Gerard partió al día siguiente hacia San Diego con su hermano Abraham según me dijeron y con dos de los abogados de mi esposo, dándonos a Gerard y a mí un dulce y apasionado beso cuando nos despedimos en la puerta de mi casa. En la noche y mientras mi hija dormía en su cama, escuché la melodía de mi celular, lo cogí de la mesa donde lo tenía al ver que era mi marido.
— Hola cariño, ¿cómo estás? — Me pregunto.
—Bueno, y el pequeño durmiendo, ¿cómo te fue en San Diego?—, preguntó.
—Todo está tranquilo, Amanda, aunque te extraño mucho, mi amor—, me dijo.
—Yo también, pero mañana volverás a casa, ¿verdad? —, pregunté.
—Creo que no, ya que uno de los inversores ha tenido que regresar a casa, no sé por qué motivo—, me dijo Gerard.
—Entonces, ¿te quedarás allí más de un día?—, Le pregunté.
—Sí, serán al menos tres días o más, ya que le ha dejado algunos poderes al otro inversionista, para que se agilice todo, pero mis abogados lo han rechazado, habrá que esperar a que el señor regrese