CAPÍTULO 7

—¿No vas a decirme que estoy loco? ¿Qué mi primer deber es con la corona? ¿Qué debería regresarla a una celda? —preguntó Aidan una vez que Rhiannon se quedó dormida en sus brazos.

Había batallado para subirla a un coche, había batallado para subirla al avión y había batallado para que no intentara escapar cada dos segundos. Parecía que no conocía nada del mundo y que le tenía miedo a todo, pero finalmente el agotamiento le había pasado factura y ahora la llevaba dormida en su regazo.

—Estás loco. Tu primer deber es con la corona y deberías regresarla a una celda inmediatamente —respondió Brennan con una seriedad que no le creía ni la Diosa—. ¿Contento?

Aidan le gruñó porque sabía que era pura ironía lo que salía de su boca.

—Bien, ahora puedes decirme lo que piensas de verdad.

Brennan miró hacia atrás asegurándose que la puerta que separaba su compartimento del del resto de la Guardia estuviera bien cerrada.

—Es tu mate, ¿verdad?

A Aidan se le dibujó la sonrisa más estúpida que le había visto jamás. Estaba feliz.

—Sí… lo es.

—Entonces no hay más que hablar. —El Beta se encogió de hombros—. No hay lazo más fuerte ni lealtad más grande que los de un Alfa con su Luna.

—¿Ni siquiera a la corona? —habló la parte racional del heredero al trono.

—Tú dime.

Aidan negó con la cabeza con frustración. No, ni eso. Nada, absolutamente nada en el mundo lo había hecho sentir jamás tan completo como Rhiannon había hecho que se sintiera de un momento a otro.

—Necesito un lugar a dónde llevarla —declaró Aidan frunciendo el ceño—. Mi padre no puede enterarse de que la tengo o de que es… mi pareja.

—¿Crees que no lo sepa? —Aquella pregunta había estado rondando en la cabeza del Alfa desde el mismo instante en que había descubierto que Rhiannon era su mate.

—Mi padre es un hombre recto, pero no es cruel, Brennan. Jamás me ocultaría algo como eso. —Su Beta asintió en silencio—. Además no tenía forma de saber…

—Yo lo supe apenas la vi. 

—¿Qué…? ¿Cómo?

—No lo sé —respondió Brennan—. Pero todo su cuerpo desprende la sensación de que tú… bueno de que tú le perteneces.

Los ojos del Alfa se entrecerraron.

—¿De verdad?

—Ella tiene algo… no sabría decirte lo que es, pero sí, es demasiado evidente que tú eres suyo.

Brennan se rio con malicia. Jamás Aidan Casthiel había imaginado que le pertenecería a alguien, y eso parecía confundirlo sobremanera.

—Puedes usar el ático del 180 East —murmuró Brennan—. Al final tu padre no sabe que lo compraste y está preparado para… bueno está preparado para contenerte a ti, no creo que ella sea un gran desafío.

¡Oooh! Pero eso no era cierto. Ningún lycan que hubiera sobrevivido cuarenta años a una celda de plata podía considerarse menos que un desafío.

El Alfa asintió, viendo a través de la ventanilla cómo se dibujaban las primeras luces de Nueva York. Una hora después, el ascensor privado lo dejaba en el ático del edificio más alto del Upper East Side de Nueva York.

Depositó a Rhiannon con suavidad en un sofá y la movió para despertarla.

—¡Ey! —la llamó agachándose junto a ella.

La muchacha abrió los ojos y enseguida intentó levantarse, asustada por el cambio de ambiente.

—Calma… —Aidan tomó sus dos manos y enseguida la vio relajarse ante su contacto.

—¿Dónde estamos? —preguntó ella mirando alrededor y poniéndose de pie.

—En Nueva York —respondió Aidan mientras la veía caminar hacia una de las ventanas de cristal desde donde se veía la ciudad. Su rostro era sorpresa absoluta—. ¿Estados Unidos? —Rhiannon negó sin mirarlo—. ¿América?

Su rostro seguía reflejando la misma incertidumbre y Aidan retrocedió, confundido.

—¿Tú cuánto tiempo llevabas encerrada ahí?

Rhiannon se giró completamente para observarlo. Aquella pregunta, cargada con un tono de acusación, era la peor que ese hombre podía hacerle, porque significaba que no tenía idea de quién era ella. ¿Su nombre todavía seguiría siendo una condena a muerte? Rhiannon había contado ciento setenta y dos años desde la última vez que el rey Caerbhall había puesto una garra en su celda, pero después de eso el mundo solo había sido una horrible sucesión de noches, días y gritos de los guardias.

—Demasiado tiempo —respondió a su pregunta con una evasiva, porque después de todo no lo conocía—. ¿Crees que pueda…? Necesito bañarme —dijo por fin con más seguridad.

—Claro —Aidan la guio hacia una de las habitaciones del ático, mostrándole dónde estaba todo antes de dejarla sola. Y eso era justamente lo que Rhiannon estaba buscando, tiempo a solas, o mejor dicho, tiempo con su loba.

«¡Raksha!», cerró los ojos, llamándola, y suspiró con alivio en cuanto la escuchó responder.

«¡Rhiannon!». El espíritu de la loba parecía bailar en su interior.

«¡Te extrañé tanto!», sollozó la muchacha.

«Pero ya estamos juntas las dos. ¡Y encontraste a nuestra pareja!», Raksha casi parecía burlarse de eso, pero el silencio mental de Rhiannon la puso alerta. «¿Qué sucede?»

«No logro sentir a su lobo», admitió la muchacha. «¿Tú puedes sentirlo?»

Raksha dejó de moverse y bailar en su conciencia y también hizo un silencio profundo. Por alguna razón, quizás porque llevaban demasiados años separadas, no se habían sincronizado aún como debían.

«No. Yo tampoco lo siento», dijo la loba después de unos minutos.

«No sé si debemos confiar en él todavía».

«Estoy de acuerdo, es sano tener un poco de miedo», acordó Raksha.

Por desgracia, su loba tampoco había visto el cambio del mundo, así que no podía ayudarla mucho a entenderlo. Rhiannon se dio un largo baño, uno con el que pretendía quitarse seiscientos cincuenta años de tristezas, aunque fuera imposible.

Se colocó algo que se le parecía a ropa interior, y algo que definitivamente pudo identificar como una camisa de hombre que, aunque era un poco diferente de como las recordaba, al menos era lo bastante grande como para cubrirle hasta la mitad de los muslos.

Cuando regresó al salón, Aidan se secaba el cabello con una toalla, y Rhiannon de detuvo a verlo por algunos minutos. Debía medir más de uno noventa, tenía el cabello de un dorado muy oscuro y la piel bronceada. Llevaba un pantalón de tela suave y una camisa a la que parecía que le hubiera arrancado las mangas. Estaba descalzo y miraba las luces a través de aquella pared transparente.

Por un segundo las piernas de Rhiannon quisieron ceder bajo su cuerpo y se hizo un nudo en su estómago. No supo exactamente cómo llamarle a aquella sensación que se apoderaba de su abdomen, le secaba la boca y le nublaba la vista, solo parecía como si todo su cuerpo fuera arrastrado hacia adelante, hacia él.

En ese momento Aidan se dio la vuelta y Rhiannon comprendió que él estaba sintiendo lo mismo. La línea perfecta de su mandíbula estaba tensa cuando se acercó a ella con pasos calculados.

—No puedes quedarte con el cabello mojado… —advirtió él, levantándole el cabello para secarlo con la toalla, pero apenas sus dedos rozaron la nuca de Rhiannon, a la muchacha se le escapó un gemido de placer.

 Los dos se quedaron paralizados y ella abrió mucho los ojos, sin entender lo que acababa de pasar.

—Lo… lo siento, no fue mi intención… yo no quise…

Los ojos de Aidan se convirtieron en dos pedazos brillantes de hielo mientras sus dedos se cerraban sobre el cabello de Rhiannon y la atraía hacia él. Sabía que no había querido, no había sido a propósito, pero no sería capaz de evitarlo, como no sería capaz de evitarlo él, porque de eso se trataba ser una pareja: Se pertenecían, se deseaban, y no había absolutamente nada en el mundo que pudiera mantenerlos separados por más tiempo.

Encontrar su boca fue como una explosión única, imparable y magnífica, cada fibra de su cuerpo se estremeció, mientras el de Rhiannon se amoldaba a él, sosteniéndose de sus brazos. Cruzó los brazos detrás de su espalda, levantándola, y se perdió en sus labios con urgencia. Su lengua recorrió milímetro a milímetros la boca de la muchacha, explorando, sintiendo, descubriendo cada pequeña corriente eléctrica que lo recorría.

La llevó contra una de las paredes y por primera vez no fue dueño de sí mismo, como si su lobo fuera capaz de romper su dominio, como si actuara por sí mismo. Los dedos de Rhiannon se enredaron en su cabello y Aidan sintió que el deseo le corría las venas como si fuera lava. No podía entender aquella urgencia por poseerla, por sentirla… tanto como por respirar o vivir.

Su lengua se enredó con la de Rhiannon y mordió sus labios. Sus manos fueron a cerrarse sobre el nacimiento de sus muslos, haciendo que enredara las piernas en su cintura, mientras su boca bajaba dejando un rastro de deseo por su mandíbula, su cuello, esa curva perfecta que precedía a su hombro.

Rhiannon cerró los ojos y echó atrás la cabeza, perdida en el momento… hasta que sintió el roce de un colmillo sobre su piel. Entonces todo su cuerpo reaccionó, despertando, retrocediendo, huyendo.

Empujó a Aidan lejos de sí, con tal fuerza que lo hizo tambalearse mientras ella caía al suelo y se retiraba contra la pared.

—¡No! —exclamó tajante, viendo cómo los ojos del Alfa adquirían un color azul aún más claro y platinado. Estaba alcanzando una transformación parcial y ella no estaba muy segura de que fuera consciente de eso.

—¡¿Por qué no?! —rugió Aidan, cerrando las garras en puños, sintiendo que apenas controlaba la transformación—. ¡Yo soy tu mate!

—¿Mate? —Rhiannon jamás había escuchado antes esa palabra.

—¡Tu pareja, yo soy tu pareja destinada!

—Sí lo eres, pero no quiero que me marques todavía… —No podía hacerlo, no sin sentir primero al lobo de Aidan.

Rhiannon se había quedado suspendida en una época en la que se podía nombrar a un lycan solo cuando el lobo amaba y respetaba a su humano. Y se podía hablar de parejas destinadas solo entre lycans.

—¡¿Por qué no?! ¡He estado esperándote por siglos! —se rebeló Aidan, incapaz de comprender aquel rechazo.

—No lo dudo, pero yo aún no conozco a tu lobo, y sin él no sé si…

—¿A mi lobo? —El Alfa hizo una mueca cargada de disgusto y de incomprensión—. ¡¿Es que acaso no me estás viendo?!

La expresión de Rhiannon se petrificó, mientras llamaba a Raksha con cada fibra de su alma para que se alistara a pelear.

—Estoy viendo a un humano usando las habilidades de su espíritu de lobo… —dijo—, pero no veo a tu lobo… no puedo sentirlo.

Dentro de ella, Raksha aulló también con frustración, mientras ponía su espíritu al servicio de su lycan.

—¡Da igual lo que sientas o no! ¡Eres mi pareja, tengo derecho a marcarte como mía, tengo derecho a reclamarte!

Rhiannon sintió las garras de Raksha abrirse paso a través de sus dedos, sus colmillos romper sus encías y sus ojos mejorar su visión. Su loba estaba furiosa desde hacía más de seis siglos y no era bueno provocarla.

Aidan sabía que él podía alcanzar una transformación terrible, pero pocas cosas había capaces de helar la sangre como ver el espíritu traslúcido y brillante de la loba materializarse sobre la piel de la mujer. Sus iris se volvieron de un blanco de hielo y la tela de la camisa sobre sus hombros voló por los aires mientras la larga cabellera de la mujer se unía a su espalda y llegaba al suelo, barriéndolo con irritación.

Y la voz que salió por fin de aquella garganta lo hizo retroceder con sana cautela, porque no era solo la voz de Rhiannon la que hablaba.

—¡Tú… no pondrás… una sola garra… sobre nosotras!

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