CAPÍTULO 20. Cuatro cuadros feos de Van Gogh

Darío sonrió con los ojos cerrados mientras sentía el pequeño cuerpo de Sammy acurrucarse contra su costado y morder sobre la piel tensa de su pecho.

—¿No vas a sacar la corneta militar para despertarme hoy? —lo molestó ella.

—Lo pensé, pero tú no estás en condiciones de soplarla —respondió Darío y Sammy lo mordió más duro.

—¡Sucio! —rezongó incorporándose en la cama y frotándose los ojos para desperezarse—. ¿En serio podemos descansar hoy? —preguntó y lo vio asentir antes de tirar de ella y acostarla sobre él.

—Sí, vamos a descansar, quizás podamos dar un paseo en la camioneta alrededor de la isla…

—Eso solo toma diez minutos —rio Sammy porque la isla era realmente pequeña.

—Pues le damos cuatro vueltas y hacemos un picnic afuera.

—¡Ni loca! Los pájaros aquí son muy agresivos, y yo no estoy en condiciones de correr hoy —advirtió ella, pero cuando vio la cara de satisfacción del Diablo, se movió sobre él, rozando la pelvis contra su miembro hasta que le arrancó un gruñido—. ¡Correr es
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