suyas, tan lobunas que parecía querer comerse a su presa. La doctora se removió en su silla. Sí, esa era la reacción que él quería provocar.

— Mi asistente insistió que viniera — explicó como si no hubiese hecho un berrinche en el departamento.

— Sus muelas — escupió Maiia sin despegar la vista de la tablet. “¿Qué m****a es lo que tanto lee?”, se preguntaba el morocho —. Queremos asegurarnos que no estén hechas… que no estén rotas — se corrigió. Una cosa era insultar delante del morocho y otra diferente era ser completamente insolente con la doctora.

— Bien. Revisemos — respondió la profesional poniéndose de pie. A Alex no le pasó desapercibido el gesto que hizo la rubia. Ellos eran profesionales que debían ver mil veces estos casos de muelas destruidas como consecuencia del uso de cocaína. Por lo menos fue discreta y no hizo ninguna pregunta extraña.

Terminó la revisión y los tratamientos que debieron hacerle al hombre por precaución o para remediar alguna pequeña fisura que se estaba presentando. Por suerte el cuadro era mejor de lo esperado. 

— Puede darle una patela. Se portó bien — dijo Maiia divertida mientras él la fulminaba con su mirada. 

El hombre ya no estaba de humor, necesitaba consumir algo, lo que sea, y todas sus cosas las dejó en el auto. Su pecho se sentía tan apretado, como si un elefante se hubiera decidido a descansar en él. Su mente iba en bucle una y otra vez sobre la misma idea: consumir. No dijo nada cuando la doctora lo despidió y ni bien puso un pie en el ascensor sacó un cigarrillo y lo encendió con pulso tembloroso. Maiia lo contemplaba sin decir nada mientras caminaban hacia el auto en el subsuelo del edificio. Apenas subieron al vehículo observó al morocho revolver algo en el asiento trasero y luego escuchó el claro sonido del esnifado. Maiia cerró los ojos, exhalando despacio, para luego encender el auto y ponerse en camino hacia la sala de ensayo.

El último concierto había sido un desastre, pero él no estaba dispuesto a aceptar la estupidez que aquel periodista de m****a decía por la radio. "Solo salieron tarde al escenario" pensó lleno de ira, masticando un insulto listo para salir disparado en cuanto encontrara el puto número de teléfono de esa radio de m****a. Ellos no sabían un carajo y se atrevían a criticarlo. ¡Que payasos!. Él sabía cómo dejarles las cosas en claro y, por supuesto, eso era lo que iba a hacer. Nadie, en su miserable y patética vida, podía, jamás, criticar a un músico del calibre de Alex, el mejor, más reconocido e importante baterista de la región. Sabía que la banda no estaba a la altura de tan importante ejecutor, pero no quedaba otra, Alex seguramente los debía aguantar a fuerza de buena vountad, ignorando que a veces Donato quería robarle la atención, intentando ser ese sexsymbol que hoy era el morocho. No tenía nada en contra de la banda en general, es más los admmiraba a todos, pero estaba seguro que ninguno del resto de los integrantes estaría jamás a la altura de su baterista, que resaltaba, no solo en lo físico sino también en lo excelente que era al desplaegar todo su talenta golpeando aquel enorme instrumento. Sí, Alex era el mejor y un par de periodistas de cuarta se atrevían a intentar criticarlo solo por llegar unos minutos tardes a una presentación. ¡Qué imbéciles!

Ella se colocó en su posición de siempre, entre Luna, que estaba de franco y los visitaba en la sala, y Luca, el representante de la banda. Escucharon otra vez como el morocho iba a destiempo y sus amigos solo hacían gestos de fastidio. Llevaban dos horas de ensayo y aún no podía agarrar el ritmo. “Tal vez se metió otra cosa” pensó la morocha. No estaba segura qué había consumido el tipo y ahora se lo veía demasiado lejos de este mundo. En un descanso se acercó a él para darle una botella con agua y otra con esos líquidos de vibrantes colores que se usan para recuperar las sales perdidas por la transpiración. Alex sudaba demasiado y por eso había comenzado a llevar aquellas botellas. 

— Gracias — dijo tomando ambas botellas. A ella no le pasó por alto la cara de fastidio que tenía pero se limitó a mantenerse en silencio.

— Bueno, otra vez desde el segundo estribillo — indicó Matt y las baquetas de Alex sonaron dando tres golpes secos.

Luna puso a grabar aquello y Luca le pidió con una seña a la morocha que lo acompañara fuera. Alex, por algo que no podía explicar, algo que surgía desde su interior, desde lo más profundo de su pecho, siempre la vigilaba desde su lugar. Él quedó de frente al enorme portón metálico que era la salida del lugar, por lo tanto supo que esa bella muchacha salía fuera con su representante. No le gustaba demasiado la idea porque Luca era un conquistador nato. No le gustaba que ella estuviese a solas con él quien tenía una larga lista de conquistas pasajeras que siempre terminaban con la señorita en cuestión dándole un fuerte sermón con palabras poco aptas para todo público. Frunció su entrecejo y trató de concentrarse, pero su mente se negaba a estar aquí y se alejaba demasiado rápido de la realidad, llevándolo a un mundo donde todo era más lento y se sentía que fluía con mayor serenidad. De todas maneras sabía que estaba haciendo todo como la m****a, por lo que se sentía enojado y frustrado haciéndolo golpear con demasiada fuerza la batería y causando que terminara perdiendo el tempo que el resto mantenía armónicamente.

— Para — dijo Leo, el bajista —. Esto no va bien — Y lo observó directamente a él.

Sí, lo sabía, pero ¡diablos que se lo remarcaran lo ponía de mal humor!. Soltó con fuerza las baquetas que se estrellaron en el piso y miró a su amigo, a su querido amigo, como si estuviera dispuesto a arrancarle la cabeza.

— Luna — la voz de Donato lo hizo mirarlo a él y luego a su novia.

Por los parlantes comenzó a sonar la canción que acababan de interpretar y era evidente que su performance era una verdadera cagada. Se puso de pie, sintiéndose demasiado atacado, demasiado imbécil.

— ¿Creen que no me doy cuenta? — gritó enojado —. ¡Sí me doy cuenta que es una m****a lo que hago!

— ¡Entonces has algo para solucionarlo! — gritó Matt —. ¡Solo vienes aquí a poner cara de culo y comportarte como un imbécil!¡Vienes tan colocado que no te podemos hablar!¡Soluciona esta m****a!.

Su respiración era superficial y los puños de su amigo estaban fuertemente apretados. Miró a sus otros dos compañeros que lo observaban con igual gesto duro. Él lo sabía, debía pedir ayuda tal vez pero se sentía demasiado bien estar drogado, volando lejos y olvidando las m****as que la habían tocado vivir y que volvían una y otra vez a su mente, atormentándolo y recordando la m****a que era su madre que ni se preocupaba que él, siendo un pequeño niño, se alimentara. Que se rió en su cara cuando le dijo que iba a ser un famoso baterista y que, cuando lo logró, no dudó en presentarse en su puerta exigiendo que le dé dinero porque ella era su madre. ¡Madre había dicho la caradura!. Ella fue todo menos una madre. Una verdadera madre pensaba primero en conseguir alimento para su único hijo antes que droga para ella. Una verdadera madre le habría dicho, por lo menos una vez, que lo amaba y que él era importante. Una verdadera madre no lo habría dejado durante tres días en la calle solo porque quería la casa solo para ella, solo para hacer una fiesta donde "únicamente los adultos" podían asistir. Si no fuera por esos tres que lo miraban ahora con fastidio, habría pasado muchos días sin comer y muchas noches sin un lugar donde dormir. Sabía que los decepcionaba y le dolía tanto que le rasgaba el alma, pero no podía parar. No sabía si quería parar.

— Esto es una m****a — masculló caminando rápidamente hacia fuera. Ni bien cruzó el portón escuchó la grave voz de la morocha. Se notaba que estaba enfadada.

— ¡No puedo arrastrarlo e internarlo! — le gritó a Luca.

— ¿Internarme? — preguntó con un hilo de voz, haciendo que ambos se giraran y lo observaran con expresiones muy diferentes.

— Alex — comenzó su representante.

— No. No digas nada. Quieren internarme — dijo con la mandíbula apretada.

— Es por tu bien — le respondió él.

— Vayanse a la m****a — se limitó a susurrar antes de salir disparado de allí. Maiia lo quiso seguir pero Luca la detuvo.

— Maiia, debes lograr que se interne — le pidió con una mirada tan dolida que ella no supo cómo reaccionar. Lo sabía, sabía que esa era la solución, pero de nada servía que lo obligaran, ella lo podía decir con toda seguridad. 

— Ahora solo debemos preocuparnos por encontrarlo — respondió antes de soltarse para empezar a marcar desesperadamente el número del morocho. Sabía que no iría a su casa y vaya a saber Dios en qué oscura cueva terminaría esta vez.

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