Emilio

No creí que mi vida se convertiría en un infierno sin Camila. Hacía casi un mes que se había ido y ¡cómo me pesaba su ausencia!

Fue mi orgullo el que me impidió buscarla, el que habló cuando le dije «Lárgate si quieres, pero Isa se queda conmigo». Creí que no se iría, que era una pelea más y que, como siempre, ella arreglaría la situación haciendo como si nada hubiera pasado.

Pero esta vez fue diferente, Camila se fue y no regresó.

Qué iluso fui. Incluso firme el divorcio en un arrebato de arrogancia. Esperaba que volviera humillada, sin dinero, sin un techo y extrañándonos a Isa y a mí. Quería que me suplicara.

Pero no fue así.

La casa se sentía fría y vacía sin ella. No me di cuenta de lo maravilloso que era regresar después de un día difícil en el hospital y verla sonreír, sentarnos a la mesa y comer alguna comida deliciosa mientras ella parloteaba de cualquier cosa, hasta que ya no la tuve.

En aquella época me parecían trivialidades. Que si Isa aprendió a dibujar una cas