—Estoy aterrada —dijo al fin Estrella, tras demasiados minutos de silencio que se sintieron como horas—, esto no debía de pasar, así que no sé qué debo hacer.
—Bueno —dijo Rebecca, sintiendo al fin que respiraba, pues, todo el tiempo en que su amada hija se ahogaba entre sollozos, ella sentía que tampoco podía respirar—, si no sabes qué debes de hacer, deberías empezar a preguntarte qué es lo que quieres hacer.
—No quiero ser mamá —respondió Estrella y el aire se agolpó de nuevo en sus pulmones con una fuerza tan impresionante que le dolía hasta el corazón— yo…
—Amor —habló la madre de la rubia—, sabes, sé que nunca lo quisiste, pero, no sé, llámalo intuición femenina, o que tu madre te conoce muy bien, pero no te puedo creer eso que dices con tanto dolor; porque, además, tú ya eres mamá… Tienes dos niñas preciosas, ¿lo recuerdas?
Y, contrario a lo que Estrella pensó minutos atrás que se sintió tan cansada de llorar que pensó que ya no lo haría más en un muy buen rato, la rubia volvió