Al subir a mi auto, observé la dirección en la pantalla del GPS. En ese instante comenzó una batalla dentro de mí: ¿debía ir o no a ese lugar? A pesar de haberme puesto mi mejor vestido, sentía que algo faltaba. No era maquillaje, ni perfume... era seguridad. Confianza en mí misma.
¿Qué demonios estaba haciendo? No quería que me descubrieran con un cliente, pero tampoco soportaba la idea de vivir el resto de mis días encadenada a reglas que no elegí. Ya no soy una niña. Soy una mujer. Y ha llegado el momento de escribir mis propias reglas.
Miré la dirección nuevamente. Según G****e Maps, aquel sitio no era un hotel.
¿Adónde planeas llevarme, Maicol?, pensé mientras mis manos temblaban levemente sobre el volante y los nervios me apretaban el pecho como un corsé demasiado ajustado.
Entonces lo vi.
No podía ser...
Una hacienda imponente se alzaba frente a mí como un castillo salido de una fantasía: columnas de mármol, jardines perfectamente esculpidos y una fachada que parecía susurrar