La cena en la mansión Fernández seguía su curso con armonía. Entre las velas titilantes, las risas suaves y los murmullos entre copas, se respiraba una paz largamente esperada. Luna, sentada entre Vanessa y Karina, había empezado a sonreír con más naturalidad. Su vestido verde esmeralda contrastaba con su piel pálida y su cabello recogido dejaba ver un pequeño pendiente en forma de luna que le había regalado Isabela semanas atrás.
—¿Te estás sintiendo mejor? —le susurró Isabela, acercándose para tomarla del brazo.
—Sí —respondió Luna, con una sonrisa tranquila—. Esta es la primera noche en mucho tiempo que no siento que el mundo va a colapsar.
En ese momento, el móvil de Luna vibró sobre la mesa. La pantalla se iluminó con un número desconocido. Dudó en contestar. Isabela la miró con el ceño ligeramente fruncido.
—¿Quieres que lo tome yo?
Luna negó con la cabeza. Se levantó con delicadeza y caminó hacia uno de los ventanales de la biblioteca contigua, cerrando la puerta su