CAPITULO 1

UNA ALOCADA IDEA

—Gina, por favor encárgate de buscarme una nueva asistente; ya sabes cuales son mis condiciones —dije, mientras caminaba a toda prisa desde el elevador hasta mi oficina.

Gina era mi mano derecha, pero siempre tenía una secretaria privada que se encargaba de todos mis asuntos particulares.

—Sí, señorita Staton —respondió, caminando a mi lado y tratando de seguirme el paso mientras anotaba todo en una tableta—. Si cumple con los requisitos; ¿puede ser un asistente varón?

—En absoluto, Gina —negué—. Los hombres no toleran que las mujeres les den órdenes y no me veo pidiéndole a un tipo, que me haga cita con la depiladora —repliqué burlona y Gina simplemente asintió. Tenía apenas mi edad, pero parecía mucho mayor. Tanto por aquellas gafas enormes que ocultaban sus bellos ojos azules y el traje de abuela que disimulaba la envidiable figura que tenía.

—Perfecto —habló, mientras ingresamos a mi despacho y ambas tomamos asiento en sentidos opuestos, frente al enorme escritorio de cristal y metal cromado que ocupaba la oficina—. Camile… —me tuteó, porque sabía que no toleraba que me tratase con demasiado formalismo cuando éramos prácticamente como hermanas. Pero según ella, lo hacía para mantener la imagen delante de los demás empleados y que no pensaran que tenía privilegios por ser mi amiga—, creo que debes ser más tolerante con las muchachas que trabajan de asistente personal. ¡Es la décima a la que despides en apenas cinco meses!

Aunque parecía absurdo, Gina y yo éramos muy buenas amigas desde pequeñas. Su padre había sido el chofer del mío durante todo el tiempo que vivieron ambos. Gina nació y creció en una pequeña casa independiente, ubicada al fondo de la casa donde habitábamos mi familia y yo. Su madre había padecido una enfermedad de huesos que se la llevó cuando ella tenía apenas ocho años y mi madre había cumplido el mismo rol con ella que conmigo.

Apenas ambas nos graduamos en la universidad, mi padre había acaecido y no tuve más remedio que apretarme el corazón y asumir la presidencia de una empresa a la que le tenía más temor que respeto. De inmediato, mi madre pensó que Gina sería la indicada para apoyarme en mi nuevo rol de empresaria y no falló. Sin ella, no sabría qué hacer en muchos casos.

Con un sueldo bastante alto que se lo ganaba a pulso, en poco tiempo se compró un cómodo departamento y se independizó, pero pasábamos parte de la tarde y la noche en casa, estudiando documentos y dejando todo listo para el día siguiente.

Tener apenas veintiséis años, ser mujer y presidenta de una de las compañías multinacionales más importantes del país, solo me había abierto las puertas para conseguir enemigos, tanto entre los socios accionistas, como en nuestro círculo social. Como ya había mencionado, los hombres simplemente detestan tener que seguir las directivas de una mujer.

—Si son incompetentes, no es culpa mía, Gina. ¡La última ni siquiera sabía utilizar el fax! —repliqué y ambas reímos al recordar todo el alboroto que se armó con la última asistente.

—Está bien, tienes razón… pero podríamos haberla instruido para amoldarla a tus deseos. Se hubiera adaptado a la perfección.

—Lo dudo. Me gustaría saber cómo seleccionan a estas empleadas. Mínimamente necesito que sepan llevar una agenda.

—Se rumora que el jefe de personal es un hombre que se vuelve loco con todo lo que use faldas.

—Pues ahí está la explicación —la muchacha era muy bonita, demasiado a decir verdad—. Recuérdame hacerme un hueco en la tarde y conversar con él.

—Está bien —se puso de pie para marcharse—. Por cierto, llamó Raphael. Dice que está ansioso por verte esta noche.

Raphael era un modelo italiano con el que había quedado en varias ocasiones. La prensa, sorpresivamente siempre estaba al tanto de nuestros movimientos, por lo que no me quedaba dudas de que era el mismo quien los alertaba de lo que haríamos.

—Raphael es historia, querida. ¡No sé cuándo aprenderé a escoger mejor a los hombres! Cada novio me ha salido bastante caro —suspiré y me recosté en el sillón giratorio, mientras daba pequeñas vueltas impulsándome con los pies, tal como hacía cuando era pequeña y visitaba a papá en esta misma oficina. Gina se acercó y volvió a tomar asiento.

—Si fuera tú, simplemente contrataría a alguien para que hiciera lo que se me antoje y con quien solo quede las veces que el deseo me gane —habló riendo, embromándome para levantarme el ánimo caído y la miré con interés, como cuando algo llamaba mi atención y no me detenía hasta conseguirlo—. Camile… solo ha sido una broma —habló de manera sería, porque conocía de sobra lo que significaban mis gestos—. Por favor, Camile; ¡no me vengas con que tomarás en serio la broma que te he echado!

—¡Esa sería una solución perfecta a todos mis problemas! —murmuré sin prestarle atención.

—¡¿Es en serio?! ¿De verdad estás pensando en esa idea?

—¿Por qué no? —respondí con naturalidad—. Los hombres de nuestro circulo siempre tienen a una querida, acompañante o lo que sea. ¿Por qué una mujer no puede hacer lo mismo?

—Porque las mujeres somos tan sentimentales y estúpidas, que si lo hiciéramos, tal vez hasta llegaríamos a enamorarnos de nuestro propio prepago —explicó, quitándose las gafas y alborotando su melena azabache. Siempre lo hacía cuando la llevaba al límite de la exasperación.

—Eso no me pasará a mí, Gina.

—Déjame dudarlo; la última vez que dijiste eso, prácticamente te dejaron plantada en el altar —abrí los ojos ante el recuerdo más doloroso que habitaba en mi pecho y de inmediato ella negó—. Lo lamento, Camile. Solo no quiero que te des de golpes con un muro impenetrable… de nuevo. Ya bastante has sufrido.

—Lo sé, Gina. No es tu culpa que los hombres se me acerquen y solo estén conmigo por dinero, mucho menos que yo me enamore como idiota del equivocado. Es por esa misma razón que me gusta tu idea —hablé, recuperando el entusiasmo.

—¿Ahora me tirarás la responsabilidad a mí? —preguntó con sarcasmo y ambas reímos.

—Deben existir sitios en la web, donde se ofrecen ese tipo de servicios y como mi abogada, prepararás un contrato con las cláusulas que estableceré en él.

—Pues si no cambiarás de idea, haremos esto lo más confidencial posible. Buscaremos el prototipo que sea de tu agrado, haremos entrevistas y luego escogeremos al que mejor se adecue a tus gustos y reglas —dijo con resignación—. Si tu madre se entera que contratarás a un tipo para que se acueste contigo, creo que le dará el patatús.

—No tiene por qué enterarse. Y puedes iniciar la búsqueda; sabes que me gustan rubios con los ojos claros, delgados y altos. Tiene que tener buena pinta, porque deberá acompañarme a algunos eventos y mínimamente debe saber con qué tenedor se come la ensalada.

—Entonces no buscas solo compañía para la cama. Sería más bien como un novio de alquiler.

—Exacto. Además, debe de tener sentido del humor y algo de carácter, porque sabes que me aburro rápido.

—Esto no será tan sencillo… —dijo, frotándose las sienes—. ¿Por qué no sales con Raphael?

—Porque me costaría millones y algunas que otras lágrimas por el coraje. Me saldrá más barato pagarle a alguien para que finja que me quiere, tal y como lo hace Raphael. Alguien que además no me mienta, satisfaga mis necesidades y no reproche mis caprichos.

—Tendremos que investigar al muchacho cuando lo escojas. Saber si tiene antecedentes, enfermedades, problemas económicos, ya sabes; lo indispensable.

—Lo sé y creo que podemos iniciar hoy mismo. Dile a Ester que cancele todas mis citas. Saldremos de compras y luego buscaremos al candidato ideal en mi departamento. También avísale a mamá que no iremos a cenar con ella hoy.

—Como órdenes. Espero que no termine siendo peor de lo que me imagino será.

—No te preocupes, y alístate porque saldremos de inmediato. Necesito que cambies esos anteojos que parecen hechos de culo de botella y que uses trajes de tu talla. Odio que ocultes tu belleza detrás de ese disfraz, Gina.

—Sabes por qué lo hago, Camile. Es mejor así.

—No. No es mejor ni nada. Debes comprender que lo que ocurrió no fue tu culpa. No fue tu culpa enfundarte con una linda ropa y salir a divertirte como cualquier muchacha de tu edad. No es tu culpa en absoluto portar una belleza que cualquiera envidiaría, y mucho menos que existan cabrones que no puedan lidiar con un rechazo. Así que, quítate esas malditas ideas de la cabeza y vayamos a ponernos guapas, al menos para sentirnos bien con nosotras mismas.

Gina asintió entre lágrimas y risas. Solo la abracé para consolarla por su desgracia.

—Está bien, pero tengo que esperar a que Henry traiga los reportes contables del mes —habló sin dejar lugar a réplicas.

—¿Henry? —pregunté frunciendo el entrecejo.

—Es el asistente que trae los reportes de la oficina contable —explicó.

—¿Te gusta? —indagué, porque era raro que Gina se refiriera de aquella manera a un tipo.

—Para nada, Camile. Sabes que eso no es lo mío, pero si lo fuera, por supuesto que me gustaría. Es un muchacho muy apuesto, demasiado inteligente y bastante honesto.

—Vaya… hasta me causa curiosidad el tal Henry —dije enarcando una ceja.

—Lamento decepcionarte, pero para nada es tu tipo. Es todo lo contrario de lo que a ti te gusta.

—Qué pena… —respondí sarcástica, mientras me cruzaba de brazos y hacia mohines alegando la decepción.

—Mejor regreso a mi oficina, que no debe tardar en llegar. Paso por aquí para que salgamos, ¿te parece?

—Me parece perfecto. Mientras tanto, iré adelantando lo de la exportación a Sudamérica.

Gina se marchó y yo me puse a indagar acerca de los detalles para enviar la próxima carga de piezas de automóviles a Buenos Aires.

Había costos y cantidades que no me cuadraban. Sabía que la cantidad que nos habíamos comprometido a marchar, no era la que figuraba en aquel contrato que me habían traído para firmar. Cada vez que hacían éstas estupideces, me cabreaba demasiado porque parecía que querían tomarme el pelo o en todo caso, ponerme el traspié para que cayera y tuvieran la excusa perfecta para hacerme renunciar.

Tomé todos los papeles y con fastidio salí de mi oficina para ir a la de Gina. Solo ella podría ayudarme con aquel asunto. Era justamente por esa razón que ejercía el rol de asistente de presidencia, para asesorarme en estos casos.

Iba tan distraída, mirando uno de los documentos, cuando choqué con algo grande, duro; cayendo de bruces al suelo por haber perdido el equilibrio sobre los tacones de quince centímetros que calzaba y la falda de tubo que apenas permitía que me cruzara de piernas.

Mis gafas de lectura se hicieron trizas y los malditos documentos se esparcieron por todo el piso.

—Lo lamento, señorita —una voz gruesa y tremendamente seductora, se dirigió a mí, mientras unas enormes manos morenas me tomaban del brazo para ayudarme a levantar—. Creo que venía demasiado distraída con sus documentos —siguió de manera natural y aunque sabía que llevaba la razón, levanté el rostro para fijarme en quién se atrevía a hablarme de aquella manera.

Cuando mis ojos se encontraron con los de aquel desconocido, sin saber el motivo, las piernas me flaquearon de nuevo y un hormigueo intenso recorrió mi espalda. Tambaleé y el muchacho, que seguramente rondaba los veinticinco, se apresuró en tomarme entre sus brazos para evitar que mi trasero volviera a hacer contacto con el piso.

¡Y cómo no quedar atolondrada con el aspecto de ese joven!

Si se trataba del tal Henry, Gina tenía razón. Era demasiado apuesto y todo lo contrario a mis gustos. Alto, moreno, de unos ojos negros profundos que cortaban la respiración. El pelo corto a los costados con una melena oscura y alborotada más arriba, caía a un costado de su enmarcado rostro de tupidas pestañas y cejas pobladas. Los labios carnosos y una leve barba cuidada alrededor, terminaban el poema de visión que representaba mirarlo.

Sin embargo, su mirada intensa, oscura, agresiva y tosca, ganaban el concurso de cumplidos mentales que le estaba haciendo a su aspecto.

Por los brazos que ahora rodeaban mi estrecha cintura, pude notar el cuerpo trabajado que portaba bajo aquella camisa blanca que se adhería a su anatomía y estaba remangada en los brazos. Era ancho y su agarre firme.

—¿Se encuentra bien? —preguntó, frunciendo esas cejas perfectas y por primera vez en mi vida, me quedé sin habla.

Asentí con la cabeza mientras ambos nos sosteníamos las miradas. Mi piel casi pálida, contrastada con la suya, parecía la combinación perfecta del ébano y el marfil. Mi pelo rubio era el antagonista de su melena azabache y mis ojos color pardo, no le hacían competencia a los profundos pozos negros que portaba.

—¿Podría soltarme? —logré decir, cuando el calor comenzó a sofocarme por la cercanía de aquel desconocido.

—Si promete no caerse, lo haré —respondió con firmeza y asentí, mientras sus brazos aflojaban el agarre y se iba separando despacio de mi cuerpo, sintiéndome de pronto demasiado desprotegida—. Vamos a recoger esto —dijo, viendo el tiradero de papeles y lo seguí con los nervios a flor de piel. Cuando terminamos, me extendió los documentos que él había recogido y me regaló una sonrisa de boca cerrada—. Me tengo que ir. Espero que la próxima tenga más cuidado al caminar… no debe ser muy fácil mantener el equilibrio con semejantes zapatos. Adiós.

—Adiós… —pronuncié en una reacción tardía, cuando él ya llevaba tomando el elevador y se perdía ante mis ojos. Sacudí la cabeza y respiré hondo.

—¿Ocurre algo, Camile? —preguntó Gina, saliendo de su despacho.

—Quien… ¿Quién era ese hombre que salió de tu oficina? —indagué aun aturdida, por todo lo que provocó en mí.

—¿Henry? —replicó.

—Con que Henry…

—¿Qué ocurrió?

—Nada… solo me causó curiosidad.

—¿Curiosidad?

—Así es…

—Ay, Camile. Te dije que era apuesto pero olvídate de él. Estoy segura de que no se prestará para ese juego que te propones poner en marcha, si has pensado en él como candidato.

—Por supuesto que no lo había pensado, aunque no estaría nada mal.

—¡Camile! —reprochó enfurecida.

—¡Vale, vale! Mejor marchémonos, porque luego del encontronazo que tuve con ese endemoniado hombre, me será imposible mantener la cabeza en el trabajo.

—Espero que no cometas una estupidez. Es un buen muchacho que necesita mucho de su empleo y te conozco como si fuéramos una sola persona. Promete que no lo perjudicarás para que caiga en tu treta, Cami. Por favor —suplicó. Si no fuera porque a Gina se le daba por las mujeres, pensaría que estaba enamorada de ese hombre.

—No lo perjudicaré, Gina. Lo prometo.

—Tampoco le ofrecerás que sea parte de lo que estás planeando, ¿cierto?

—Eso, déjame pensarlo… —bromeé y ella simplemente negó mientras íbamos por mis cosas para marcharnos de la oficina.

***

—¡Muévete más rápido, Gina! —le grité divertida, mientras ella rezongaba por tener que seguirme el ritmo a la hora de hacer compras—. ¡Pareciera que tienes cincuenta años en vez de veintiséis, por Dios! —me burlé y la oí protestar por ello.

—¡Perdona por no ser una compradora compulsiva de telas que no necesito y no estar en forma para este deporte extremo! —dijo de manera sarcástica y yo solo seguí riéndome a su costa.

Pasamos la tarde comprando todo tipo de atuendos para ambas. Gina protestaba por todo lo que escogía para ella, pero como toda mujer de negocios y única hija, siempre me salía con la mía.

Al final, terminamos exhaustas en mi departamento, tirando los zapatos hacia cualquier rincón. Gina descorchó un vino blanco dulce, que estaba en su punto de temperatura y sirvió dos copas, mientras yo me ponía el pijama de algodón con dibujos de corazones que me había obsequiado mi padre hace mucho tiempo, aunque ya tuviera sus días contados por el desgaste. Ella por su parte, tomó una de las tantas camisetas que tenía en la habitación que utilizaba las veces que dormía en casa y que le llegaba hasta la mitad de los muslos.

Nos tiramos al amplio sofá color marfil y de inmediato, tomé el mando del televisor para encenderlo.

—Mira —dijo Gina, enseñándome su ordenador portátil—; ésta es una de las páginas más prestigiosas para encontrar lo que buscas.

Se trataba de un sitio online que ofrecía los servicios de escorts V.I.P.

Exploramos aquella web que no exponía fotografías de las personas que ofrecían sus servicios para visitantes esporádicos de la página, a menos que se realice una suscripción paga. Y yo, no podía arriesgarme a hacerlo porque si salía a luz aquella travesura, a mi madre le daría un infarto y me vería envuelta en un escándalo con los accionistas de la empresa.

Sabía que podía inventar un nombre, pero cuando ingresara los números de mi tarjeta de crédito como pedía aquella plataforma, de inmediato mi anonimato se iría a la m****a.

—Si quieres, puedo pedir que envíen un catálogo a mi email y lo revisamos juntas —asentí, porque era una mejor idea—. Listo, ya envié una solicitud con mi casilla de email como referencia para que no asocien el tuyo con tu nombre —Gina era demasiado lista y juraba que me leía el pensamiento—. En cuestión de minutos, seguro recibimos respuesta. Por mientras, ¡salud! —levantó su copa hacia la mía y la imité con entusiasmo.

—¡Salud! —respondí, chocando mi copa con la suya.

—¡Ups! Son más rápidos de lo que creí —dijo, dejando su bebida sobre la mesa de centro que estaba frente al sofá y prestando atención a su correo—. Ya enviaron un catálogo demasiado… variado, diría yo —habló, mientras fruncía las cejas y miraba con atención el ordenador.

De inmediato me puse a su lado y a medida que pasaban las imágenes con la descripción del espécimen a escoger, más me iba picando la idea de que la fotografía de cierto moreno musculoso y sexy, con pinta de chico malo, apareciera de repente entre ellas y lo pudiera elegir como candidato.

—¿Te ha gustado alguno? —preguntó Gina, sacándome de las cavilaciones que iban hacía la imagen del asistente contable con el que choqué en la mañana.

—¿Eh? —respondí, completamente despistada.

—¡Que si alguno de estos tipos te va, Cami! —protestó—. He estado leyendo la descripción de más de veinte hombres y no has prestado atención. ¿En qué pamplinas estás pensando?

—En… en nada —sacudí la cabeza y bebí un poco de mi vino.

—Camile…

—¡Está bien! ¡Tú ganas! Estaba pensando en el muchacho de contabilidad —confesé, mordiéndome el labio inferior y aguardando la reprimenda de mi amiga.

—Te gustó demasiado. ¡¿Quién lo diría?! —replicó sin embargo, sorprendiéndome por completo, mientras tomaba un sorbo de vino. ¿Estaría borracha?

—¿Y la reprimenda? —pregunté confundida por su reacción y ella solo negó esbozando una sonrisa.

—¿Sabes? Me gusta mucho Henry para ti. Es todo a lo que no estás acostumbrada y creo que te enseñaría demasiadas cosas de la vida —explicó, con una sonrisa misteriosa que me causó escalofríos.

—Dime que no sabes algo oscuro de ese muchacho. ¡Ya decía yo, que no se podía ser tan perfecto!

—¡Para nada! —respondió, tirándome un cojín por tanto dramatismo—. Tengo una idea, pero tienes que estar segura de lo que harás y de que lo quieres a él para tu pequeño juego. También tendrás que prometerme, que si tu plan no funciona, de todas maneras no le quitarás el trabajo, o en todo caso, lo reubicarás en otro puesto.

—Pues… si me dices la idea y me gusta, te doy mi palabras de hacer todo eso que pides.

—Bien —se posicionó con las piernas cruzadas en el sofá, dejando de lado el portátil—. Es algo descabellado e inmoral, pero de todas maneras sé que te saldrás con la tuya en eso de ofrecerle que sea tu puto —entorné las cejas y reí como una loca, porque sabía que tenía razón—. Lo que haremos, será llamar al jefe de Henry y pedirle que lo despida.

—Pero, ¿por qué? Bien lo puedo citar en mi oficina y ofrecerle un trato —Gina negó.

—Henry no es una persona que aceptaría lo que estás ofreciendo. Jamás, Camile.

—Entonces, ¿estoy perdiendo mi tiempo?

—Escucha; lo que harás es pedirle que lo despida, amenazándolo con que si no lo hace, dejarás de contar con los servicios de su estudio. Alegarás que es porque conoces su trabajo y quieres contratarlo, pero que ya le has hecho una oferta y que Henry no aceptó por su lealtad hacia él. Aunque no creo te pida explicaciones, luego de que lo amenaces con descontratar a su empresa.

—¡Eres macabra! —bromeé y Gina me mostró el dedo corazón—. Bien, ¿y luego?

—Luego, yo llamaré a Henry y le ofreceré el puesto de asistente personal.

—Nunca has tenido un asistente personal…

—No seas idiota, Cami. ¡Es para que sea «tu» asistente personal!

—¡Wow, wow, wow! Detente. Sabes que detesto la idea de que un hombre sea mi asistente. ¿Cómo carajos le pediré que vaya por tampones o que maneje el calendario de mi periodo? Sin dejar de mencionar mis citas al estilista y las reservaciones al spa.

—Pues tendrás que adaptarte y manejar esos asuntos íntimos tú misma, si no quieres dejárselos a él.

—¿No existe otra forma? —pregunté y negó—. ¡Bien! Tú ganas, pero eso de hablar a que lo despidan, encárgate, por favor.

—¡Como ordene jefa! —respondió y negué riendo por todo el tétrico plan que ideamos.

***

Tal y como lo habíamos planeado, Henry fue despedido por su jefe, y entonces Gina comenzó con el plan.

—¿Cómo es que tienes su número de móvil? —pregunté con curiosidad.

—Porque tenemos amigos en común, y una que otras veces, salimos a beber algo juntos.

—Gina… dime que no has cambiado de gustos y que no estás enamorada de Henry —pregunté angustiada por lo que ella pudiera sentir hacía ese muchacho.

—¡Claro que no! ¿Qué te has fumado? —suspiré aliviada—. Bien, ya está llamando —dijo luego de marcar el número del muchacho y de inmediato lo puso en altavoz.

—«Hola» —la voz sensual de Henry se oyó, y sentí como mis piernas temblaban y mis bragas se humedecían.

«¿Qué diablos me hizo aquel hombre?»

—Hola, Henry. Soy Gina, ¿Cómo estás?

La verdad, bastante preocupado. Me han echado del trabajo y sabes que necesito el dinero.

—Me he enterado y de verdad, lo lamento mucho. Es justamente por eso que estoy llamando. Aquí en la empresa hay un puesto vacante de asistente y la paga es el doble de lo que ganabas en el estudio contable. Tal vez te interese…

¿Es en serio, Gina? —preguntó con entusiasmo y vi como mi amiga cerraba los ojos, seguramente arrepentida por todo lo que habíamos planeado en su contra.

—Sí, Henry. De verdad estaría muy contenta si tomaras el puesto. El trabajo no es pesado; básicamente llevar la agenda personal de la presidenta de la empresa, tomar llamadas y hacer citas. Creo que es pan comido para ti.

¡Vaya! Suena demasiado fácil para ser verdad. Dicen que la presidenta de la compañía es una niña caprichosa, altanera y que tiene un carácter de ogro. ¿Crees que estaré a la altura? Porque sabes que las niñerías no van conmigo y no sé si pueda tolerar algún tipo de humillación.

Gina se tapó la boca para no estallar en carcajadas, mientras que en la mía se había formado una «O» gigante por cómo ese idiota me estaba describiendo.

—Estoy segura que encajarás perfecto. Creo que eres exactamente lo que Camile Staton está buscando —replicó entre líneas.

Entonces; ¿dónde firmo? —preguntó con una voz jovial y Gina le explicó todo lo que debía hacer.

Al final, empezaría mañana y yo no sabía cómo carajos lo vería a la cara, después de oírle hablar de mí de aquella manera.

—¡Está hecho! —dijo Gina, satisfecha.

—Juro que si no me enardeciera tanto ese moreno, ¡habría cogido el tubo y lo mandaba al diablo! —respondí, cruzándome de brazos—. ¿Cómo se atreve a referirse de aquella manera a mí? ¡No podía simplemente guardarse su opinión!

—No es su culpa lo que dicen de ti. Sabes que los socios te tachan de eso y de muchas otras peores cosas. Así que no te hagas la ofendida, Cami.

—¡Aggg! —gruñí furiosa—. Entonces vendrá mañana…

—Sí, y deberás de ponerlo al tanto de lo que debe hacer —abrí la boca para protestar pero ella me lo impidió—. Es tu capricho, tú te encargarás de él.

—¿Cuánto tiempo deberé esperar para hacerle la propuesta? —pregunté con impaciencia. No entendía por qué, pero había algo que me intrigaba de Henry y moría de ganas por descubrir qué era eso que hacía que lo deseara y añorara tanto con haberlo visto una sola vez. ¿Me estaría volviendo loca?

—¿Te urge meterlo entre tus piernas?

—Pues… no me vendría mal algo de mantenimiento… —dije descaradamente y Gina negó.

—Creo que luego del mes y la primera paga, puedes hacerle la «propuesta indecente» con la que tanto fantaseas mientras te tocas en las noches —replicó burlonamente y puse cara de ofendida.

—Yo no… —enarcó una ceja, desafiándome a que lo negara—. ¡Bien! Admito que lo he hecho una sola vez…

—Ay, Camile. Te conozco como si fuéramos una sola. Solo espero que no termines enamorándote, porque sabes que una relación seria entre alguien de tu posición con alguien como ese muchacho, jamás tendría futuro. Tu madre no lo aceptaría y tú, con el tiempo, te arrepentirías porque él no es de tu mundo.

—Cuéntame lo que sabes de él, Gina. ¿Tan mal está económicamente? —deseaba saber seriamente de sus problemas.

—Eso sería lo de menos, Cami. Henry lleva a cuestas una enorme responsabilidad de la que no podrá desligarse hasta el día en que muera.



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