Blanca y Martín estuvieron casados durante treinta años. Sin embargo, la muerte de su hija los hunde en una depresión compartida acaba por separarlos. En cumpleaños de Martín, tras veinte años de haberse divorciado, coinciden en una pequeña cafetería e intentan ponerse al tanto de sus vidas. Todo marcha normal, hasta que una serie de tragedias los deja cara a cara contra sus fantasmas.
Leer másLa ventana que da acceso a una luz intolerable, el médico que busca entre sus experiencias las palabras adecuadas para que estos padres golpeados por la vida no se destruyan al escuchar que su hija tiene cáncer.
Ese escenario me acompaña cada mañana, va de enemigo por las tardes, y en la noche, si el humor me permite cenar algo más allá del café negro y el tabaco, también aparece.
…
—¿Martín? —pregunta la doctora.
—Disculpa —le respondo—. Estaba en otras cosas.
—Entiendo —suelta, comprensiva.
—¿Cómo va todo? —pregunto con ironía.
—Martín…
Su tono es de reprimenda.
—Solo bromeo —le digo.
—¿Hiciste tu tarea?
—No.
—¿Y ahora cuál es el pretexto?
—¿Vienes con ganas de escuchar una nueva mentira? —le pregunto con cierto cinismo—. La que traigo es digna de premio.
—¿Por qué sigues con esto? —me pregunta, fastidiada.
—¿Seguir con qué?
—Sé que está mal que te lo diga, pero no tienes solución. No con ésta actitud. Tú no quieres salir adelante.
—Te lo dije desde el primer día.
—Sí, pero…
—¿Para qué seguir?
—Porque estás estancado.
—¿Y?
—Ese es tu problema.
—Llámalo problema, si gustas, pero yo lo veo como una última oportunidad para abrazarla y quererla. Cuidarla e impedir que…
—¡Entiende que no fue tu culpa!
—¿Y cómo le hago para convencerme?
—Cumpliendo con tus tareas.
—Mis tareas implican seguir como si nada hubiese pasado. Como si Luz nunca hubiera existido —le digo y la simple idea me parece ofensiva—. Si debo vivírmela estancado con tal de tenerla nuevamente a mi lado, así he de seguir hasta que el de arriba lo permita.
—No puedes vivir en una mentira.
—Prefiero intentarlo. Mejor esta mentira que mi amarga realidad.
¿Qué somos? compensa su pobreza narrativa con una caricia a la verdad. Blanca y Martín encarnan cuán ingenuos y egoístas podemos llegar a ser cuando nos enamoramos. Da igual si tenemos veinte o setenta años. Importa poco qué tan ignorantes seamos, o si encabezamos el cuadro de honor en el colegio. Acá no hay principios ni normas, tampoco valores ni inventos del corte social. O quizás los hay, pero a nadie le ha alcanzado la vida para entenderlos.Decidimos partir desde la tragedia para atrapar también a los escépticos. Me refiero a esos caraduras que por un tropiezo en la universidad (o sabrá usted en qué etapa de la vida), decidieron cerrarle las puertas al romance y van de carne en carne sin permitirse algo real.El cáncer es una enfermedad bastante mencionada, pero poco comprendida. Tengo la desgracia de haber vivido de cerca lo que es
En un par de días cumplo setenta y dos años, y viene a mi memoria lo que viví en mi último festejo. Llegué a aquella cafetería esperando pasármela como joven siendo viejo, y acabé metido en mi última novela. La que se escribió sola, sin teclado ni títere que la condujera.¿Qué somos?Una simple pregunta que me ha atormentado desde que Blanca me dio el sí. Hoy, mientras me permito el último café negro del mes, encuentro la respuesta.Somos una pareja que piensa poco y se quiere mucho. Adultos cuando toca reír como niños; adolescentes acomplejados ante la tragedia. Somos dos amantes que le dan más importancia de la debida al sentimiento y se dejan engañar; agua y arena, leña y fuego. Somos el equipo perfecto, y el amor es imperfecto. Somos demasiado nobles para éste juego.Y me despido con una últim
Tu funeral fue el peor momento de mi vida. Cuentan que me aferré al cofre como un niño a las faldas de su madre, que lloré un mar de lágrimas mientras de a poco metían bajo tierra el baúl con mi última sonrisa.Luz cuidaba que a su viejo no fuera a pasarle algo, sabedora de que el hombre deseaba con todas sus ganas que algo le pasara.…—¿Cuánto tiempo estuvo internada? —preguntó alguien.Su voz me resultaba conocida.—Un mes exactamente —respondí sin voltearlo a ver—. Iba en claro ascenso. No sé qué pasó.—Increíble, ¿no?—¿A qué te refieres?Volteo a verlo y el hombre se quita las gafas. Ya no solo me parece conocida su voz. Ese extraño tic en el ojo izquierdo lo he visto
—Necesitamos perdonarnos muchas cosas.—Y juntos no podremos…Así pactamos nuestro divorcio hace veinte años, tras vivir dos meses separados. En mi garganta aún reposa el recuerdo de aquél cognac barato mezclado con coca cola caliente, y esa imperiosa necesidad de saber de ti y averiguar cómo la estabas pasando. Mi interés fue genuino; no así la prioridad. En el fondo, ahora sé, ganaban las ganas de escucharte una vez más.Fui valiente (o idiota), al no dejarme llevar por tu propuesta. En tu conciencia quedará haber hecho un último intento por rescatar lo nuestro. En la mía, en cambio, el debate entre la culpa y el orgullo por atender a la razón e ignorar al corazón.Podría describir la muerte de Luz como un infierno, incluyendo los cinco años que le precediero
—¿No la has buscado?—No.—¿La extrañas?—Con toda el alma.—¿Y entonces?—¿Entonces qué?—¿Por qué no la buscas?—Porque la extraño.—Te estás volviendo loco, amigo.—Todos somos un poco locos, pero ese no es el tema. Cuando digo que la extraño, me refiero a la Blanca de hace cinco años, antes del accidente. No a ésta versión malograda que me heredó la pena. Por eso no la busco, porque sé que ya no existe y acabaríamos en pleito.—¿No crees que estás siendo un poco duro con ella?—Quizás. Pero ella también lo ha sido conmigo.Internado en ese pequeño cuarto de hotel cuyo café matutino desquitaba lo caro de su renta, volví a quererme. Algún domingo caí en misa. Apenas toleré los sesenta minutos, pero algo en el ambiente me hizo volver al día siguiente. Bostecé mucho. Descubrí que le faltaba el respeto a los presentes, así que tomé las llaves y salí.Esa noche dormí poco; pensé demasiado. Repetí la rutina durante varias semanas. Me esforzaba por disfrutar el evento, pero mi interés no era genuino, y no me nacía quedar como un hipócrita ante los ojos de Dios.Realmente gozaba ponerme de rodillas frente a la cruz y hablar sin abrir los labios; de corazón a corazón con el único que puede juzgarnos y sin embargo prefiere amarnos. ¿Entonces? ¿Por qué no me quedaba hasta el final?Una platica que creí sin sentido con un hombre de apariencia menuda y no49
Último capítulo