XXXIX El trato
El auto que transportaba a Alana dejó Mabi y tomó el acceso a la carretera, rumbo al sur. Tras casi dos horas de viaje y ya lejos de toda civilización, siguió por un camino de tierra que se internaba en un espeso bosque.

Definitivamente odiaba los bosques.

Además del conductor, otro hombre la acompañaba, un lobo presumiblemente. Fue él quien la escoltó al llegar a una casona en medio de la nada. Esperaba encontrarse con Mateo dentro.

En la sala, fumando un puro, había alguien más. Era un hombre de mediana edad y expresión distante, fría. Su escolta lo saludó con una inclinación de la cabeza y la dejó a solas con él.

—¿Dónde está Mateo? —preguntó Alana.

—Él es sólo un intermediario, el trato es conmigo. Toma asiento —señaló el sillón a un costado.

Ella no se movió.

—Vine por mi hijo.

—Toma asiento.

Alana accedió. El fuerte humo del tabaco le hizo lagrimear los ojos.

—Librarse del consejo no será tarea sencilla —empezó a explicar él—, menos para ti, que no tienes ninguna influencia. N
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