capítulo II: éxito incompleto

Matias y Samuel voltearon sus rostros para quedar frente a frente. Después de una larga mirada, como si se hubieran puesto de acuerdo mentalmente, fijaron su vista en Isaac y juntamente dijeron - ¡a ti!. 

Realmente no se esperaba esa respuesta; de tal manera que sus ojos se abrieron mientras sus gestos se paralizaron por un momento. Desenroscó sus manos para luego levantar una y señalarse con un dedo - ¿a mí? - ambos asintieron al unísono. Luego, Isaac río alegremente - bien, lo haré yo - concedió. 

Luego, Matías hizo señas con su cabeza hacia Samuel. Indicándole que debían salir. Isaac los vio alejarse desde la cocina; mientras ellos platicaban entre sí, calladamente. Desde su posición, solo el siseo de sus voces podía ser escuchado. Cuando desaparecieron de su vista, se levantó. Empujando su silla hacia atrás, produciendo un ligero rechinido de la madera vieja que la componía. Casi todas las cosas que se podían ver a simple vista eran viejas. Necesarias para aparentar la riqueza en su interior. 

En ese pequeño cuarto, una mesa para seis personas estaba colocada justo en medio, ocupado la mayor parte, dejando apenas un poco de espacio de punta a puta. De tal manera que para poder moverse cómodamente, uno tenía que guardar las sillas bajo la mesa. Por tal motivo, al levantarse, Isaac por costumbre empujó el respaldo de la silla hasta que esta topó a la mesa. Así, se dio la vuelta para encontrarse con un recipiente puesto sobre una barra de madera detrás de él. 

El recipiente era un cazo de tamaño considerable, hecho totalmente de barro. A parte de la hoya, este era el único recipiente que tenían para cocinar. A un lado de esa larga barra, se encontraba un levantamiento de ladrillos. Donde en la parte más alta, se situaban varios barrotes de hierro usados para sostener los recipientes en el fuego de abajo. 

En ese lugar colocó el cazo Isaac, para después inclinar su espalda y soplar las tenues brazas de abajo. En vista de que no eran suficientes para calentar el recipiente, tomó varios palos apiñados a un costado de él. Entonces, movió el fuego con uno de ellos y lo acomodó antes de colocar correctamente la leña sobre ese calor abrasador. Volvió a soplar y al terminar, vio cómo las llamas se elevaban fervientemente hasta cubrir la leña. 

Satisfecho entonces, quebró los huevos y los comenzó a mover. Pero a pesar de su arduo trabajo; aun así no evitó que el contenido se pegara en el interior del recipiente. Molestó, ejerció más fuerza en la paleta para despegar los huevos. Fue tan agresivo que incluso la paleta estuvo a punto de romperse. Solo hasta que el contenido comenzó a tornarse de un color negro se decidió a sacarlo. 

Lo depositó en sus respectivos platos. Ordenándolo pacientemente para darle una mejor vista. Después, vertió en cada plato una cantidad exacta de los frijoles que estaban en la otra hoya. Estaba por servir el último cuando un sonido llamó su atención. En la puerta sus dos hermanos lo observaron con caras de incredulidad. 

Con el brazo de Samuel estirado al máximo para cubrir su hombro, Matías dijo - hermano, tus habilidades en la cocina siguen igual que siempre. 

Isaac pudo sentir como una ceja le temblaba - Cállate y cómetelo - las palabras apenas pasaron a través de sus dientes apretados. 

A pesar de haber cuidado de sus hermanos desde hacía mucho tiempo, sus habilidades culinarias no mejoraron en lo absoluto. Tanto que hasta era gracioso. Sus hermanos ya estaban acostumbrados a los desastres que él así cada vez que se hacía cargo y aunque sabían que era pésimo; aún así, nadie se quería hacer cargo de esa labor todos los días. Así que era mejor turnarse; de ese modo, ellos no cocinarían todos los días y tampoco comerían muy seguido los guisos de su hermano. 

Con los platos puestos ante ellos, llenos de una sustancia que se mezclaba entre amarillo y cafés. Los dos jóvenes arrugaron sus rostros; mientras sostenían ante sus vistas una cucharada. Sospechosos, no se atrevían a probarlo. Isaac, metió un poco en su boca y se dio cuenta que el sabor no estaba del todo mal. Entonces los incitó - Coman, no sabe mal. 

La mano de Samuel temblaba cuando acercó la cuchara a sus labios y abrió su boca. Así, fue el primero en probarlo. Sus ojos estaban fuertemente cerrados mientras era escaneado atentamente por los otros dos. Lentamente, su barbilla se movió hacia abajo, luego hacia arriba. Poco a poco, las arrugas en su frente fueron desvaneciéndose antes de abrir sus ojos - Es soportable - avisó. 

Matias río mientras levantaba su cuchara y metía un bocado en su boca. Confirmando lo que el valiente Samuel había probado - Tienes razón, Sami - al decir esas palabras, colocó una mano sobre la cabeza de este y la agitó. Moviendo los cortos cabellos que la adornaban. 

Molestó, Samuel dio un manotazo. Dando justamente en el brazo de Matías - ¡No me llames Sami! - sus oscuros ojos se concentraron en la cara de su hermano. Una clara advertencia estaba escrita en ellos. 

Lo cual, provocó aún más el entusiasmo de Matías; de tal manera que la mano que había quedado en el aire, después de ser golpeada, la volvió dirigir a la cabeza y agitó con más fuerza - ¿mn? - dijo con los labios apretados mientras insistía en frotar la cabeza del joven que se retorcía evitando su contacto - ¿que dijiste Sami?. 

Al ver ese alboroto, al instante el ceño de Isaac se frunció - Basta - su voz no era fuerte; pero sí ronca - coman tranquilamente.

Los dos chicos se paralizaron para luego componer sus posiciones. Sin decir una palabra más, siguieron con su tranquilo desayuno. Luego de haber terminado, Isaac se levantó primero - Iré a investigar al pueblo los movimientos de los guardias - informó. Tomó su plató y salió. 

Dejó el plato junto al recipiente de agua junto a la puerta antes de retomar su andar y salir a la calle. Cuando salió, la señora Esmeralda ya no estaba afuera; en su lugar, solo había una limpia calle rocosa donde ni una hoja se atrevía a asomarse. Cerró la puerta tras él y siguió en el camino a su derecha. La calle era amplia adornada con faroles de la altura de una persona, en cada cuadra. Caminó tranquilamente paseando su vista sobre las casas, su cabeza estaba en alto; mientras sus manos se agitaban a sus costados. Como si no tuviera nada que temer. 

Después de haber pasado unas cuantas cuadras, a lo lejos vio un grupo de personas hablando energéticamente. Sus gestos eran exagerados; sin embargo sus voces eran bajas. Difíciles de distinguir a la distancia. Los pasos de Isaac se detuvieron cuando distinguió la forma de una de las figuras. Luego, sonrió y se acercó - ¡Buenos días! - saludó a todas las señoras en general, para de último, fijar su vista sobre doña Esmeralda. 

Al principio, hubo un sobresalto en ellas. Las que estaban hablando se cubrieron la boca; mientras que las otras retrocedieron un paso. Las miradas se posaron sobre él y pudo ver claramente como los rostros se fueron tranquilizando cuando lo reconocieron. Los nervios se calmaron en el ambiente; aunque había dejado secuelas. 

La voz quebrada de una mujer se escuchó primero - Hola, Isaac - su cara redonda brillaba por el sudor que la cubría - ¿cómo has estado?, hace días que no te veía. 

Isaac río tímidamente. Poniendo una mano tras su nuca, respondió - He estado un poco ocupado. 

-oh, tus hermanos te atarean mucho, deberías dejarlos un poco. 

La sonrisa en la boca de Isaac se tensó. Claramente no le agradaban las palabras que escuchaba. Para él sus hermanos eran la cosa más importante en su vida; por lo tanto, cuando se trataba de ellos no aceptaba segundas opiniones - Dejemos eso de lado - subió una mano y la agitó en el aire. Cambió de tema - los guardias aun siguen agitados, ¿cierto?.

El silencio inundó la calle, que hace un momento estaba llena de energía. El miedo se podía ver en las caras de cada persona parada ante él. La confusión lo inundó por un momento hasta que se dio cuenta de su error. Había hablado demasiado alto. Rápidamente bajó su cabeza para meterla dentro del círculo de señoras - lo siento - susurró - ¿nadie me escuchó, verdad? - sus ojos se abrieron haciendo una mueca de preocupación. 

Pronto, las señoras curvaron sus espaldas para volver a formar el círculo de cabezas. Comenzaron a susurrar - Según lo que escuche están formando un nuevo grupo de vigilancia - habló una - Quieren proteger las cosas de valor que quedaron en la casa de los Alvarado. 

Isaac escuchó atentamente. Mientras pensaba extrañado, ”que raro, no dejamos ni una cosa que brillara en toda la casa". Cuando otra mujer habló - Así es, dicen que hay un cuarto escondido lleno de joyas; el cual no pudieron encontrar esos bandidos. 

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