CAPÍTULO 4

4. QUIERO LA REVANCHA.

Marcos entra a su casa a preparar el almuerzo con Simón para recibir a su invitada cuando todo esté listo.

Su hijo parece estar encantado con la compañia de su vecina, lo que a Marcos le alegra enormemente porque después de la muerte de su madre, Simón se ha vuelto retraído y tímido. Todo lo que le haga bien a su hijo, le hace bien a él.

Cuando está el almuerzo, Simón llama a su vecina y nueva amiga por el patio.

Sarah quien se encuentra lista, toma las llaves de su casa, pero queriendo evitarse la salida por la puerta principal y entrar por la puerta de enfrente de sus vecinos, decide cruzarse por el muro de aproximadamente un metro de alto que separa los patios.

Cuando Marcos la ve en su hazaña, no puede evitar reír ante las ocurrencias de la chica.

Sarah lleva puesta ropa comoda y como en su tiempo fue una chica gimnasta, no le es nada difícil cruzar el muro.

Aunque no necesita ayuda, Marcos como todo un caballero que es, va a brindarle sus manos para que Sarah culmine su proeza.

—Gracias —le dice ella a penas está del otro lado del muro.

—A tí, por acompañarnos.

Los tres se sientan en la mesa del comedor y padre e hijo atienden a su invitada.

—Todo está muy delicioso de verdad —comenta Sarah mientras degusta la comida.

—Gracias a la ayuda de Simón todo quedó mejor —dice Marcos mirando a su hijo.

El niño sonríe contento, lo que a su padre le sobrecoge el corazón, tiene mucho tiempo sin verlo así.

—Y ¿a qué te dedicas, Sarah? —le pregunta Marcos mientras terminan de comer.

—Soy instrumentadora quirúrgica.

—¿Es decir que estás en medio de las cirugías?

—Sí, exacto.

—Qué valiente, yo no podría. Y ¿por qué la escogiste como profesión?

—Porque me gusta y era lo más cercano a medicina que encontré.

—¿Por qué no medicina? —pregunta Marcos con curiosidad.

—No habría podido costearme la carrera de medicina y la instrumentación quirúrgica fue lo máximo que me pude permitir.

—Entiendo —Marcos la queda mirando, detallando sus hermosos y expresivos ojos castaños y nota que tiene pequeños destellos de verde en su iris también. Y es que la chica tiene unos ojos vivaces y juguetones que no pasan desapercibido a quien la mira de frente.

Sarah le dedica una leve sonrisa de labios cerrados.

—¿Podemos jugar parqués? —pregunta Simón entusiasmado.

—Por supuesto que sí, bonito —le dice Sarah con cariño.

—Ve por el juego, hijo.

Los tres se sientan en la sala de estar y empiezan la primera partida y aunque Sarah va ganandola, hace un mal movimiento a proposito y deja que gane Simón.

Marcos quien se percata mira a su hijo brincar con alegría y luego se queda mirando  a la mujer que tiene en frente.

Sarah sonríe ampliamente viendo a Simón tan contento y desvía la mirada del pequeño cuando siente unos ojos cafés que no dejan de observarla.

—¿Otra partida? —pregunta mirándolo también, levantando una ceja y dedicándole una sonrisa.

—¡Sí! —responde Simón y los tres vuelven a organizar sus fichas.

Siguen jugando parqués y luego barajas, dejando ambos adultos ganar a Simón cada tanto y las veces que no, enseñándole al niño que a veces se pierde y no hay por qué entristecerse.

Pero tambien entre aquellas jugadas en las que enseñan al pequeño a perder, se retan entre ellos con una extraña, pero agradable complicidad.

La mayoría de las veces gana Sarah, y es que ella es una excelente jugadora gracias a su mamá.

Desde muy niña, duraban horas jugando para entretenerse del infierno en el que ambas vivieron y cuando se mudaron solas, continuaron con su costumbre.

Charlotte Miller, la madre de Sarah, hoy día viaja a torneos de juegos de mesa por todo el mundo y es una de las mejores, detalle que Sarah no dice a su oponente y disfruta de ganarle.

—Iré al baño —dice el pequeño dejandolos solos.

—Eres buena —la elogia él. Es la quinta vez consecutiva que Sarah le gana, sin contar las veces que dejaron ganar a Simón.

—Lo soy —acepta ella con orgullo.

—Quiero la revancha —pide Marcos.

—Se podría hablar de revancha si fueramos casi a la par, pero le recuerdo, señor Jones, que le he ganado 8 de 10 —La sonrisa jocosa y respuesta astuta de Sarah, hacen reír al hombre.

—Está bien, aceptaré que perdí contra usted, señorita Lenon.

Simón baja del baño y trae consigo un juego de loteria.

—¿Podemos jugar este también, por favor? —le pregunta a ambos mirandolos con ojos de cachorro.

Marcos mira a Sarah para saber su respuesta y ella sonríe asintiendo.

Juegan entre risas y carcajadas, hasta que Marcos recibe un mensaje al bippers. El Oficial mira el aparato con el entrecejo fruncido y lo ignora dejandolo a un lado de la mesa. Luego el teléfono suena y va a contestar a regañadientes.

—... No es posible, hoy es mi día de descanso y estoy con mi hijo... ¿No pueden esperar hasta mañana?... Ese caso lleva muchos meses archivado —suspira profundo, aprieta el puño y la mandíbula antes de continuar—... Está bien, ya salgo para allá.

Cuelga y le dice a Simón que se aliste para salir. Le pide disculpas a Sarah y le explica que deben ir a su trabajo.

—Papá, no quiero ir a tu oficina, es muy aburrido, ¿me puedo quedar con Sarah?

—Mi amor, no podemos molestar más a Sarah.

—¿Quién dice que molestan? Anda, ve a hacer lo que tengas que hacer y yo cuidaré a Simón —se ofrece su vecina con gusto.

—Sarah, no sé a que horas regrese y me da vergüenza contigo.

—Yo tengo el día libre y quedarme jugando con Simón me resulta más divertido que quedarme sola en casa.

—¡Por favor, papá! —le pide el niño juntando sus manos.

Marcos sonríe y acepta la oferta de su vecina agradeciéndole muchas veces antes de irse.

Sarah y Simón siguen jugando.

Después de un rato el niño la invita a conocer su cuarto.

—Ven, Sarah, te mostraré mi cuarto —dice Simón contento llevando a su vecina de la mano a la planta de arriba—. Éste es de Leonardo —El pequeño Simón va señalandole los cuartos—, éste es el cuarto de Lina, éste el de mi papá y éste el mío.

«¿El de Lina y otro de su papá? ¡OH!».


—Muy hermoso tu cuarto.

—Papá me ayudó a decorarlo.

—Me encanta... —Sarah camina por la habitación mirando los juguetes y cortinas coloridas que hay en ella, se sienta en la cama del pequeño y agarra una foto de la mesa de noche. En la imagen hay una mujer preciosa, rubia con unos bellos y singulares ojos, uno es verde y el otro azul—. ¿Es tu mamá cierto? —le pregunta al niño.

—Sí, es mi mamá.

A Sarah le causa curiosidad el parecido que tienen Lina y la mamá de Simón, siendo Lina un especie de copia barata o una mala imitación.

—¿Azul y verde por los ojos de tu mamá? —Simón asiente varias veces—. Es muy hermosa. ¿Dónde está ella?

—Ella... murió —los ojos de Simón se apagan y se humedecen.

—¡Lo lamento tanto, bonito! Era muy hermosa, te pareces mucho a ella.

—Eso dice mi papá... La... la extraño mucho —el pequeño comienza a llorar.

—¡Oh, bonito, ven aquí! —Sarah lo abraza mientras el pequeño desahogaba su dolor.

Poco a poco se va calmando y se separa avergonzado de los brazos de Sarah.

—Lo siento, mojé tu ropa.

—No, bonito, no te disculpes —Sarah le toma su carita con cariño—. Eres muy especial, Simón, que nadie te haga sentir lo contrario —Simón sonríe con alivio, por fin ha podido descargar un poco de todo el dolor que tiene acumulado por dentro, un dolor que no se atreve a expresar con cualquiera—. Simón, cuando jugamos con la pelota me decías que tu papá no sabe que Lina te obliga a hacer mucho trabajo en casa, ¿por qué no se lo dices?

El pequeño baja la cabeza antes de contestar.

—Porque ella me dice que si le digo, le pasará lo mismo que a mi mamá.

—¿Qué? ¿De qué habla? —Simón vuelve a bajar la cabeza y no quiere hablar más. Sarah no le insiste, no quiere incomodarlo. Ya ha sido suficiente para él, haber llorado en los brazos de una recién conocida y la chica no quiere forzarlo—. Oye bonito, ¿qué libro leías cuando estabas escondido? —le cambia el tema.

—Un libro que mamá escribió.

—¿Tu mamá era escritora?

—No, era maestra, pero le gustaba escribir.

—¿Podemos leerlo juntos después de cenar?

—Sí —acepta el pequeño.

—Vayamos a preparar algo mientras regresa tu papá, ¿te parece? y luego leeremos.

—Está bien.

Hacen juntos la cena y Sarah no le vuelve a mencionar a Lina. Quiere que Simón aproveche ese tiempo que está sin ella. Sin la presencia de esa mujer, el niño se ve feliz.

Más tarde Sarah averiguará lo que hay detrás de las palabras del niño y de la obvia amenaza con la que lo mantiene reprimido la viborastra.

Después de comer, reposan juntos en el sofá leyendo el cuento a maquina de escribir que le había hecho su mamá:

"Había una vez una oruguita que pasaba todo el día viendo hacia el cielo, observando cómo volaban las mariposas, triste porque ella no tenía alas.

Las mariposas cuando veían a la oruga arrastrándose con mucha dificultad por las hojas, queriendo llegar a las más altas, se reían y le decían cosas feas; excepto por una mariposita que se acercaba y le sonreía amistosamente y le decía:

- ¡NO LAS ESCUCHES! Tu tendrás también unas alas hermosas..."

A Sarah le pareció una hermosa fabula, con bellos dibujos hechos a mano y una portada muy creativa. Sin duda la mujer tenía talento.

Cuando mira a Simón recostado en su costado se percata que se ha quedado dormido, mira la hora en su reloj, es muy tarde y Marcos aún no ha llegado.

Contempla el bello rostro del pequeño, realmente es un buen niño. ¿Cómo es posible que su madrastra lo trate tan mal?

●●●

Marcos llega a casa y al entrar encuentra a Sarah y Simón en el sofá dormidos.

El niño se ve cómodo en los brazos de la mujer y antes de despertarla, la mira detenidamente.

La chica tiene cabello oscuro, cejas gruesas y bonitas pestañas, su nariz puntiaguda y labios carnozos y rosados, encajan perfecto en su rostro. Ella resulta adorable a sus ojos.

Sarah se despierta y se encuentra con los ojos de Marcos. El Oficial la mira con cara de vergüenza.

—Lo siento —dice en un tono bajo para no despertar a Simón. Ella sonríe con los labios cerrados y a él le vuelve a causar gracia su ensoñación—. Esperame un par de minutos, te llevaré a casa.

Carga a su hijo y sube al segundo piso. Lo pone en su cama y baja de inmediato a llevar a su vecina, por cortesía, agradecimiento y para que no le pase nada en el camino.

Dejándola en la puerta de su casa y asegurándose que tenga las llaves y abra antes de irse, se despide.

—Qué vergüenza contigo otra vez. De verdad muchas gracias, Sarah. Espero que Simón se haya portado bien.

—¿De qué hablas? Él es un encanto —le responde ella ya más despierta.

—A veces se porta mal, la muerte de su mamá lo ha afectado demasiado —Marcos toma una bocanada de aire—. Nos ha afectado demasiado.

—Lo lamento mucho.

El hombre sonríe de lado.

—Simón se ha vuelto retraído, callado, no habla de su mamá con nadie, ni siquiera llora y me da miedo que eso le cause más daño. Lo he llevado a terapia, pero no habla ni siquiera con la terapeuta.

—¿En serio? —Sarah está a punto de decirle que con ella sí se había abierto y expresado un poco, pero prefiere no hacerlo, no hasta que pueda ganarse por completo su confianza—. Es muy triste, y ¿qué le ocurrió a su mamá?

—Enfermó y poco a poco fue empeorando hasta que un día... —Marcos calla, se puede ver lo afectado que también está.

—De verdad lo lamento mucho. Simón es un niño muy dulce y no es justo que deba pasar por todo esto, en lo que pueda ayudar, estaré a la orden.

—Nuevamente gracias, Sarah. Hoy noté una gran diferencia en él y es gracias a tí.

La chica sonríe.

—Buenas noches, Marcos —se despide ella.

—Buenas noches, Sarah. Descansa.

Marcos duerme esa noche con una sensación extraña y agradable, una sensación que no había sentido hacia mucho tiempo.

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