Los límites de Luzbria eran un campo de guerra. La rabia de Kael lo consumía por completo. Cada músculo de su cuerpo estaba tenso, su respiración era pesada y agitada. La muerte de Nox, su hermano de manada, había desgarrado su corazón. Nox había caído en una batalla injusta, y Kael no podía olvidar la mirada en sus ojos antes de que sucumbiera. Ahora, con Kira, su hermana también herida, su dolor se multiplicaba. La idea de perder a otro miembro de su manada lo devastaba. ¿Cuánto más podía soportar? ¿Cuánto podía soportar ella la pérdida de su amado?—Acabaré contigo, Lucan. Y cuando termine, iré por Dorian. —Sus ojos brillaban con una furia incontrolable. La venganza era lo único que podía ver ahora.Lucan apenas pudo reaccionar antes de que Kael lo atacara con la rapidez de una tormenta. Los dos cuerpos chocaron en el suelo con un estrépito ensordecedor. Las garras de Kael se hundieron en el pecho de Lucan, arrancando pedazos de carne con cada golpe. Lucan intentó defenderse, pero
El aire en Valragh olía a ceniza y a magia corrompida. Los restos de la tormenta de cuervos aún oscurecían el cielo, como un mal presagio que se negaba a desvanecerse. En el centro del círculo, Clara caía de rodillas, sus manos temblaban, su respiración era un espasmo entrecortado. Gritó el nombre de Emma una y otra vez, pero la niña no respondió. Se había desvanecido, tragada por las sombras que Maerthys había invocado.—¡EMMA! —clamó entre sollozos, su voz desgarrada por la impotencia—. ¡No, no puede ser!Arthur la sostuvo desde atrás, arrodillado junto a ella, sus brazos envolviéndola para evitar que se desplomara por completo. No dijo nada; su silencio era más fuerte que cualquier consuelo. Él también sentía el peso de la pérdida, de la magia oscura que les había arrebatado a la pequeña sin dejar rastro.Entonces se oyó un crujido de ramas, seguido de pasos apresurados. Ragnar emergió de entre los árboles, cubierto de polvo y sangre seca. Llevaba a Kira en brazos, su cuerpo inerte
—La matará… ¡Va a matar a mi pequeña hija! —sollozaba Clara, doblada por el dolor, con las manos cubriéndose el rostro mientras Ragnar trataba de contenerla.Un estruendo cortó el aire como un relámpago seco. Ruidos comenzaron a alzarse por todos lados: pasos firmes, ecos de metales, respiraciones profundas… sombras emergían entre los árboles.Los Dreknar.Aparecieron como un ejército en formación, sus cuerpos cubiertos por capas oscuras y armaduras que destellaban bajo la escasa luz. Sus ojos eran como brasas encendidas y su presencia heló la sangre de todos.Kael y Ragnar se pusieron de pie de inmediato, tensos, los músculos listos para el combate. Pero antes de que pudieran atacar, una de las figuras levantó la mano.—No venimos a luchar —dijo una voz firme. Era Thodor, uno de los capitanes del asesinado líder Dreknar—. Queremos a Maerthys. Ha traicionado nuestro pacto… ha asesinado a nuestro líder, Igvar. Un murmullo sacudió Valragh como un viento helado.De entre las sombras, ot
Todos, a duras penas, lograron ponerse en pie, luchando contra la furia del viento que aún aullaba a su alrededor. Ante sus ojos, el cuerpo de Dorian yacía destrozado, su cabeza separada, lanzada varios metros más allá como un macabro trofeo. El tirano de la manada Shadowfang había caído.Lina, frágil y luminosa, había sido su perdición.Ahora yacía en el suelo, inmóvil, como si la vida la hubiera abandonado solo para entregársela al ser que amaba: Kael.Ese amor, tan puro y desesperado, había despertado en ella un poder que nadie habría imaginado.Y sin embargo, cuando la verdad salió a la luz —cuando supieron que era hija de Elián Winters—, ya no resultó tan difícil de aceptar.Un grito desgarrador rompió el silencio: Kael. Fue el primero en llegar hasta ella, arrodillándose bruscamente y tomándola entre sus brazos con una desesperación feroz.—Lina... Lina, por favor... —susurraba contra su cabello, temblando, buscándola.Pero ella no respondía. Su cuerpo estaba frío, su pulso ape
La atmósfera era densa, cargada de tensión. La manada Shadowfang, aquella que hasta hacía poco era dirigida por Dorian, estaba reunida en el borde del bosque, con el rugir del viento encrespando las hojas a su alrededor. La sombra de la muerte colgaba sobre ellos, pero más que nada, la sensación de pérdida. Dorian, su líder, había caído. Y ahora, sin rumbo, sus ojos se dirigían hacia Valragh.El clima, el viento, la furia de la naturaleza parecían reflejar el caos en sus corazones. Algunos de los lobos más jóvenes, ansiosos por vengar a su líder, ya estaban mostrando sus colmillos y gruñendo con furia. Los más veteranos, sin embargo, tenían dudas. El sentimiento de traición pesaba más que la rabia.—¡Nos mataron a nuestro líder! ¡Nos mataron a Dorian! ¿Qué vamos a hacer? ¿Qué vamos a hacer con esos malditos de Valragh que nos han pisoteado tanto tiempo?Todos se miraron entre sí. Sus rostros mostraban dolor, pero también una inquietante necesidad de venganza.—No podemos quedarnos de
En el Valle de las Sombras, también la tierra tembló.Maerthys estaba agachada, removiendo una pócima espesa que despedía un humo gris y pesado. El círculo de velas negras que la rodeaba titilaba débilmente, como si presintieran el desastre.—Que nadie la vea, que nadie la huela, que nadie la encuentre… —murmuraba, concentrada.Emma yacía en un rincón, inmóvil.El suelo crujió con fuerza. El cuenco vibró en sus manos.Maerthys alzó la vista, inquieta.—¿Qué fue eso?Cuando Maerthys volvió a mirar hacia Emma, su rincón estaba vacío.—¡Emma! —gritó, buscando entre la bruma—. ¡¿Dónde estás?!Pero no obtuvo respuesta. Solo el eco de su voz y el olor a magia rota.El cuenco explotó.Un estallido seco llenó el ambiente de fragmentos ardientes. Las velas se apagaron de golpe. Maerthys cayó de espaldas, golpeándose contra el suelo húmedo.Grietas profundas rasgaban el suelo, y un rugido subterráneo llenaba el aire. El humo se dispersaba como si huyera de algo más oscuro.—¡Emma! —gritó, levan
El terremoto había cesado.El cielo se cubría con nubes pesadas, como si la tierra aún no terminara de llorarPasaron horas. Largas, tensas, desesperadas.Y entonces, entre los árboles, una silueta emergió. Cojeaba, llevaba algo en brazos. Rykker. Su cuerpo estaba cubierto de polvo y sangre seca, pero en su mirada ardía la determinación.—¡Emma! —gritó Clara, su voz se quebró apenas vio aquella pequeña figura—. ¡¡Emma!!Ragnar se quedó quieto un segundo, luego corrió detrás de Clara. El corazón le latía tan fuerte que creyó que se rompería.Cuando Clara llegó hasta Rykker, se arrodilló sin pensar, sus manos temblaban al rozar el rostro de la niña.—Dioses... estás viva... —susurró, una lágrima rodando por su mejilla—. Mi niña... mi pequeña...Emma entreabrió los ojos. Estaban nublados, pero al ver a Clara, su voz débil se escapó en un susurro:—Mamá…Clara la abrazó, como si con ese gesto pudiera pegar todas las piezas rotas del mundo.—Nunca más te perderé. ¿Me escuchas? Nunca más.R
Lina Winters apretó el volante del Jeep, el sonido de las ruedas sobre el camino de tierra resonaba a través del silencio denso del atardecer. La Reserva natural de Blackwood estaba en lo profundo de un valle. Las montañas cubiertas de pinos se alzaban como sombras gigantes contra un cielo que comenzaba a oscurecer, pintando todo con tonos de gris y azul. El aire fresco traía consigo el olor a tierra mojada y madera, una fragancia cruda que parecía invadir sus pulmones con cada respiro.Al llegar al borde de la reserva, se detuvo en un claro solitario y observó la vasta extensión de árboles que se extendían ante ella. El paisaje era tan hermoso como inquietante: vastas colinas cubiertas de un espeso manto de árboles, y en el horizonte, una cadena montañosa que parecía abrazar el cielo.—Este es el lugar donde Clara desapareció —susurró, como si al decirlo, las palabras pudieran explicarle algo que llevaba un año preguntándose. Su corazón latía con fuerza mientras miraba hacia el bosqu