El inmueble del conglomerado Fernández se elevaba majestuoso en el sector financiero de la ciudad. Aunque no compite con la grandiosidad mundial, su arquitectura innovadora de cristal y acero declaraba su posición como una de las compañías más distinguidas de la ciudad.
En el vestíbulo, bañado en luz solar que penetraba por los extensos ventanales, se sentía la energía típica de una tarde de trabajo.
Una persona peculiar apareció, recién había pronunciado su nombre en la recepción, cuando Darío, el ayudante personal de Isabella, se presentó presuroso.
Sus pasos resonaron en el pulido mármol mientras se precipitaba con ira contenida, intentando frenar a la recién llegada.
Señorita Luna Torres, no es posible que usted esté presente. — expresó Darío al fruncir el ceño.
Si no me equivoco, tanto usted como la señorita Zoe Ortega, buscaron perjudicar a mi superiora. Le solicito cordialmente que deje las instalaciones del grupo Fernández, no me permita retirarla usando medidas de protección.