capítulo XLIII: Ya no te creo

El guardia que lo llevaba sintió que se quedaba atrás. Lo jaló de las esposas con mucha fuerza, humillándolo aún más. Pero por más que lo instaran no podían hacer que sus pies se movieran más rápido; puesto que sus pies se habían convertido en plomo. Tan pesados que los arrastró por todo el camino hasta que sus zapatos se deshicieron y tuvo que caminar descalzo. Aceptando cualquier castigo como pago por sus pecados, no se quejó. La herida en su pierna ya había parado de sangrar, pero aún dolía.

Cuando llegaron a la cárcel, fueron separados; aunque Isaac intentó ir tras sus hermanos, lo obligaron ir a donde le ordenaron. Siendo jalado, giró su cuerpo hacía atrás, encontrándose con sus hermanos igual de alterados - ¡iremos juntos! - jaló sus manos; pero fue regresado a su posición.

Samuel lloraba - ¡hermano! - mientras Matías conservaba la calma como resignado al castigo por recibir. Dylan sonrió despreocupado hacia Matías, diciéndole con los ojos que siempre lo enco
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