CAPITULO 3

LA PROPUESTA

Camile

Cuando vi a Henry enfundado en aquel traje Dolce azul cielo de tres piezas, y la camisa blanca a medio abotonar, bajo la chaquetilla que definía su estrecha cintura y su torso amplio, sonreí de manera estúpida sintiéndome la mujer más afortunada del mundo.

Por su semblante, pude adivinar que no estaba para nada a gusto, pero con el correr de los minutos y un poco de champagne de por medio, fue aflojando la tensión que tenía su cuerpo.

Mentiría si no dijera que disfrutaba como mis ex amigas me veían con envidia por andar del brazo del hombre más atractivo del evento. No había dudas de aquello. Henry era demasiado guapo para su propio bien y aquellas mujeres lo veían de la misma manera en que lo hacía yo: con deseo.

Todo iba de maravilla. Henry intercedió en varias ocasiones por mí, cuando conversamos con el inversionista español y conseguí que aceptara reunirse conmigo la siguiente semana. Además de guapo, era demasiado listo. Una combinación demasiado peligrosa y excitante para mi integridad física y emocional.

Hasta que me topé con Cristopher Williams: mi endemoniado ex prometido.

—Camile... —susurró, mientras se acercaba con su ahora prometida y mi ex amiga—. Es un placer verte. ¿Cómo has estado? —preguntó con interés, ignorando a Henry por completo.

—Hasta hace un momento, estaba de maravilla —respondí con desdén—. Si me disculpan, debo ir a conversar con algunas personas —me excusé, mientras Henry se volteaba junto conmigo para marcharnos.

—¿Y este hombre, Camile? —preguntó Verónica, con cierto matiz de celos en sus labios—. No me digas que has cambiado de modelito. ¿Te aburriste de Raphael?

—¿Disculpa? —frené el paso y me volteé hacia ella—. Al menos no busco variedad entre los novios y prometidos de mis amigas, y solo para que te atragantes con tu propio veneno, querida Verónica, este hombre como bien dices —miré a Cristopher de pies a cabeza, dejándole claro que aquella palabra le quedaba demasiado grande a él—, es un gran economista que no tiene que andar presumiendo para ganarse la vida.

—¿Economista? —indagó con burla y sentí como Henry se tensaba—. Pues déjame decirte que está bastante guapo. No cabe dudas que tienes buen gusto, pero este hombre tiene de economista lo que yo de doctora. ¡Mírale la pinta! Es como si lo hubieras sacado de un catálogo de la última colección de Dolce, querida.

—Piensa lo que quieras... si te deja más tranquila, toma tu puto teléfono y marca a Columbia. ¿O prefieres que Henry te envíe por fax una copia del título que ha conseguido con honores?

—Ay, Cami. ¡No te aguantas ni una sola broma, por Dios!

—No. Lo que no soporto es oír nada de lo que venga de tus asquerosos labios, Verónica. Y mejor quítate, que tengo cosas más importantes que hacer que perder el tiempo con ustedes.

—Cam... por favor, no te pongas así. Solo fue una broma —intervino Cristopher, tomándome del brazo.

—No me llames así y suéltame.

—Camile, debemos hablar... — insistió, mientras de reojo veía como Verónica estaba a punto de explotar. ¿Y a quién en su sano juicio le gustaría que su prometido estuviera de aquella manera con la mujer que estuvo a punto de desposar?

—¿No escuchó a la señorita? —acotó Henry, antes de que pudiera responder.

Mis ojos estaban a punto a aguarse. El dolor que me causó el hombre que asía mi brazo en ese instante, aún seguía siendo indescriptible. Cristopher me soltó lentamente, mientras se medía visualmente con Henry.

Aferró con más fuerza mi mano a su brazo, y sin decir más, nos marchamos.

Mis ojos de inmediato se aguaron y no pude contener las ganas de llorar, por lo que salí de manera apresurada por la parte lateral del salón.

Al llegar al jardín desierto, cerca de una fuente, simplemente me abracé a mí misma y dejé fluir todas las lágrimas contenidas. Sentí de repente como cubrían mis hombros y por el exquisito aroma a menta, que seguramente era de un gel de ducha, supe que se trataba de Henry.

Delante de mí, apareció una pequeña copa con un líquido color ámbar.

—Bébetelo; te hará bien —ordenó de inmediato y solo obedecí, sintiendo como me ardía la garganta mientras el licor pasaba a través de ella.

—Necesito otra —murmuré. Tomó la copa y la llenó de nuevo. Llevaba consigo una botella de Louis XIII—. ¿Dónde la conseguiste?

—Al parecer, me confundieron con el novio de una importante empresaria —se encogió de hombros, mientras me extendía de nuevo la copa—. ¿Qué ocurrió allí dentro? —preguntó con tono preocupado.

—Creo que necesitaré toda la botella para hablar de ello... —suspiró—. ¿Puedes sacarme de aquí, Henry? Llévame a cualquier sitio donde no tenga que respirar el mismo aire que esas personas hipócritas.

—Está bien, pero no tengo coche —dijo y saqué de mi neceser las llaves de mi BMW.

—Creo que ya tenemos trasporte. Por favor, sácame de aquí. No soporto estar ni un segundo más en este lugar.

Cuando quise caminar, tambaleé por los tacones que se hundían en el césped y para mi sorpresa, él simplemente me cargó entre sus brazos y me sacó del hotel. Me abracé a su cuello y aspiré aquel aroma embriagador que, desde que había chocado con su cuerpo, se había impregnado en mi memoria

Mientras él conducía y yo seguía bebiendo de aquella botella, creí que hablar sobre lo que sentía me haría bien.

—Era mi ex prometido —murmuré y desvió su vista hacia mí por un breve instante—. Íbamos a casarnos, pero me engañó con la mujer que estaba con él. Ella también es publicista; una ex compañera de universidad y ex amiga.

—¿Como los descubriste?

—Dos días antes de la boda, en la cena de ensayo. Él fue por una botella de vino a la bodega de mi casa, pero se estaba tardando, por lo que fui a buscarlo. Lo que vi... fue horrible. Ellos estaban teniendo sexo bajo mi propio techo. Cuando Verónica me vio, solo sonrió con suficiencia, como si me estuviera diciendo que ella me había ganado o quitado lo que más quería. Él, solo se quedó callado... ¿y qué podría decir a su favor?

—Lo lamento...

—Pues yo no. Sabes que al final de todo, creo que fue mejor saberlo antes de casarme que después.

—En eso te doy la razón y lamento si te molesta que te tutee —dijo con seguridad y una voz rasposamente sexy. Solo negué con la cabeza.

—Lo que menos me preocupa es eso, Henry. Descuida.

Sentí como disminuía la velocidad y aparcaba el coche. Bajó primero él y fue hasta mi puerta a abrirla para mí, extendiéndome su mano para ayudarme a bajar.

El vestido color turquesa que tenía puesto, ondeaba con el viento y mi pelo seguía los movimientos de las telas disparejas del modelo que llevaba.

Estábamos a orillas del rio, donde se podía apreciar el reflejo de la luna sobre las aguas. Un leve mareo y un intenso calor, quemaban mis mejillas y aturdían a mi cuerpo. Me tomé de la baranda que estaba hundida en el muro de piedras que separaba las aguas del área urbana. Estaba levemente ebria, lo sabía por el descaro que se iba anteponiendo a mi cordura.

—¿Nunca te has enamorado? —pregunté y él, recostando su cuerpo a mi lado, asintió mirando a la nada—. ¿Qué ocurrió?

—No terminó como esperaba. Ella se embarazó y luego de tener a la niña, con múltiples problemas de salud porque no se había cuidado durante el embarazo, se marchó...

—Lo siento mucho —murmuré y él solo le restó importancia, como si ya no contara con ello.

Ambos nos quedamos en silencio por lo que parecieron horas cómodas, mientras mis ojos no dejaban de imaginarlo desnudo, sobre mi piel, con sus manos recorriendo mi cuerpo y esa sensual boca devorando la mía, torturándome como muchas veces lo deseé desde la primera vez que lo vi.

***

Henry

La suave brisa nocturna nos acariciaba de manera fresca y suave, ondeando su extensa cabellera rubia. La oía respirar y mis ojos viajaron a sus perfectos senos, que subían y bajaban bajo aquella prenda de seda que se ceñía a su cuerpo pequeño y perfecto. Era hermosa, demasiado preciosa para mi propia tortura.

Estaba ebria, pero se veía tan sensual de aquella manera, tan humana. Comprendí en ese momento que los problemas y los sentimientos, no hacían diferencia entre las clases sociales. Ella también llevaba su martirio por dentro, también sentía dolor y temor como cualquier otra mujer.

—¿Estás mejor? —pregunté y Camile se humedeció los labios, sin dejar de mirarme.

Sus ojos pardos, noté que cambiaban de color, que no eran de un matiz cualquiera. Estos, trocaban de intensidad cuando hablaba de algo que la apasionaba o se enfurecía, como hace un rato. Tragué con fuerza y negué internamente. Ella estaba fuera de mi alcance y además, no estaba listo para volver a sentir. En un lapso corto de tiempo, aquella mujer me hacía cambiar de parecer a cada paso.

—Tal vez —susurró encogiéndose de hombros, sin dejar de estudiarme.

—Creo que es hora de que vayas a casa —dije con firmeza y ella asintió, acercándose un poco más. A pesar de que no era demasiado alta, tenía unas curvas sensacionales. Era esbelta y olía suavemente a un perfume apacible que me embriagó por completo, por lo profundo y sutil.

Se aferró a mi cuello y con sus ojos, aquellos ojos de color verde fuego a la luz de la luna, me invitó a repetir la acción del hotel.

Cuando la volví a tener entre mis brazos, mientras sus pequeñas manos acariciaban mi nuca y sus dedos ondulaban mi pelo, sentí como una especie de electricidad recorría cada tramo de mi piel.

El trayecto a su piso fue una tortura mental. Nunca antes había sentido cosas parecidas y tan diferentes al mismo tiempo.

Cuando viré mi rostro para observarla, noté que se había quedado dormida. Respiré profundamente, mientras buscaba en su GPS algún registro de su dirección.

Verla vulnerable, sufriendo por un trago amargo del pasado, hizo que la viera de manera diferente. Volví a mirarla y sus labios se veían húmedos, entreabiertos, exhalando y emitiendo un suave sonido.

Me mojé los labios con la lengua, pensando en cómo sería probar aquella boca, mientras me pasaba una mano por el pelo y trataba de mantener la cordura para no cometer una estupidez.

Cuando di con su edificio y llegamos, traté de despertarla pero fue imposible. El portero de inmediato me dejó pasar al ver que estaba cargando con ella y me indicó su piso, no sin antes hablarle a Gina y que ella le confirmara que me diera vía libre.

El elevador al abrirse, daba directamente con el piso lujoso que ocupada Camile. No sabía cuál era su habitación, por lo que seguí un pasillo levemente iluminado, abriendo la primera puerta.

La deposité de manera suave en la cama y me dije a mí mismo que no podía dejarla sola en esas condiciones, por lo que dormiría en el sofá hasta que al menos despertara.

Cuando quise desprender sus manos de mi cuello para que se quedara en la cama, sentí como ella se aferraba aún más, y con los ojos cerrados, entre sueño y sueño, besó de manera suave mi boca.

—Quédate conmigo... —susurró y mi cuerpo entero entró en una terrible tensión.

—Camile, mejor duérmete ya. Te hará bien —dije contenido, tratando de no seguirle el paso a los besos de esa mujer.

—No. Tengo frio, abrázame por favor —murmuró en cambio, sin soltar mi cuello. Suspiré resignado, deshaciéndome del saco y el chaleco, para pasarme sobre ella y recostarme a su lado. Simplemente tomó mi mano, llevándola hacia su vientre y acurrucándose de espaldas a m—. Gracias... — volvió a decir, y en cuestión de segundos se rindió al sueño.

Traté de relajarme un poco, porque su cercanía me causaba cierta inquietud desconocida, prometiéndome a mí mismo que antes de que despertara, me marcharía.

En mi memoria quedaría impregnada la fragancia de su pelo, y en la de ella... seguramente, la de un empleado que la trajo a casa cumpliendo con un deber.

Camile

Me removí de manera lenta, mientras que en la cabeza sentía una leve presión. Un intenso y placentero calor amenazaba con quemarme la piel. La sensación era tan agradable que me aferré a la fuente que emanaba fuego hacia mi cuerpo.

Mi pequeña cintura estaba rodeada por un fuerte brazo cuya palma hacia presión en mi vientre, acercándome más a un torso duro y tentador.

Me volteé sobre mí misma, quedando de frente con la figura imponente de un hombre moreno que vestía casi todas sus prendas.

«Oh por dios», susurré muy bajo, impresionada por cómo se veía. Henry estaba profundamente dormido y se veía tan pacífico mientras emitía leves suspiros entre sueño.

Admiré su hermoso rostro a cada paso. Parecía haber sido cincelado y moldeado por un escultor griego, para que luego de un leve soplido, Dios le hubiera hecho cobrar vida con el fin de recrear la vista de mujeres como yo. Tenía ganas de palpar su piel con mi dedo y recorrer las líneas de expresión que tenía su cara.

Había estado cuerda cuando me aferré a su cuello y le susurré que me abrazara, aunque él pensara que estaba en sueños y ebria. Pero no sabía cómo hacer para que siguiera aquí y no arruinar todo mi plan.

Experimentar su abrazo y estar dormida entre ellos, había hecho que reafirma la idea de hacerlo mío, bajo las condiciones que ya había establecido con Gina. Sabía que estaba jugando con fuego y que tal vez, me terminara quemando más temprano que tarde, pero Henry simbolizaba un imán al que no podía evadir. Lo supe desde el día en que nuestros cuerpos habían chocado y que no me trató con desmedida consideración por ser quien era, y todo el tiempo que llevábamos viéndonos como empleado y jefa, no ha cambiado su trato conmigo en ningún sentido.

Además de que me calentaba sobremanera la sola idea de tenerlo en mi cama, existían ciertas cosas de su actitud que me atraían aún más.

Gina tenía razón en que una relación con alguien como él, sencillamente era imposible. No por él, y mucho menos por mí, sino por el resto de las cosas y las personas que nos rodeaban.

Mi madre... tal vez hasta terminara aceptándolo, pero los socios de la empresa verían inapropiado que la presidenta de Staton Company tuviera una relación sentimental con un donnadie como Henry. Sería el principio del fin de la empresa que con tanto esfuerzo construyó mi padre y sería echar más leña al fuego en el que deseaban de alguna u otra manera verme arder completamente derrotada.

Suspiré rendida por la fragancia que despedía su cuerpo. Era tan varonil y tan... él.

Tal vez, una relación con Henry fuera imposible, pero enamorarse de alguien como él, podía ser demasiado fácil.

Sin esperarlo, lo sentí removerse mientras yo volvía a cerrar los ojos para que no descubriera que lo estaba mirando. Lentamente quitó su mano de mi cintura y fue incorporándose de la cama.

Entre pestañas, vislumbré como a hurtadillas iba rodeando el lecho y recogía sus prendas del piso. Se recostó en el marco de la puerta mirando en mi dirección y luego, desde el umbral, pude ver como se marchaba.

Después de un rato, me abracé a la almohada y aspiré su esencia. Si iba a hacer aquello tenía que acostumbrarme a que se fuera de aquella manera, porque si aceptaba mi propuesta, le pagaría para que me hiciera compañía, para que expiara a mi cuerpo y no para que se quede en la cama a hacerme arrumacos ni a dedicarme palabras dulces que para mi propio mal, sabía añoraría salieran de su boca.

***

Un mes después...

El humor que me gastaba, iba de mal en peor. Las cosas estaban marchando demasiado bien entre Henry y yo, y estábamos a un día de cumplir el mes. Había dejado de lado sus labores de «asistente» para volcarse de lleno en auxiliarme en las finanzas de la empresa, en los reportes semanales y en los balances. Y no podía negar que era bueno, demasiado bueno.

Dejé caer las manos sobre el escritorio y volqué mi rostro en ellos. Me sentía extraña, vulnerable y demasiado insignificante. No quería hacerme ideas amorosas en relación a él, tenía que mantener en pie el plan de que solo se tratará de un hombre al que le pagaré por hacerme pasar un buen rato y nada más.

Si tan solo fuera una empleada del montón, tal vez él me miraría diferente y yo sería libre para expresar todo lo que en este tiempo despertó en mí, un simple asistente.

Aunque deseaba negarlo y borrar de mi mente lo que ocurrió aquella vez que me llevó a casa, simplemente no podía y no quería. Y si para tenerlo entre mis brazos tendría que portarme como todos los hombres con dinero lo hacían, definitivamente lo haría.

Me gustaba demasiado, me hacía tener ideas locas, fantasías absurdas en relación a un nosotros y eso me asustaba. Pero necesitaba probarlo, necesitaba tenerlo sobre mi cuerpo calentando mi piel y haciéndome el amor como tantas noches en este largo mes anhelé.

Sin embargo, me preocupaba lo que pensaría de mí al hacerle aquella loca, pero necesaria propuesta. Tenía miedo que se decepcionara y al final, se terminara alejando, dejando de lado el trabajo.

Sin embargo, no podía arriesgarme de nuevo; no con él. Ya bastantes lágrimas había derramado y muchos millones había tirado por los «errores» que cometí al escoger mal a un hombre. Tenía que pensar que el amor era un absurdo romántico que no tenía cabida en mi agenda y que además, solo me traía sufrimiento y pena, por lo que no servía de nada.

Si tan solo pudiera numerar las veces en que supliqué que alguien me viera con amor y devoción. Que al decir lo que tenía dentro no terminara destrozada como en las ocasiones anteriores, se entendería el temor que me asechaba acerca de que volviera a suceder lo mismo una vez más. Ya sea con Henry Ross o con cualquiera.

—¿Luchando contra tu conciencia? —irrumpió mis pensamientos la voz compasiva de mi amiga.

—¿Qué comes que adivinas? —dije sin levantar el rostro. Quería ser un avestruz y meter la cabeza en un hoyo, hasta que toda esta m****a de estúpidas ideas y sentimientos me dejaran en paz.

—¿Quieres hablar? —tomó asiento delante de mí y levanté la cabeza, recostándola en el respaldo del sillón para verla a los ojos.

—No creo haga falta que te diga lo que está sucediendo...

—Ya lo sé. Pero de todas maneras, hablar alivia la carga.

—Es todo lo relacionado a la propuesta, Gina. Tengo miedo de que se termine yendo sin más. ¡Y no entiendo por qué carajos me importa tanto que lo haga! Si así como él, deben de haber muchos morenos atractivos que no me lo pondrían tan difícil. La verdad es que no sé qué me está pasando. Él... él es diferente, es algo...

—A lo que no estás acostumbrada y por eso te atrae más de lo normal —terminó la frase por mí—. Eso ya lo sabías, Camile. Te lo advertí, pero no quisiste escucharme.

—Lo sé... y ahora no sé qué m****a sucede conmigo. No concibo un solo día sin verlo entrar por esa puerta para hacerme algún que otro comentario financiero del que no comprendo un pito, porque no le presto atención a sus palabras, solo me quedo como una estúpida dibujando en mi mente sus perfectas facciones. Estoy volviéndome loca...

—Vaya... esto sí que fue rápido —sonrió y solo negué.

—Dime sinceramente, Gina; ¿crees que deba proponérselo? O debo echarme para atrás. Hasta hace veinticuatro horas estaba segura, lo sigo estando porque creo que es la única manera de protegerme si voy a estar con él, pero a la vez, tengo miedo de que me mandé al diablo y se termine marchando.

—Aunque quisiera, Camile, no te mandaría al demonio.

—¿Cómo lo sabes?

— Intuición, tal vez. Algo me dice que él se siente igual que tú, pero ofrecerle dinero puede que lo ofenda. Sin embargo, el que no arriesga, no gana.

—¿Ya recibió la primera paga? —me encontré preguntando. Gina tenía razón y si no me arriesgaba, no sabría qué ocurriría. Además, prefería saber de una vez por todas si lo tendría o no de la manera en que me imaginaba. O si debería quitarme de la cabeza a ese hombre, en caso de que saliera huyendo, como pensaba lo haría.

—Lo hizo, y creo que deberías decirle de una vez lo de la propuesta.

—Lo haré, Gina. Es más, lo haré ahora mismo —dije decidida.

—Tú puedes, Cami. Lánzate de una vez... —me mostró sus pulgares y ambas reímos por el tono utilizado. Sin embargo, tuve ganas de lanzarme al precipicio desde mi ventana por el bochorno.

—Vete de una vez para que pueda hablarle —pedí ansiosa—. Ya necesito quitarme de encima, esta sensación de ahogo que no me deja respirar tranquila.

—Suerte, leona... grrrr —respondió entre risas y le aventé una pluma.

Respiré serena una vez que Gina se marchó. Fui hasta el tocador que tenía en el despacho y me vi en el espejo. Tenía leves ojeras porque el maldito recuerdo y la idea de Henry en mi cama, no me abandonaban más.

Deslicé el cepillo a través de mi larga cabellera rubia, retoqué un poco el labial color durazno que ensanchaban aún más mis labios y me tiré un poco de perfume encima. La blusa blanca me la alisé con las manos, estirando un poco más los pliegues debajo de la falda cuadrillé en tono blanco y negro que llevaba a juego. Las medias negras y los tacones de charol le daban el toque final a mi aspecto y traté de sentirme segura con la imagen que me devolvía el espejo.

«Tú puedes, Camile. Lo quieres, lo deseas y lo tendrás...», le susurré a mi reflejo, mientras ensayaba una postura segura para demostrarle a Henry que no era un juego ni estaba bromeando. Tenía que trasmitir la convicción en mis palabras, tenía que lograr que dijera que sí.

Salí del tocador y tomé asiento. Emití un largo suspiró y marqué a la oficina de Henry. En menos de cinco minutos, ya lo tenía sentado frente a mí y los nervios me carcomían por dentro.

—Antes que nada, Henry, quiero pedirte que me escuches atentamente y no salgas corriendo antes de que termine de hablar —me encontré iniciando y su semblante se tornó preocupado.

—Escuchándola decir eso, creo que lo más factible es que salga corriendo. ¿Me va a despedir? —preguntó preocupado y negué.

—Por supuesto que no. Todo lo contrario.

—No comprendo...

—Además de mi asistente, quiero contratarte para otro puesto más, donde la paga sería ésta cifra —deslicé sobre el escritorio, hasta dejarlo frente a él, el trozo de papel donde había escrito el monto que le pagaría por sus servicios. Tomó el papel mirándolo asombrado y luego fijó su mirada en mí, con incredulidad—. Esa sería tu paga, además de tu salario de asistente por supuesto, en caso de que aceptes mi propuesta.

—¡Por Dios! ¿Hay que asesinar a alguien? Solo eso explicaría la cifra que pretende pagarme por ese otro trabajo... que no ha mencionado de que se trata —enarcó una ceja con suspicacia, aguardando mi respuesta.

—Por supuesto que no debes matar a nadie, Henry. El trabajo que te estoy ofreciendo no es para nada pesado, solo deberás estar a mi lado... todo el tiempo que lo requiera.

—¿Quiere que sea su guardaespaldas? —preguntó mientras se cruzaba de brazos y yo como una estúpida, lancé risas nerviosas por no poder decir lo que realmente quería que fuera.

—Creo que debo ser un poco más directa —murmuré y me puse de pie, rodeando mi escritorio y sentándome en el borde del mueble—. Henry, te estoy ofreciendo que seas mi acompañante, que estés disponible para mí a la hora que yo lo diga. No sé si me has entendido mejor esta vez —imité su acción y me crucé de brazos, expectante a su respuesta. Sus ojos repasaron mi rostro como buscando algún destello de broma en mis palabras—. Hablo en serio. Te pagaré esa cifra si te conviertes en una especie de novio, sin rótulos por supuesto, pero alguien que haga las mismas cosas que haría un novio. Que me acompañe a lugares, aunque sin demostraciones públicas, pero que satisfaga mis necesidades de mujer en la intimidad. Sin reproches, sin vender información acerca de mí a la prensa, sin ataduras sentimentales y con un contrato de por medio —terminé de hablar y respiré—. ¿Qué dices? Sé que necesitas el dinero y yo... yo te quiero a ti de la manera en que ya te expliqué. Puedes pensarlo si lo...

—No tengo nada que pensar, señorita Staton —escupió de pronto, en un tono furioso y me quedé petrificada. Al parecer, las cosas no saldrían como las había planeado.

—Pero creo que podemos...

—¡No podemos nada! —me interrumpió de nuevo, con una voz potente y poniéndose de pie—. ¡¿Se está oyendo?! —preguntó, conteniendo las ganas de gritar—. Déjeme resumir lo que entendí: ¿Usted me está pidiendo que sea su prostituto?

—Encasillar lo que te ofrezco a eso, es absurdo, Henry. No pretendo que lo veas de esa manera. Es un trabajo más...

—Ofrecerme dinero para que me acueste con usted, ¿no es sinónimo de prostitución, señorita Staton?

—Bueno, viéndolo desde tu perspectiva...

—¡Viéndolo desde cualquier perspectiva, lo es! Y créame que no estoy tan embarrado por dentro como para aceptar semejante estupidez. No sé a qué tipo de personas está acostumbrada... o si está habituada a tenerlo todo poniendo un fajo de dinero en las narices de cualquier imbécil, pero conmigo se equivocó.

—No lo tomes de esa manera, Henry. Si no estás inte...

—¡¿Qué no lo tome cómo?! ¡Usted me está ofreciendo dinero por sexo! —gritó y las piernas me temblaron por el rumbo que iban tomando las cosas—. ¿Qué tiene en la cabeza? ¿Acaso se considera demasiado poca cosa como para conquistar a una persona y salir en una relación normal como todo el mundo? ¿O es que simplemente le apetece un revolcón con el asistente de turno? Claro... a la niña le gustó el asistente pobretón y se lo quiere comprar. Al parecer, no es tan diferente a lo que los rumores dicen. Es más, es peor de lo que dicen, y si creyó que por no tener recursos aceptaría su propuesta, se equivocó porque existen dos cosas que ni el dinero ni el poder le pueden dar o quitar a una personas, y es el orgullo y la dignidad —se pasó las manos por el rostro y luego el pelo, que se le había alborotado por la efusividad con la que me estaba atacando—. Creo que lo mejor es que me marche. Gracias por la oportunidad y mañana mismo tendrá mi carta de renuncia sobre su escritorio. Adiós.

—Henry... por favor, no tienes que irte. Olvida lo que dije si no estás de acuerdo. No tienes que renunciar —caminé temerosa tras él. Paró en seco y sin voltear, oí una risa sarcástica desprenderse de su boca, que me oprimió el pecho.

—Creo que aún no termina de comprender el grado de ofensa que le ha hecho a mi persona, señorita. Lo más sensato que puede hacer es cerrar esa boca de la que solo salen estupideces. Adiós —zanjó seguro, cruzando la puerta de mi oficina y perdiéndose tras ella.

Bajé los hombros en señal de derrota y tragué con dificultad por el nudo que se había formado en mi garganta. Mis ojos picaban y sentía un frío recorrer mi cuerpo.

Se fue... simplemente se marchó, dejándome una sensación de vacío y soledad inexplicable.

Caminé hasta mi escritorio completamente resignada, repitiéndome a mí misma que no lloraría, que así como él, había cientos de hombres y que cualquiera estaría complacido de recibir una propuesta como la que le había hecho a ese insensato.

Me tiré en mi sillón y de inmediato, de uno de los cajones saqué una tableta de chocolate que me llevé a la boca para calmar la ansiedad que estaba aflorando en mí.

Todo pasaría y pronto lo olvidaría. Además, ni siquiera era mi tipo.

—¡Ahhh! Estúpido y sensual Henry Ross... —murmuré, mientras me quitaba los zapatos y elevaba las piernas sobre el escritorio.

—¿Emulando a Homero a tan tempranas horas? —interrumpió otra vez Gina.

—Mejor ahórrate tus bromas y tu sarcasmo porque no estoy de humor, Gina.

—Te mandó por el tubo... —afirmó y asentí, mirando a la nada.

—Es un estúpido. Necesita el dinero y se da ínfulas de moral y estupideces.

—Pues entonces búscate a otro que no sea estúpido y acepte tu propuesta —replicó como si fuera lo más lógico del mundo, cabreándome por completo.

—¡Gina! Sabes que lo quiero a él... no seas estúpida y quieras verme la cara tú también. Tengo bastante con el mal trago que resultó mi propuesta.

—Respóndeme algo; ¿por qué él? ¿Por qué te has encaprichado tanto con ese hombre?

—No lo sé...

—Camile...

—Creo que me gusta de verdad, pero no quiero oír que me lo dijiste y todos los reproches habituales. Solo quiero que me escuches —suspiró cansina y tomó asiento—. Hay algo de él que me atrae mucho. En realidad no es algo, sino todo. He llegado hasta imaginar en que soy una persona común y corriente, sin dinero ni responsabilidades, que se enamora de un muchacho sencillo, honesto y trabajador como Henry, y a quien él corresponde porque somos iguales. Son estupideces que ocupan mi cabeza y tengo miedo de dar vida a esas ideas y terminar enamorada de él. Ambas sabemos que si se trata de sacarme las ganas, una vez que lo haga, esos tontos pensamientos se irán.

—¿Y si no fueran simples ganas? Y, si al tenerlo una vez, ¿quieras más?

—Pues no sé, porque al parecer no ocurrirá. Renunció y se marchó, dejando en claro que era su persona menos favorita en estos momentos —expliqué y asintió.

—Dale tiempo, sé que volverá —respondió confiada y con halo de misterio.

—Tú sabes algo y me dirás de qué se trata, ahora mismo.

—La verdad que sí —afirmó, cruzándose de brazos—. Hay algo que hará que Henry vuelva y lo tengas rendido a tus pies.


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